El puerto de Chimí, al sur del departamento de Bolívar, está tan escondido que si una embarcación abandona el ancho cauce del río Magdalena para internarse en el brazo que conduce a su atracadero, se podría pensar que el capitán no solo ha perdido el rumbo sino también la razón.
Dentro de ese brazo que conduce al puerto de Chimí, la vegetación es espesa. La embarcación se va abriendo camino entre bancos de taruya, y una hierba gigante que se dobla sobre las aguas.
El silencio es tan profundo que cada sonido se destaca con intensidad.
Luego de varias vueltas por meandrillos serenos, se entra a un playón de arena rojiza, en donde las embarcaciones descansan, no hay muelle, hay solo una pequeña elevación que deja las aguas en retiro. Así se llega al corregimiento de Chimí sin pasar por el municipio de San Martín de Loba al que pertenece. Falta aún, tomar una moto, un carro, o echarse a caminar por unos 20 minutos, hasta avistar las primeras calles que conforman el corregimiento de Chimí.
En Chimí, nació Carlos Ramos, un hombre de hablar pausado, que carga la bondad de la gente del campo. Un hombre que persiste en su sueño de ver a su tierra llena de creadores, artistas, escritores, músicos y compositores, porque sabe que la cultura es la única forma de reafirmar el valor de su gente y su territorio. Para él, Chimí no es sólo un pedazo de tierra productiva y generosa, sino un espacio de creación que canta, pinta, narra y baila, para satisfacer otras necesidades que tienen que ver con los sentimientos y las experiencias de su gente, que es en últimas lo que crea la cultura.
Hace más de seis años, con el apoyo de las instituciones educativas de la región, Carlos Ramos se ideó en su corregimiento, el Festival Cultural y Literario del Caribe, cuya última versión se realizó del 2 al 4 de agosto de este año. Los que participan son creadores de las escuelas de primaria y bachillerato de la región. Municipios y corregimientos como Guamal, San Martín de Loba, Barranco de Loba, Hatillo de Loba, Juana Sánchez, Pueblo Nuevo, El Banco, Playitas o Tamalamequito, entre otros.
Los nombres de los colegios de esos lugares tienen rótulos como Institución Educativa Técnica Agropecuaria y Minera, Institución Educativa Técnica Pesquera, Institución Educativa Comercial y Minera, Institución Educativa Técnica Forestal y Agropecuaria, entre otras referencias parecidas.
El sesgo es evidente y el paradigma es claro. Eso no está mal, el asunto es que sea lo único que se les ofrezca a los muchachos. De esa manera se privilegian contenidos porque se da por entendido que ese recurso humano explotará los recursos naturales a su alcance: peces del río, oro de las minas, frutos del campo, vacas y cerdos para levante, cría de aves de corral y otras especies bípedas, y se deja a un lado las competencias relacionadas con las artes, la literatura, las músicas, la composición, todo aquello que posibilita la creación de nuevos contenidos culturales que es lo que intenta promover Carlos Ramos en su festival.
Los concursantes en modalidades como canto, canción inédita vallenata, poesía, cuento y décima pasan por dos tarimas en su competencia. La principal, de concreto y cemento, en la calle central, y otra de madera y listones, al interior de la Institución Educativa Técnica Pesquera Leónidas Ortiz Alvear de Chimí. Está más que claro. La cultura no es la tarima, ni es tampoco lo que a ella se sube, pero sí es el espacio en donde se evalúan los procesos creativos y se valora el espectáculo que por ella pasa. Quizá si las instituciones se llamaran Institución Educativa Artística y Musical, o Institución Educativa de Canto y Composición, o Institución Educativa en Escritura Creativa, los procesos serían otros y el espectáculo que se sube a la tarima sería mejor construido y valorado. Es posible también destarimizar la cultura y promover el bienestar social y humano para que la cultura brote con la misma prodigalidad que las taruyas o los peces del río.
Es posible pensar un festival, y esto no es solo para el de Chimí, que privilegie los procesos y deje en segundo plano los productos, porque esos muchachos que han vivido el festival durante seis años, o los que lo ha vivido por primera vez, su sensibilidad ya es otra y sus esperanzas creativas abundantes.
El festival de Chimí no sale en la prensa, porque a la prensa poco o nada le interesa la cultura chimilera, ni la de otros lugares como Chimí, que son, sin pretensiones, los lugares en los que se fundamenta la tradición y se cimienta eso que podríamos llamar la cultura de la patria, no como un ente abstracto sino como un hecho palpable que se manifiesta en sus creadores.
El domingo en la tarde, horas antes del cierre del evento, dos conversatorios reafirmaron la importancia de los procesos creativos. El primero, la cantadora Martina Camargo, de San Martín de Loba recordó la importancia de reafirmar la cultura de la tambora como expresión de la región y el valor que se le debe dar a los músicos tradicionales, como su padre Cayetano, heredero de una tradición que ella hoy enriquece con su arte. Una mujer que ha estado en más de 15 países, pero que mantiene sembrada sus raíces en esas tierras de Loba que con orgullo muestra al mundo. El segundo conversatorio fue con el compositor Aurelio Núñez, quien por más de dos horas contó la minucia de su creación y las posibilidades que tiene un autor para hacer valer su obra. “Y si tengo un momento de gloria, yo sé que en el triunfo hay dolor” dijo al referirse a su tema Mi propia historia, la cual ejemplifica el esfuerzo constante de un autor por hacer valer su obra. “Porque yo no hago obras por encargo, porque yo soy así, y ya no voy a cambiar”, dijo Aurelio Núñez para cerrar su intervención. Son palabras que debe mantener como lema Carlos Ramos para seguir en su obstinada tarea de hacer, crear y promover las creaciones y la cultura de su tierra.
Fotos: David Lara Ramos