Chile: ¿un oasis o un espejismo?

Chile: ¿un oasis o un espejismo?

El mismo presidente Piñera que terminó forzado a pedirle disculpas al pueblo chileno, una semana antes había declarado a su país un oasis en América Latina

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noviembre 04, 2019
Chile: ¿un oasis o un espejismo?

"Es verdad que los problemas se acumulaban desde hace muchas décadas y que los distintos Gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Reconozco y pido perdón por esta falta de visión", Con estas palabras inéditas por parte del presidente de Chile, Sebastián Piñera, este pidió perdón a sus conciudadanos, para tratar de aplacar la ira de mucha gente que se siente excluida, y que, desde el viernes pasado, han producidos unos desmanes gravísimos en Santiago.

Lo más paradójico de esta explosión de descontento, es que ocurre en un país, donde una semana antes, el mismo Piñera había declarado que Chile era un oasis en AL. Lo sucedido estos días, le obligó este exitoso empresario multimillonario y político, acostumbrado siempre a salirse con las suyas, a aceptar que lo que estaba viendo era más un espejismo que la realidad.

No debió ser sencillo para un personaje de sus características, salir en la TV a aceptar que no había sido capaz de ver y sentir el descontento de la clase media chilena. Y menos, tener que reconocer que se había equivocado al declarar que su país estaba “en guerra”. Lo que estaba pasando era mucho más grave: un profundo malestar acumulado durante muchos años, que como una olla exprés sin válvula de escape, estalló con violencia demencial en un país, que por años, había sido el modelo para los demás en AL.

Para los políticos y dirigentes como Piñera, los sucesos de estos días les demostraron que estaban viviendo en una burbuja que les reventó en su cara. Al reconocer su falta de visión, este hombre prepotente y difícil, como lo definen algunas personas que trabajan con él, se vio forzado a aceptar la tremenda desconexión con la realidad de la gente, en que ha vivido la clase dirigente política y empresarial de Chile desde hace años.

El resultado de este levantamiento social dejó 18 muertos, el edificio de la Cía de Energía quemado, el sistema metro orgullo de los chilenos, destrozado en varias de sus estaciones, buses incendiados y una parálisis general. Por primera desde que se terminó la era de Pinochet, tuvo que salir el ejército a la calle, para respaldar a la policía que se había visto desbordada por los disturbios.

Lo que es increíble del caso chileno, es que el disparador de la protesta social fue un alza mínima del 3.6% en el precio de los pasajes para usar el Metro. Los estudiantes fueron de nuevo los protagonistas de este levantamiento, como lo habían sido en el 2011 en el primer gobierno de Piñera, por los altos costos de las matrículas universitarias.

Como ya lo mencioné, el problema es mucho más complejo porque demuestra la tremenda desconexión en la que se encuentran los dirigentes políticos y empresariales, no solo en Chile, sino también en todo el continente. Los acontecimientos simplemente están desbordando al Estado, quien no está a la altura de las expectativas crecientes de la población.

Pero lo más alarmante de lo ocurrido en Chile, es que se suma a otros eventos recientes que muestran una tendencia y un panorama muy grave: la incapacidad de los sistemas democráticos en la región, para poder responder a las expectativas y frustraciones crecientes de la población. (Le recomiendo al lector leer los dos últimos blogs que he publicado sobre el debilitamiento de la democracia por su pertinencia actual)

Lo sucedido la semana pasada en Mexico, es de una gravedad inmensa. Ante la captura de uno de los hijos del Chapo, narcotraficante que hoy paga una cadena de por vida en los Estados Unidos, el Cartel de Sinaloa respondió de manera violenta, desbordando completamente a las fuerzas de seguridad insuficientes que habían sido desplegadas para el operativo.

La respuesta del gobierno de AMLO, como se le conoce al presidente de ese país, fue alarmante y sorprendente. El ejército devolvió al delincuente a su casa porque era la manera de evitar más muertes. El mensaje es desastroso: el gobierno mexicano claudicó ante el poder de las mafias y los carteles que han sembrado de muertos al país azteca desde hace muchos años.

En Ecuador, el presidente Moreno, le tocó echar marcha atrás de las medidas para acabar con los subsidios a la gasolina. Las manifestaciones violentas acorralaron a Moreno, quien había tomado unas medidas muy necesarias como parte del acuerdo con el FMI para conseguir un préstamo porque la situación financiera del Ecuador está muy delicada. De no haberlo hecho, habría sido el quinto mandatario tumbado por los movimientos indígenas en las últimas dos décadas.

En el Perú, a principios de septiembre, el presidente Vizcarra disolvió al congreso, con mayoría fujimorista, porque estaban haciendo ingobernable al país. Esta situación creó un caos político muy complejo, en una nación que había venido teniendo uno de los mejores comportamientos económicos en AL. Pero también sucede en un país, donde el impacto de la corrupción de Odebrecht, llevó al suicidio al expresidente Alan García, tiene huyendo a otros dos expresidentes y en la cárcel a la hija de Fujimori jefa de la oposición.

Y para rematar el desolado panorama, en Argentina, es posible el regreso Cristina Kirchner, la causante del desastre económico de ese país cuando fue presidenta, y que el actual mandatario Macri no ha sido capaz de resolver. La gente desesperada por el empobrecimiento al que han sido expuestos, parece que están dispuesta a volver al matadero, para que, como borregos desorientados, los vuelvan a engañar. Vendrán nuevas manifestaciones, más violencia, para que todo siga igual.

En todos estos casos hay unos patrones comunes que hay que ver. El uso de la violencia que desborda la capacidad coercitiva del estado y la incapacidad de este para comunicar e implementar medidas que son necesarias para el funcionamiento de la sociedad. El mensaje es desastroso: ante cualquier medida la respuesta más efectiva será promover el desorden para amedrentar y hacer retroceder al Estado. La anarquía se está adueñando de la agenda política y económica de un país, bajo el ropaje de la protesta social.

Veamos otros patrones. El sentimiento creciente de marginación, descontento y exclusión, donde solo unas élites disfrutan de los progresos logrados. Para propagar esta sensación, las redes sociales están sirviendo como cadenas de transmisión y amplificación. Su uso sin control, les permite a los agitadores, como Maduro desde Venezuela, generar de manera muy fácil mucha desestabilización.

Pero hay más. La incapacidad institucional de dar respuestas rápidas y efectivas a las expectativas crecientes de la gente en temas primarios como la salud, la protección social, y la seguridad. Esto agrava el desprestigio de los políticos y su desconexión con la realidad de la gente, así como la desconfianza del “sistema”.

Y hay un factor invisible para mucha gente: la velocidad de cambio del entorno movida por la tecnología, que sumado a la complejidad creciente de los problemas sociales sin solucionar, hace que se aumente velozmente la brecha y la sensación de desigualdad todos los días.

Bueno y cuáles sólo los riesgos para Colombia en estos momentos. Yo creo que son muy altos, y que por ello, como en el cuento de la bruja de Bella Durmiente, en cada uno de los espejos de estos países deberíamos mirarnos para preguntar: espejito, espejito dime la verdad, ¿qué tan grave es lo que está pasando en estos países, que tanto me parezco y me puede suceder?

En mi opinión, estos casos debemos de verlos con muchísimo cuidado, porque son unas señales de peligros muy graves que nos debe despertar antes de que sea tarde para actuar. Y la razón es elemental: tenemos factores de riesgo altísimo, que bien utilizados por agitadores profesionales, muy seguramente apoyados desde Venezuela, pueden crear situaciones mucho más graves en nuestro país. Veamos algunos de ellos para dimensionar el riesgo en que estamos.

Una emigración desbordada de venezolanos que están llevando al límite la capacidad de respuesta de nuestra sociedad; un proceso de paz seriamente comprometido y con altas probabilidades de no consolidarse; unas bandas criminales en control nuevamente de amplias zonas marginadas del país; unos partidos y una clase política desprestigiada y también permeada hasta los tuétanos por la corrupción; unos antecedentes de violencia mucho más complejos que en otros países latinoamericanos.

Y aún más grave aún: un vecino que está apoyando la desestabilización, porque ha declarado una guerra por otros medios, contra el gobierno actual de Duque, a quien considera con Uribe su patrón, como los enemigos de Venezuela.

Lo preocupante de todo lo anterior, es que nadie del estamento político, ni empresarial en Colombia, han salido a orientar a la opinión pública sobre estos acontecimientos, y su silencio es una manifestación del profundo vacío de liderazgo que tenemos.

*Este texto fue publicado originalmente en el blog Ciudadano Global.

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