El 11 de septiembre de 1973, el mundo vio con pasmo como el ejército de Chile apuntaba su maquinaria de guerra contra el Palacio de la Moneda, residencia del presidente Salvador Allende. El golpe de Estado, que ese día le costó la vida al presidente del país, fue patrocinado por la CIA y desató una ola de represión que fracturó la historia del país.
Sobre la infamia de esos años Chile simentó un modelo económico, social, político que fue definido en su momento con el epiteto, siempre sospechoso, de “milagro económico”; esto habría que ponerlo en perspectiva, ya que el país bajo el gobierno de Salvador Allende tendía a ser uno más incluyente y justo, lo que siempre genera escozor en los sectores, no solo más retardatarios, sino también, y esto no es coincidencia, en los de la industria y la empresa, para quienes la idea de un país más equitativo en la distribución de la riqueza resulta inquietante.
Por otra parte, Chile, tenía en ese momento, todo el potencial para convertirse en una referencia regional, lo que para Estados Unidos era una amenaza potencial, una pieza que no encajaba en su mezquino proyecto de la guerra fría. La idea de un país suramericano, socialista y desarrollado, no les resultaba conveniente, por lo que el golpe de estado fue su forma de contrarrestar el impulso económico y político de Chile. Basta con revisar los antecedentes al golpe para darse cuenta como este fue promovido desde la sombra por los sectores antes descritos, quienes propiciaron la “crisis” que desembocó y justifico en el golpe.
Ahora bien, todo proyecto de gobierno, sea el que sea, requiere como parte esencial de su funcionamiento, de un discurso, una narrativa que le sirva de soporte, de justificación. Usualmente, el de las dictaduras militares se enmarca en el nebuloso, “salvar la patria” a lo que se suma en la fórmula la creación del enemigo común. Esa narrativa ambigua, usualmente abre las puertas para diversas formas de abuso. En ese marco de la guerra fría, el enemigo invisible y poderoso era el comunismo o el socialismo de Allende, hoy, esas palabras hacen eco en Chile. Por ello, no es gratuito que el presidente Piñera escogiera esa línea discursiva para definir el origen de la protesta que ha puesto a su gobierno en jaque.
En esa postura, resuena el eco de la represión del régimen Pinochet, la cual, como se puede ver en los diferentes videos que circulan en redes, ha hecho estragos en los derechos humanos de los manifestantes chilenos. El gobierno de Pinochet, que estuvo amparado por amplios sectores de la élite chilena, quienes se enriquecieron y aseguraron su poder político sobre las desapariciones y asesinatos de un número indefinido de jóvenes, son los mismos que permitieron, cuando ya el general no les servía con la misma eficiencia, el cambio hacia la democracia, una, sin embargo, que les resultara conveniente, que no fuera de grandes reformas. Es decir, una democracia a la medida de su conveniencia. De esa generación privilegiada surge el empresario Piñera.
En esa medida, el “milagro chileno”, que acuñó con astucia el economista Milton Friedman en la época de la dictadura, o, el oasis del que hablaba el propio Piñera unos días antes de que estallaran las protestas, no es otra cosa que un espejismo. Una burda construcción publicitaria y mediática, porque esa opulencia, ese éxito económico ha estado fundamentado en la opresión y la desigualdad de millones de chilenas y chilenos.
Por ejemplo, de acuerdo, con el informe Panorama Social de América Latina elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 1 % más adinerado del país se quedó con el 26,5 % de la riqueza en 2017, mientras que el 50 % de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1 % de la riqueza neta del país.
Así entonces, si el sueldo mínimo en Chile es de 301.000 pesos chilenos, el equivalente a 423 dólares, y por lo menos la mitad de la población tiene un sueldo de máximo 400.000 pesos que son 562 dólares al mes, entonces, hay una amplia franja de la población de bajos recursos que llegan a gastar hasta un 30 % de su presupuesto mensual en transporte, por lo que, un alza de 30 pesos afecta sus ingresos. Además, hay alzas en servicios públicos y en la salud. De tal manera que razones para protestar, para exigir mayor equidad sobran, porque estas falencias no han sido debidamente abordadas por los últimos gobiernos, los cuales ya agotaron sus promesas de cambio. Esto, porque el país austral, demanda profundas reformas que las clases económicas dominantes no están dispuestas a asumir, porque van en contra del antiguo sistema de privilegios que los ha mantenido en el poder desde antes de la dictadura, que fomentaron, precisamente cuando sintieron sus intereses amenazados.
No se puede dudar que Piñera se encuentra en una encrucijada
de la cual difícilmente saldrá airoso,
porque en su arrogancia no supo entender a tiempo el clamor de la ciudadanía
No se puede dudar que Piñera se encuentra en una encrucijada de la cual difícilmente saldrá airoso, porque en su arrogancia no supo entender a tiempo el clamor de la ciudadanía, como tampoco supo reaccionar como un demócrata, palabra que se les olvida a algunos gobernantes cuando se trata de su propio país. Todo lo opuesto, ante la protesta, convocó a la represión militar y no al dialogo, lo que hizo que todo fuera peor. Por otra parte, ante el incendio, optó por hacer promesas a la ligera que ya no tienen credibilidad, ni viabilidad en el periodo de gobierno que le queda, con lo que posiblemente empeoró la indignación de quienes ya están saciados de promesas vacías.
La situación no mejora, ayer mismo, miles de manifestantes fueron reprimidos por los carabineros y el cielo de Santiago volvió a poblarse de humo, con estos desmanes. El saldo de víctimas, de retenidos, de violaciones a los derechos humanos crece, con lo cual, la gobernabilidad de Piñera se devalúa con cada nuevo exceso por parte del aparato represivo, que su discurso ha generado.
Por último, esta cadena de insatisfacción que parece recorrer el mundo, amerita ser considerada como un síntoma de alerta sobre la necesidad de revaluar los modelos económicos y políticos que hasta el momento se han impuesto y que tienen a un amplio sector de las sociedades hastiadas de sus gobiernos, quienes cada vez más dirigen sus países en función de complacer a los grandes conglomerados económicos y financieros, en claro detrimento de sus poblaciones.