Es necesaria la serie de artículos publicados en la región que han enfocado los cincuenta años el golpe de Estado en Chile contra el gobierno de izquierda encabezado por el socialista Salvador Allende, caído en 1973 en defensa de las instituciones bombardeadas por militares felones que se mantuvieron 17 años en el poder apelando al asesinato, la tortura, el exilio y el terror aplicado contra miles de chilenos.
El paso de las décadas confirmó la conspiración contra Allende incida en 1970 por la dupla Nixon – Kissinger, CIA mediante, en el contexto de la Guerra Fría, cinco años después de que los tanques soviéticos aplastaran el reclamo de libertad en Checoslovaquia.
En esos años que son historia en Chile, hubo una instancia pertinente de resaltar como aspecto diferente y capital de esa tragedia, pero también porque es aplicable —no como una receta mecánica—, a las situaciones que hoy viven otras dictaduras de la región que bregan por tener democracia y libertades en sus países.
Fue hace 35 años. En 1988 debía realizarse un plebiscito en el que los electores votaran «Sí» o «No» al candidato a presidente escogido por la Junta Militar —previsiblemente el mismo Augusto Pinochet (1915- 2006)— para que gobernara hasta 1997. De ganar el No, deberían organizarse elecciones presidenciales en 1989.
Abril de 1988, en el programa de televisión De cara al país, en vivo, en el Canal 13 de Santiago, dirigentes opositores a Pinochet eran entrevistados respecto al plebiscito a realizarse en ese octubre de ese año, según el dictador lo había asegurado al triunfar en el plebiscito de 1980, que al igual que el de 1978 fue realizado al estilo de los que organizaba Luis Bonaparte o Mussolini: corría solo el caballo del comisario.
Ricardo Lagos (1938) dijo esa noche que la convocatoria al plebiscito era «el comienzo del fin de la dictadura». Miró a la cámara, apuntó con el dedo índice, extendió su brazo hacia la cámara y le habló a Pinochet. Le dijo que sus ambiciones de poder sobrepasaban las de cualquier otro líder chileno en la historia del país.
Lagos, quien sería electo presidente años después (2000-2004) en 1986 se había salvado de ser asesinado por agentes del CNI de Pinochet, gracias a que un oficial de Carabineros se adelantó a detenerlo en su domicilio y encarcelarlo en la sede de la Policía de Investigaciones, negándose a entregarlo los verdugos de la CNI pinochetista. Si el periodista José Pepe Carrasco (1943-1986) —a quien yo había entrevistado en Santiago en abril del 86 en la redacción de revista Análisis— hubiera tenido la misma suerte, quizás hoy estaría vivo. Carrasco fue secuestrado por la CNI en la misma noche que la policía de Investigaciones detuvo a Lagos, y su cadáver apareció acribillado —13 impactos de bala— como otros asesinados a raíz del frustrado atentado realizado contra Pinochet en el Cajón del Maipo por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), en septiembre del 86.
La detención de Lagos y otros dirigentes opositores fue rechazada por el entonces presidente Jimmy Carter, el presidente argentino Raúl Alfonsín y personeros de la Unión Europea, incluido Felipe González. Esa presión internacional fue determinante para su liberación.
En 1988, la oposición chilena estaba clara en rechazar la táctica violenta del FPMR impulsada desde La Habana por Fidel Castro, que había adiestrado a los integrantes del grupo guerrillero, algunos llegados a Cuba en 1973 siendo adolescentes exiliados junto a sus padres.
Por eso la opción de las urnas era vista como el pie que impediría cerrar la puerta al retorno democrático y mantener por otros ocho años a Pinochet en el poder. Y desde la emisión del programa televisivo en que se vio «el dedo de Lagos» apuntando al dictdor, el esfuerzo principal se orientó a consolidar el Comité por las Elecciones Libres creado en marzo de 1987.
Como Pinochet no quería elecciones libres, los dirigentes que las impulsaban, pertenecientes a diferentes corrientes políticas, viajaron a Alemania, Italia y España con la finalidad de explicar que no solo eran opositores, sino también capaces de reencauzar a Chile en la senda democrática.
En el país se impulsaron tres líneas de acción: inscribir votantes, crear un nuevo partido y reclutar miles de veedores electorales para cubrir las 35.000 mesas electorales del territorio nacional chileno. Los partidos de izquierda estaban prohibidos, por lo que socialistas como Lagos, grupos independientes y sectores provenientes de la derecha liberal opuestos al dictador, formaron el Partido por la Democracia (PPD). La Democracia Cristiana y el Partido Radical optaron por inscribirse separadamente. El 2 de febrero de 1988, nació la Concertación de Partidos por el No que reunía a 17 partidos a favor del No, como paso previo a recuperar la democracia.
El Partido Comunista de Chile demoró cuatro meses en adherir a la campaña por el No a votarse en octubre de 1988. En junio de ese año se sumó a la movilización ciudadana, luego de una intensa discusión que enfrentaba a quienes, más allá de matices, entendían a la opción electoral como el resto mayoritario de la oposición; con quienes apostaban a la lucha armada.
De hecho, en agosto de 1986 se habían descubierto en un sitio cercano a una playa distante de 650 kilómetros al norte de Santiago 50 toneladas de armas que incluían rifles M16, misiles soviéticos RPG-7, grandas de mano, transportado por naves cubanas y llevadas a territorio chileno en dos barcos pesqueros de 180 toneladas, fachada de una compañía minera creada por el brazo armado del P.C. chileno.
Estas dos líneas de los comunistas de 1988, reeditaban la dualidad de los socialistas chilenos bajo el gobierno de Allende. Entonces, los seguidores del senador y dirigente socialista Carlos Altamirano (1922-2019) junto a la ultraizquierda del MIR, y el MAPU, impulsaba la revolución violenta que favorecía los cuestionamientos del centro y la violencia de la derecha opuestos al gobierno de la Unidad Popular de Allende. «Añadimos más bencina a la hoguera (…) está lejos de mí sostener que fue pura violencia de la derecha; evidentemente en nuestro accionar y retórica había elementos que condujeron a esa radicalización, polarización y violencia», admitió Altamirano en 2013 al evocar discursos suyos.
El Tribunal Constitucional de Chile había resuelto que durante los treinta días anteriores al plebiscito habría un espacio de treinta minutos, sin costo, en la televisión del país: quince para el Sí y quince para el No. Los argumentos de los dirigentes del No eran las primeras expresiones en favor de la democracia que se escuchaban en la televisión tras casi una década y media de discurso dictatorial.
La estrategia del No fue la de no asustar o polarizar a la ciudanía, donde el terror y la desinformación eran tales que había gente que pensaba que Pinochet podía conocer qué votaba cada ciudadano. Si aun en tiempos actuales de redes sociales y TICs proliferan terraplanistas, antivacunas y divulgadores de noticas falsas, imaginemos lo que podría circular y creerse entonces en amplios sectores de la población.
En la franja televisiva los defensores del No impulsaron la consigna «Chile, la alegría ya viene». No se referían a muertos, desaparecidos o torturas; aunque fueran decenas de miles los chilenos que habían pasado por las cárceles del régimen y los asesinados, sobre todo en los primeros años de dictadura, sumaran aproximadamente unos 3000. Las alusiones a los hechos más violentos de la dictadura eran entrelineas, o un spot televisivo en que una viuda bailaba cueca sola porque su marido había desparecido: la cueca del desaparecido.
Pero el golpe publicitario del No fue una canción: «El vals imperial del No» interpretado por el artista «Florcita Motuda» (Raúl Alarcón) quien lo popularizó con la música de «El bello Danubio Azul» de Johann Strauss II. Fue tal la popularidad del tema que repetía 77 veces la palabra «no», que a los militares se les prohibió que utilizaran el clásico Danubio Azul en sus casamientos.
«Se empieza a escuchar/ no no/ En todo el país/ no no/ Cantan los de allá/ no no/ También los de acá/ no no/ Canta la mujer/ no no/ Y la juventud/ no no/ El NO significa libertad/ Todos juntos por el no», /
Una encuesta realizada a la ciudadanía que votó por No reveló que el 80% de los encuestados se había informado del mensaje opositor a través de la TV, según consigna el documental #ElDocumentalDelSí.
Pinochet había orquestado una provocación para el día del plebiscito. Catorce buses de Carabineros habían sido hurtados por su policía secreta para utilizarlos en una operación contra las manifestaciones de apoyo al No, en caso de que ganara esa opción.
El domingo 2 de octubre Patricio Aylwin (1918-2016) —quien fuera presidente entre 1990 y 1994—, el abogado especializado en derechos humanos, Alejando Hales (1923-2001) y Lagos, se entrevistaron con uno de los tres de la Junta Militar, el general Rodolfo Stange (1925), director de Carabineros, quien les aseguró que los buses de la fuerza policial ya habían sido modificados: el logo de Carabineros lucía con pintura fluorescente, en prevención y les dijo que si los helicópteros policiales avistaban un bus sin esa distinción, podían ordenar su destrucción.
Harry Barnes (1926-2012) era el embajador estadounidense en Santiago. Mal visto por el régimen. En julio de 1986 había asistido al funeral del fotógrafo Rodrigo Rojas (19), quemado vivo en la vía pública por una patrulla militar, en un hecho brutal que también dejó con graves quemaduras a la joven Carmen Gloria Quintana. Tenía diálogo con los dirigentes opositores, asistía dar conferencias a Universidades y era notorio partidario de la democratización chilena.
Washington había otorgado un millón de dólares aprobados por el Congreso para financiar a la oposición y enviar observadores electorales. En la noche del plebiscito, cuando aún el régimen no daba los resultados oficiales y en el Comando del No se conocía la derrota de Pinochet, Barnes convocó a una conferencia de prensa en la sede diplomática de Estados Unidos en Santiago. Solamente a periodistas estadounidenses.
Pude ingresar gracias a la complicidad de una colega norteamericana y escuchar a Barnes informar que se vivía un momento de tensión, y que su gobierno había advertido al régimen que cualquier interferencia en el plebiscito tendría graves consecuencias para las relaciones bilaterales. Años después, Barnes sabría por vía del miembro de la Junta Militar Fernando Matthei (1925- 2017) que este, junto a José Toribio Merino (1915-1996) y Stange, se habían opuesto a la intención de Pinochet de proclamar un estado de emergencia que le permitiera anular el plebiscito y no dimitir.
Finalmente, en la madrugada del 6 de octubre de 1988 se supo que el No obtuvo el 55,99% de los votos contra el 44,01% del No. Había empezado la transición democrática en Chile.
Las sociedades latinoamericanas bajo las dictaduras del siglo XXI, que transitan peripecias similares a la chilena en su lucha por vivir en democracia, pueden abrevar en la experiencia de la concertación opositora a Pinochet, donde destacan la unidad, flexibilidad, valentía y amplitud de miras.