La imagen es más o menos clara, el palacio de la moneda en llamas, Allende transmitiendo sus últimas palabras por radio Magallanes, miles de dirigentes estudiantiles, políticos, sociales, artistas y todo aquel que se consideraba un riesgo para la nueva junta militar siendo capturados y conducidos al estadio nacional. Desapariciones, torturas, asesinatos..., septiembre del año 73 marca un antes y un después de la historia de Chile, romper el rumbo trazado en el año 71, virar en sentido contrario.
De esa imagen que es más o menos incontrovertible, salvo tal vez las cantidades, surge el debate sobre el sentido y el significado del pasado. Existe una primera lectura algo metafísica del pasado histórico, esta imagen que tuvo por mucho tiempo un asidero en las instituciones plantea una Historia superior y distinta a los actores que la escriben y la encarnan, como si el tiempo pudiese subsanar y bruñir las contradicciones de cada época y dejarnos una imagen precisa e inmodificable del pasado, para esta categoria de la historia la memoria no es más que una fuente de validación de los hechos, lo demás es ficción, subjetividad.
Una historia que busca construir una imagen unimoda del pasado, por supuesto asociado a quienes están en el poder político y económico. En Chile por ejemplo entre 1973 y 1990 el golpe de estado fue, para la Historia oficial, un mal necesario, una cuota de sangre para liberar la patria de las garras del comunismo internacional, un daño colateral que garantizó la salvación de millones.
Pese a ello surgen las voces que ponen en disputa la escritura de la Historia, esa imagen distante e inmodificable se convierte en un nuevo campo de Batalla, los sectores subalternos, las víctimas, los desaparecidos, toman entonces nombre, la memoria pasa de ser la forma viva de validación del pasado a ser la piedra que subvierte su relato.
Allende deja de ser el monstruo muerto en la pira de la justicia a un demócrata asesinado en su despacho cargando un fusil que nunca aprendió a disparar, los daños colaterales, los desaparecidos, las torturas recorren con sus voces los hechos atroces que le quitan el halo de heroicidad y de justicia a la violencia oficial. ¿Que de justo tiene torturar y desaparecer a mujeres embarazadas? ¿Para qué destruirle las manos y la boca a un artista antes de ultimarlo con una bala? ¿Qué libertad significa cerrar el Parlamento? ¿Prohibir las votaciones, las manifestaciones, hasta los duelos?
Ahora esos múltiples relatos chocan en una disputa por el pasado, incluyendo un tímido punto medio que busca como en la canción de los prisioneros "nunca quedar mal con nadie", ahora la pregunta a 50 años del golpe de estado no solo es: ¿Qué será del futuro de Chile?, sino además: ¿y qué será de su pasado?