Sequía en el Casanare, incendio forestal en el Urabá chocoano, inundaciones en las partes bajas, derrumbes en las montañas, urbanismo pirata en todas las ciudades, el Magdalena y el Cauca convertidos en cloacas, minería pirata por todas partes. Saldo triste el del Ministerio del Medio Ambiente en más de veinte años de existencia.
Las imágenes de chigüiros muriendo de sed, babillas atascadas en un fangal que alguna vez tuvo agua, vacas famélicas en campos desolados con el suelo cuarteado por la sequía, han conmovido al país, tanto que hasta la propia ministra del Ambiente, Luz Elena Sarmiento, se tuvo que dar por aludida y viajar a verificar que verdaderamente había sequía en el Casanare.
Nadie asume su responsabilidad, no hay culpables. Es el cambio climático, explican y contra eso nada se puede hacer. ¡Mentiras!, meras disculpas para tapar la falta de acción, para excusar la inutilidad de las autoridades ambientales o su abierta ineficiencia y corrupción.
No nos engañen más, las corporaciones ambientales son el rey de burlas en el tema ambiental. Están cooptadas por la corrupción y la politiquería. Allí no se defiende el medio ambiente sino los intereses de los que están representados en sus consejos directivos. Y ¿qué decir del Ministerio? En los primeros años de Uribe dejó de existir para fundirse en otro de “Desarrollo Urbano” y extravió su objeto de protección para convertirse en un “promotor de la urbanización” a costa de los ecosistemas. Después de pocos años, y ante el rotundo fracaso de ese cambio, lo volvieron a crear, pero el daño ya estaba hecho. La nueva institucionalidad quedó más débil que las vacas moribundas del Casanare.
En esta nueva etapa han pasado por el Ministerio varias personas por períodos cortos e insustanciales. Sus acciones son cada vez más reactivas, cortoplacistas, sin una agenda propia, sin análisis prospectivo de los temas ambientales, sin incidencia real en las grandes decisiones. El Ministerio dejó de ser la cabeza rectora del Sistema Nacional Ambiental, que de sistema ya no tiene sino el nombre, porque cada corporación es un ínsula con reyezuelos rodeados de una banda de corruptos.
Por supuesto que duele esta nueva tragedia ambiental, pero es más el dolor por el tiempo perdido, por estos veinte años inútiles del Ministerio que no ha sido capaz de presentarle a Colombia un derrotero para la protección de sus recursos naturales.
Aquí no manda la autoridad ambiental, manda la locomotora minera, las grandes petroleras y la ilegalidad. Aquí mandan los urbanizadores piratas y los intereses de los terratenientes ante los cuales las autoridades locales se arrodillan con tal de que les dejen manejar las regalías a su antojo. O acaso, ¿alguien ha sancionado a algún alcalde por malversar las regalías en obras suntuarias y no en preservar los recursos naturales?
Para ser justa, recientemente hubo una sanción a la Drummond. La ministra de Medio Ambiente se vio obligada a hacerlo cuando unas fotos hicieron imposible tapar por más tiempo lo que toda Santa Marta sabía, que la empresa se había tirado el ecosistema trasportando carbón sin cumplir las mínimas normas de protección. Antes de esas fotos no se hacía nada, como no se hizo nada antes de ver las fotos de las vacas muertas y las llanuras cuarteadas en el Casanare.
Seguramente de vuelta a Bogotá la ministra aplicará sanciones porque lo único que parece mover al Sistema Nacional Ambiental son los titulares y las fotos. Y por todo esto es que huele mal lo que está pasando en Paz de Ariporo.
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