Hijo de jamaiquino y chocoana, este personaje nos cuenta su historia en torno al fútbol y de la música, actividades en donde su familia dejó sentado para siempre un apellido que reúne a ambas diversiones: los Knight. Se podría decir, sin llegar al extremo, que a todos en su casa les corre por las venas lo mismo: un son latino que un “pretinazo” al borde del área para verlo convertido en un soberano gol, de esos que se cantaban con entusiasmo, vida y sombrero, cuando se enfrentaban los dos equipos que por muchos años se ganaron la simpatía, pero también las envidias en un pueblo que apenas despegaba en su desarrollo, pero que era avanzado en eso que antes era una fantasía y ahora es una industria, el fútbol.
Al rebobinar el cassete de aquellos tiempos, los nombres de Pirata y Bijao hacían remover un pasado glorioso, como el que ahora veo en los ojos de esta apacible persona que hoy goza de una pensión de la empresa minera y que me recibe en el antejardín de su casa en el sector de Cornaliza, justo donde comenzó a crecer El Bagre y en donde quizá jamás se le pasó por su mente que se habría de quedar cuando todavía se le nota que puede sobrevivir a otra de las pandemias como las de ahora.
Se llama Richard Knight Urrutia, pero todos lo conocen bajo el apelativo de “Chico”, que suena a un lejano Francisco, hijo del jamaiquino del mismo nombre y de Epifania, una mujer que lo trajo a este mundo en Andagoya, Chocó, el 23 de enero de 1940. Es el último de una familia de ocho hermanos de donde se desparramó toda una generación de futbolistas y músicos, siendo uno de los más famosos su sobrino William, un delantero derecho que se destacó en esa disciplina y que por sus hazañas en un campo de fútbol se ganó el premio de que el coliseo de este municipio lleve su nombre.
Se podría decir que se trata del último de los mohicanos, de aquellas personas que llevan en su memoria, casi que día tras día, todos aquellos acontecimientos que lo marcaron desde que pisó tierras antioqueñas, pero en especial cuando llegó a estas latitudes siendo apenas un niño en atención a que su padre fue incorporado en la nómina de la entonces empresa Pato Consoladited Gold Dredging Ltda. (en confianza, la Pato), ya que le conocían su experticia en el campo de la mecánica, la misma que ejerció en la ya desaparecida Chocó Pacífico por allá por las caudalosas aguas del Atrato.
Los Knight Urrutia vivieron sus primeros años entre Pato, Puerto Claver y El Bagre, y estando aquí vivieron en una casa de propiedad de la señora Ernestina Quintana, ama y señora de numerosos inmuebles en el naciente barrio Bijao, construido a la buena de Dios, y allí comenzó a estudiar para luego, con el pasar del tiempo, vincularse a una trilladora de propiedad de Mr. Moore y luego de “tirar lima” fue llamado a la empresa para que se ocupara de los trabajos en el hangar del aeropuerto con residencia en el campamento de solteros.
El fútbol lo visitó muy pronto y llegó a su vida con la camiseta número 2, la misma que por muchos años lo distinguió como uno de los mejores en ese espacio de la cancha, guardián de todo lo que pasara en esa área, la última por donde deben transitar los delanteros en su propósito de convertirle goles al equipo rival. Fueron tantos los partidos que le dieron satisfacciones, pero siempre se le viene a la memoria lo que en su momento era considerado como el clásico dominical: los 11 de Bijao contra los 11 del Pirata. Por esas buenas relaciones que mantenían las directivas de la empresa con sus trabajadores y con la comunidad bagreña, Chico tuvo la oportunidad de conocer a jugadores profesionales del Santafé, equipo de la capital de la república, que eran llevados para que ayudaran a que los nuestros le perdieran el miedo a las grandes figuras.
Dice con orgullo que con la camiseta de la selección de El Bagre dio tres veces seguidas la vuelta olímpica en el coqueto Atanasio Girardot de Medellín, cuando el equipo logró ser campeón intermunicipal los años 1969, 1970 y 1971; con jugadores de la talla de Ruperto Cerpa, Horacio Zapata, que era a la vez el capitán y el arquero; el viejo Chinique, Machado, Peluca, Carrillo, Vicente Knigth, Alfonso Betancur, Andrés Hinestroza y el sargento Simón Vides, entre otros.-
Bueno, y dónde se origina ese afecto que los Knight le tienen a la música y que tanto explayaron en aquellas tardes y noches, al punto de que los llevaron a construir uno de los centros nocturnos que alcanzó gran fama dentro del gremio de los bailadores, trasnochadores y bebedores, como fue aquel inolvidable salón conocido como Los Guaduales, un sitio rodeado de árboles frutales y que una vez concluía su jornada al rayar el amanecer, permitía que el desplazamiento a pie de las parejas hacia sus casas, me decían, se convirtiera en el moño rojo en el regalo de aquella fiesta. Es que los guaduales también tenían alma.
Pero hay más. Resulta que los Knight de El Bagre son una de las tantas ramas que se desprenden de un árbol de frutos exquisitos, siendo uno de ellos nada menos que Gerónimo Pedro Knight Caraballo, nacido en la ciudad de Matanzas en la isla de Cuba, quien fue el esposo de Celia de la Caridad de la Santísima Trinidad Cruz Alfonso, más conocida como Celia Cruz. Pues bien, este señor fue el abuelo de nuestro personaje. Más claro no canta un gallo. Don Pedro Knight, a quien Celia le puso el mote de "Cabecita de Algodón”, murió en la ciudad de Los Ángeles el 3 de febrero del 2007, mientras que la gran Celia se despidió de este mundo, como todos lo recuerdan, el 16 de julio del 2003 en Estados Unidos.
Conocidos estos antecedentes, hay que señalar que por estos lados se acuñó una palabra derivada del origen de los ancestros, tal cual sucedió con los nacidos en la isla de Jamaica, como en el caso del padre de “Chico”, a quienes por extensión y sin mayores contratiempos los denominaron Yumecas, y es allí cuando se debe observar el error que se comete cuando en una conocida canción se dice “...un indio Yumeca...”, siendo que lo normal debe ser “Negro Yumeca”, que no es otra cosa que el nacido de padre jamaiquino con madre colombiana, sea ella del origen que sea.
El Bagre, en ese orden de ideas, puede darse por bien servido si hace una revisión en los apellidos que por años se movieron en estos lares como los Kinglow, Mackoy, Livinstong, Stuart, Smith y Moore, entre otros, sin pasar por alto a Mr. Aubry Gray Smith, un experto electricista que pasó a la historia, no tanto por los aportes que le hizo a la técnica que puso en marcha para el tendido de redes y conexiones en las dragas de cucharas, sino porque para definirle parte de su personalidad algunos acudieron a decirle “El burro de la Ocho”.
No sabría decir si en esos años esta familia le sacaba un espacio al fútbol para dedicárselo a la música, o le hacia un quite a la música para ir al fútbol, pero lo cierto es que de un día para otro los sectores de Pueblo Nuevo y Diez Familias se vieron sorprendidos por el murmullo de unos tambores y de varios instrumentos que no eran otra cosa que la orquesta de la familia, uno de cuyos más famosos integrantes fue el mismísimo Wilson “Saoko” Manyoma Gil, quien el pasado 30 de agosto celebró sus 70 años de haber nacido en el barrio Alameda de la ciudad de Cali.
Para quienes todavía no lo tienen en el radar, recordemos que este fue el mismo mulato, de origen muy humilde, poseedor de una voz fuerte, agresiva y cubana, la misma que pedía Julio Ernesto Estrada Rincón, Fruko, para vincularlo a lo que entonces le decían el grupito de salsa. Pues bien, ese cantante, que llegó a tocar la puerta de la disquera Fuentes en Medellín a sus 22 años, sin más hojas de vida o recomendaciones diferentes a su propia voz, logró convertirse en una figura determinante en el mundo de la salsa colombiana, pero primero hizo una escala en la población de El Bagre y años más tarde, el sábado 19 de noviembre de 1977, toda la orquesta de Fruko, traída desde Medellín, amenizó uno de los más recordados bailes de los que se tenga noticia en las notas del Club Amistad, porque ya el tema El preso acababa de dar la vuelta número setecientas ochenta y siete al mundo, además porque ese día estaba de cumpleaños Dago y porque allí se escuchó la tonada de Mi río Cali.
A propósito de su éxito con El preso, Saoko recordó la noche en que iba por el sector de La Alpujarra, en la ciudad de Medellín, justo donde se encuentran las administraciones de Antioquia y de la capital, en donde están los máximos representantes de la justicia, la Asamblea y el Concejo, cuando unos policías “se enamoraron de él”, ya que les llamó la atención su pelo afro, su forma de vestir y sus candongas, que para la época no eran bien vistas y como no pudieron quitarle nada de eso, lo detuvieron.
Ocurrió que le tocó pasar la noche encerrado, y lo peor, compartiendo una celda con los peores malandros del bajo mundo de la ciudad, que por suerte no le hicieron nada y tuvo una bendición con un policía del Chocó que lo reconoció y se apiadó de él y pidió que llamaran a Discos Fuentes, la sede donde grabaron sus discos y de allá salió en bombas el maestro Fruko, llegó a la estación de Policía y de una salió libre.
Ahora don Ricardo Knight Urrutia, nuestro famoso “Chico”, se desplaza en su bicicleta por las calles del pueblo en donde se ganó el respeto y la admiración de muchos y, algo más, nunca ha estado en líos ni embrollos que empañen su nombre. Es un ejemplo de ayer para hoy.