La cochina envida, escrita por Carolina Cuervo, dirigida por Mateo Stivelberg y estrenada por Prime Video, es una serie insufrible, nos la presentan como una comedia negra, pero la observo como una comedia con tonalidades de teatralización, diálogos extensos, actuaciones sobreactuadas, especialmente de Chichila Navia. Creo que en la vida normal no se tiene tantos aullidos, ni tantos amaneramientos para hablar de lo que nos pasa, basta con observar un poco a la humanidad y descubrimos como se llevan esos dramas internamente. Estas cuatro amigas están tan caricaturizadas y tan estereotipadas, que se les olvida que muchas veces las tragedias se llevan en silencio y en aparente normalidad.
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Me sentí viendo seis capítulos de Oki Doki, con dos de sus recordadas actrices escenificando la crisis de los cuarenta años, entiendo que Carolina con su deseo de indagar y de ejercitar sus estudios en escritura, nos ubica en esa teatralización de hablarle al público; sin embargo, fueron tantas veces que los actores hicieron la técnica denominada romper la cuarta pared, que terminé empalagado del manejo de la cámara tan constante.
Es evidente el homenaje que quiere hacerle Cuervo a la obra de teatro de Samuel Becket, Esperando a Godot, no en vano el joven amante de dos amigas lleva el nombre de Samuel y su apellido es Vermeer, seguramente también para rendirle tributo a Johannes Vermeer, con su obra famosa La joven de la perla, que tuerce la cara para mirarnos directamente y abre la boca como iniciando una conversación con nosotros, muy recurrente a lo que realizan las protagonistas en esta serie.
La actuación de Jeymmy Paola Vargas, es la más natural de ese cuarteto de mujeres desesperadas, que, sin tener el recorrido actoral, ni la fama de la triada (Orozco, Navia y Cuervo) es creible y su rostro es generoso ante la cámara.
Ese postre del cual gira la serie, es materialización de ese dulce que uno no quisiera volver a consumir. Una segunda temporada sería una glotonería innecesaria.
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