Hubo una época en donde se asumía como un cliché que los artistas eran seres atormentados. La sensibilidad siempre a flote, la creatividad rezumante, la tortura de ver lo que los demás no pueden o el simple miedo de enfrentarse al público, hicieron de los músicos los más atormentados de los seres humanos. En Vida, su autobiografía, Keith Richards afirma que muchos guitarristas se sumían en la heroína porque era el único remedio capaz de quitarles el pánico de pararse frente a un estadio lleno. Ahora todo eso ha pasado, como lágrimas que se pierden en la lluvia.
Ahora ya no es ni siquiera necesario saber cantar para ser considerado un artista. Autotune todo lo puede. Lo que sí es indispensable es tener un manager capaz de hacerle creer a la gente que eres indispensable para el mundo, que te conocen. En la última gala del Met, entre lo más granado de la industria del entretenimiento, Maluma llegó a la cita en el mismo carro que Donatella Versace. Mientras los medios colombianos titulaban alborozados que Juan Luis “estaba en la cima del mundo”, en EEUU se preguntaban si ese guapo mozalbete no era la última conquista de la emperatriz de la moda. Maluma volvía a fracasar en su intento por conquistar el mercado anglo.
La tierra de Pablo Escobar, con sus complejos y ambiciones, siempre ha necesitado, como una droga, los elogios de los gringos. Recuerdo en los noventa cuando Marcelito Cezán se fue dizque a Miami a intentar convertir en un hit sus Nueve semanas y media y este lodazal tenía tantos zancudos que aparecer en el Show de Cristina o en El gordo y la flaca, era la consagración absoluta. Mientras tanto los argentinos se estaban mirando el ombligo y no se equivocaron.
Cuando los Rolling Stones llegaron a Buenos Aires en 1995 se sorprendieron de la cantidad de adolescentes que llenaron durante cinco noches seguidas el Monumental de River. Era una patria rollinga en donde el rock se había asimilado tanto a su cultura que se convirtió en un subgénero: el Rock Nacional. Y ahí caben todos, Los Redondos, Spinetta, Sumo, Pappo y toda la maldita lista. Nunca importó Estados Unidos, eso quedaba muy lejos, importaba era pegar en el conurbano, que los chabones de Temperley que tenían que esperar la combi en la madrugada se identificaran con las letras del Indio Solari, importaba era llenar, en el calor de los viejos almacenes, el vacío que dejó el tango. Era ponerle letra a la histeria ochentera de la llega de Alfonsín y la partida de la Junta Militar, era romperlo todo. Y si había, claro que habían, grupos más pensaditos, con raros peinados nuevos, hechos a la medida para venderse fuera de Argentina, como Soda Stereo, buena parte de la hinchada simple y llanamente les daba la espalda. Pregunten en City Bell por el puto Cerati. Sabrán que no eres de por ahí. Al único que le perdonan ser una figura descomunal en cada rincón del continente es a Charly García.
Si existe una música en español que se acerque a la grandeza de los Beatles es la de Charly. Por eso es tan dulce, por eso lo queremos tanto. Cumplió setenta años y sobrevivió a todo, hasta a la caída a una piscina desde un noveno piso provocada por el aburrimiento que le daban los mediodías de verano. Cumplió 70 años y somos tan viejos como para recordar que tangos suyos como Demoliendo Hoteles o Yo no quiero volverme tan loco eran tan populares que dieron para hacer una novela en Colombia, Loca Pasión, protagonizada por Carlos Vives y Marcela Agudelo, daba un concierto y las boletas volaban, como ahora sucede con Karol G, con Maluma. Maluma es más lindo que Charly, mucho más famoso, Juan Luis, no debe saber quién es Charly. A lo sumo debe pensar que es un degenerado, una especie de papa negro que ha amenizado con su sintetizador miles de orgías. Maluma no debe saber que Charly, como Mozart, nació con el oído perfecto, que desde los cinco años tocaba su piano en la vieja casa de Kasandra Lange en Belgrano quien le pedí al niño, como si fuera un rockola exquisita, desde melodías de Chopin hasta lo último de Jerry Lee Lewis. Maluma no sabe que Charly se ha llevado varias veces el cañón a la sien un viernes a las 3 de la mañana mientras apretaba bien las muelas. Ignora que Palito Ortega lo salvó de su vigesimonoveno ataque de nervios y que ha estado treinta veces al frente de la muerta. La actitud rockera, para un niño bueno como Maluma, no le va. Eso de romperlo todo, de quebrar para crear, de autodestruirse, no le va. Es un buen colombiano y no patea la lonchera.
El reggetón no plantea grandes dilemas filosóficos, si tuviera algún mensaje sería el de culea y se feliz, la vida se trata de eso. El regetón o como se escriba, encontró en Colombia el lugar perfecto para incubarse. Necesitamos escapar todo el tiempo de esta puta realidad, ser feliz con lo que sea, menos con la verdad. Hay que darle la espalda a la verdad. Por eso es que músicas que inviten a la ruptura, a la confrontación, son desechadas masivamente por la juventud. Eso es muy denso, muy aburrido, muy down, hay que subirse, no hay derecho a la depresión, la alegría debe ser total. El que mire a los ojos a la realidad será convertido en piedra.
Y la felicidad para mi es Charly y su delirio, su goce supremo, su decadencia. Por eso, si pudiera describir a Charly en una sola canción, les diría que es Seminare. Nunca alguien con una pinta tan degenerada ha sido más exquisito.