Para los que crecimos en los ochenta cansados de las baladas de Fausto y de toda esa música de mamá, Charly García es un Dios. Era una época en donde todavía los cantantes salían en corbata, bien peinados. Por acá en Latinoamérica no había pasado ninguna revolución cultural, por acá en Latinoamérica lo único que había pasado era la bota militar y muy pocos pudieron resistirlo. Verdadera música protesta era la que hacía Victor Jara, los conciertos los hacía con pasamontañas muchas veces y tenía que interrumpirlos en cualquier momento porque podían matarlo las fuerzas de la derecha antes de que llegara Allende. Entre 1970 y 1973, cuando las fuerzas de la Unidad Popular ganaron las elecciones, Jara fue un héroe, pero su gloria duró poco. Terminó pisoteado y roto por un militar en el Estadio Nacional de Santiago de Chile en septiembre de 1973, cuando Pinochet le devolvió a los norteamericanos a Chile.
Y así en Argentina pocos se resistían. Uno de ellos fue Charly, bigote de dos colores, gafas de nerd, flaco y elegante como un puñal, oído perfecto y luego poder cantarle un himno en las radios manejadas por militares con un mensaje que sólo los jóvenes y los delfines podían captar: Los amigos del barrio van a desaparecer, con Los Dinosaurios le plantó cara a una dictadura tan terrible como la de Videla. Y lo consiguió. Y fue leyenda y luego su bipolarismo, sus enfermedades mentales y siempre sus canciones.
Y ahora vuelve a estar entre la vida y la muerte, un estado al que ya esté acostumbrado, una gracia que sólo puede entender una estrella de rock y en español nadie como él. Una fiebre a los 70 años y por esta época de histeria puede encender las alarmas. Pero ningún virus podrá llevarse al último de los dinosaurios que hoy pastan en la tierra
