No existe la alta ni la baja cultura, sobre todo en el cine. Existen películas que te sobrecogen y te atrapan, así venga firmada por Sergei Parajanov o por Chris Columbus. Con la mente abierta y fresca me fui a ver Chappie a pesar de las críticas negativas que había leído sobre ella. Pocas veces he salido de una sala de cine más feliz que al ver la desventura de este androide que es un niño, de este robot que es tan humano.
Es increíble que un conjunto de chatarra y tuercas nos pueda estremecer tanto. Autómatas ha habido desde el siglo XIX con Jaques de Vaucanson y su pato cagón, pero el sueño de crear una Inteligencia Artificial real lo ha conseguido Deon Wilson, un joven nerd, experto en informática, que ha creado un grupo especial de policías robots que han limpiado a Johanesburgo del crimen que la consumía como un cáncer. Lejos de estar conforme con lo conseguido, Deon busca, como Judá León en Praga, crear un homúnculo lleno de sentimientos, tener el poder de crear vida.
Está a punto de probar que su experimento ha resultado cuando se le atraviesan Ninja y Yolandi, lo encañonan en la frente y le quitan a su hijo. Ellos, tan despiadados que se han visto en los primeros minutos del filme, se transforman en los papás del autómata. Incluso Yolandi, despliega su improbable instinto malestar y cuida y bautiza a su bebé de metal, al que le dan el nombre de Chappie.
A partir de allí la comedia, el drama y la ciencia ficción, se juntan para crear una de las películas más emocionantes de los últimos tiempos. Esa garra que le hizo falta a su segundo largometraje, Elysium, lo pone de sobra Neill Blomkamp en su última película. Volver a su Suráfrica natal lo ha revitalizado y confirma sus innegables virtudes, la que lo están posicionando como un cineasta visualmente y argumentalmente diferente y original.
Una de los puntos fuertes de la película, así me sobre ese fantasma en el que se ha convertido Sigourney Weaver, es el casting. De Hugh Jackman y Dev Patel ya conocemos su trabajo, pero el verdadero descubrimiento es el de Ninja y Yolandi, los estrambóticos y adorables villanos de Chappie. Ellos se interpretan a sí mismos y son los integrantes de Die Antwoord, una banda de electro rap-rave de mucho éxito en Suráfrica. Sus rostros son la imagen de un movimiento musical y estético llamado Zef que ellos mismos definen como: “ Zef es la gente que se tunea el coche: eres pobre, pero eres lujoso, tienes tu propio estilo, eres sexy" [...] "para nosotros, el significado de 'zef' cambia constantemente. Significa ser punk, futurista, indestructible, que eres lo opuesto a una víctima, que puedes hacer lo que quieras, que no te importa lo que digan los demás... todo eso es 'zef'”.
A pesar de la gran dosis de diversión que contiene, Chappie es mucho más que una película para comer crispetas. La tercera película de Neill Blomkamp es una reflexión sobre los métodos de represión con el que el estado nos quiere controlar, sobre quien es el verdadero criminal, si el joven que no tiene otra opción que robar o el estado que cierra la puerta en la cara y en vez de entender a sus individuos los reprime y los aplasta. Un cómic fabuloso sobre la educación, el aprendizaje y la maternidad.
Ante la precariedad de la cartelera nacional, Chappie es la opción más refrescante que podríamos tener.