¿Qué es más impresentable, que el fiscal general de la nación, Néstor Humberto Martínez Neira, siga atornillado en su poltrona o que todo un país esté tan resignado a verlo ahí per sécula seculórum?
Como salir a las calles a protestar es de mamertos, de resentidos, de piojosos con mochila y capucha que quieren todo regalado, como esa es la creencia arraigada en el sentir popular, como las marchas y los plantones, que son los que tumban funcionarios si logran multitudes, en este país son mal vistos pues han sido satanizados, como a quien marcha se le tilda de terrorista, de vándalo, de delincuente, de guerrillero, de anarquista que quiere destruir hasta el nido de la perra, el colombiano no sale a la calle masivamente a manifestarse en contra de prácticamente nada. Se queja, sí, pero a solas, en la sala de su casa, con los amigos por whatsapp, frente al televisor mientras ve por las noticias el último exabrupto nacional. Los líderes sociales están cayendo uno a uno como moscas a diario y sin embargo no hemos visto el primer río humano exigiendo que pare la matanza. No somos franceses, no tenemos la tradición de sacar de tanto en tanto la guillotina a la acera para recordarle a los gobernantes poderosos que están ahí porque los pusimos ahí. No, somos colombianos. Y el colombiano se va de aguante.
Ponerle la cara al Esmad, además, es peligroso. Ya lo vivió Esteban Mosquera en diciembre, el estudiante de música que perdió un ojo en enfrentamientos con la policía por exigir una educación gratuita de calidad y un mayor presupuesto para las universidades públicas. La tragedia tuvo que ocurrir para que por fin el presidente Iván Duque soltara la guitarra y llegara a un acuerdo justo con estudiantes, profesores y rectores. Luego de gases lacrimógenos, bombas de aturdimiento y hasta bolillo, los estudiantes, a punta de bailes, cantos, pancartas, balas de pintura y caminatas, se anotaron un triunfo y demostraron con ello que salir sí paga y que está surgiendo una nueva sociedad crítica, presente, activa, que no está dispuesta a callar, a pasar de agache.
Aunque en términos generales no tengamos tradición de pueblo que se levanta y es capaz hasta de tumbar presidentes, como si la tienen nuestros vecinos del sur a quienes miramos por encima del hombro, la semilla del inconformismo está germinando y eso es justamente lo que ha pasado con el caso de Martínez Neira. En las redes sociales no hay día en el que no se hable del tema. Cada mañana, al abrir Twitter, encuentro que alguien ya hizo la pregunta que nos mantiene en ascuas hace meses: ¿el fiscal sigue ahí? Y la respuesta que recibimos día tras día es la misma: no se va a caer, es intocable, sigue ahí.
¿Intocable? Pues sí, todo indica que lo es. Un funcionario con tantos conflictos de intereses, como está demostrado los tiene Martínez Neira y por los cuales fue preciso acudir a la figura sui géneris del fiscal ad hoc, no debería estar, por obvias razones, a la cabeza de la entidad que tiene como función investigar y acusar a presuntos delincuentes, pues en esa lista de presuntos delincuentes investigados están clientes suyos del pasado y hasta él mismo. De la larga lista de razones por las cuales el fiscal debería renunciar ya se ha hablado hasta el cansancio y repetirla en esta columna sería llover sobre mojado. Llevamos varios meses escuchando y leyendo brillantes análisis de todos los pelambres que abarcan razones que van desde lo jurídico hasta lo ético y que explican con lujo de detalles por qué un funcionario investigado y cuyo proceder está en entredicho no puede ni debe dirigir la institución encargada de investigarlo…y sin embargo Martínez Neira ni renuncia ni lo despiden ni se cae ni lo tumbamos. Nada. Periodistas, analistas, activistas, políticos, tuiteros, repitiendo a diario que el fiscal debe irse y el gobierno ni se inmuta, continúa haciéndose el de la vista gorda: “No oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”. Eso, imagino, se canta a sí mismo Duque todas las mañanas bajo la regadera.
Tuvo que morirse Jorge Enrique Pizano
para que nos enteráramos del
“ji ji ji, marica, esto es una coima”
Néstor Humberto Martínez sabía de los sobornos de Odebrecht antes de ser fiscal y no lo admitió ni confesó ante la Corte que lo eligió. Calló ese pequeño detalle para ganarse el cargo. Sabía que su antiguo empleador, Luis Carlos Sarmiento Angulo, estaba involucrado con Odebrecht hasta el tuétano y siguió pa´lante. Sabía, porque eso se infiere de las confesiones que Jorge Enrique Pizano le hizo, que el grupo Aval estaba involucrado en irregularidades y tuvo que morirse ese señor para que nos enteráramos del “ji ji ji, marica, esto es una coima” porque por el fiscal ese secreto jamás habría salido a la luz. Y la lista continúa. ¿Por qué no conocemos la totalidad de las grabaciones que la DEA le entregó a La Fiscalía en las que aparece el exgobernador Alejandro Lyons hablando con el abogado Leonardo Pinilla (alias Porcino) y el exfiscal Gustavo Moreno sobre coimas, procesos, políticos y funcionarios? ¿Por qué, aunque ya sabemos que en las mismas nombran a Néstor Humberto Martínez, la grabación fue fragmentada y entregada a retazos? ¿Por qué solo se menciona lo que dice en ellas Porcino, solo se habla de su borrachera y se dejó a un lado lo dicho por Moreno en esas charlas siendo que el exfiscal era en realidad la pieza clave de ese engranaje de corrupción? Estamos llenos de porqués sin respuestas y el fiscal sigue ahí.
En estas circunstancias es fácil dejarse aplastar por el pesimismo y más cuando, a pesar de las movilizaciones y el malestar creciente en la opinión pública, un personaje tan dudoso como el fiscal continúa inamovible en su cargo llevándose por delante la credibilidad de la institución que encabeza. Sin embargo, de algo debe servir que cientos de colombianos se plantaran con linternas en mano frente al búnker en el que trabaja Martínez Neira para exigirle su renuncia. Esa iniciativa independiente, espontánea, liderada por jóvenes de todos los colores e ideologías y que logró reunir a indignados que no se rinden, que no se conforman, que se niegan a cruzarse de brazos, es un gran paso que ya dimos para que el país entienda que podemos tender puentes entre personas que pensamos distinto y unirnos alrededor de lo fundamental, de causas comunes, de la defensa de las instituciones, por ejemplo. Con esos plantones y viendo a tantos gritar al unísono ¡chao fiscal!, ganamos como sociedad aunque el fiscal siga ahí. No echemos eso en saco roto, no nos rindamos, no bajemos la guardia. Lo sabemos: una golondrina no hace verano. Pero una golondrina llama más golondrinas y el verano llega porque llega.
@nanypardo