A propósito de los expresidentes, solía decir el expresidente liberal Alfonso López Michelsen que “son muebles viejos que estorban”. Cada cuatro años, tras concluir un mandato, inevitablemente surge la pregunta: ¿a qué se dedicará el expresidente? Desde los años 80 los expresidentes colombianos han tenido un papel desigual, algunos se han alejado gradualmente de la vida pública y otros se han aferrado al poder o a feudos partidistas. En el primer grupo se pueden incluir al conservador Belisario Betancur y los liberales Virgilio Barco y Ernesto Samper. Betancur se refugió en su exilio poético y su voz dejó de tener peso; Barco murió a los pocos años de entregar tras una penosa enfermedad y Samper, al perder un pulso de poder al interior de su partido, se ha dedicado a limpiar su imagen convirtiéndose en un conferencista de talla internacional. Siguiendo la lógica de López, son muebles que han estorbado poco.
El otro grupo lo integran los que sí se han aferrado al poder, agitando las aguas de la historia e impidiendo que su legado se consolide, al menos, en la memoria de los libros escolares. El máximo representante de ese grupo es Álvaro Uribe y en menor medida César Gaviria. De Uribe no hay mucho que agregar, su sed enfermiza de poder lo llevó a quebrar el equilibrio institucional introduciendo la reelección y su dedo se convirtió en un oráculo para “poner presidente”. Su legado entre 2002 y 2010 constantemente es confrontado y todavía no es clara la dimensión que su gobierno tendrá en la historia. Podría creer que sería similar al de Laureano Gómez, pero sin una estirpe que sigua sus pasos. El otro aferrado al poder es César Gaviria, empecinado en convertir el Partido Liberal en su feudo, pavimentarle el camino a la presidencia a su hijo Simoncito (el que no sabía leer) y directo responsable de la degradación ideológica del liberalismo.
El sepulturero del liberalismo
Sobre Gaviria hay que partir desde dos ángulos, su presidencia y su liderazgo tras dejar la Casa de Nariño en 1994. Su llegada a la presidencia se debió al impulso simbólico que Juan Manuel Galán le entregó en el velorio de su padre, tras asumir las banderas del nuevo liberalismo de facto se convirtió en presidente. De ahí que Gaviria sea más un “accidente” de la historia y su presidencia una consecuencia directa del asesinato de Galán. Ya en la Casa de Nariño se caracterizó por introducir una agenda económica de apertura neoliberal y avanzar en la privatización depredadora de los derechos sociales, fue el artífice de la Ley 100 (mérito que le cargan a Uribe); y avanzó en algunos procesos de paz; sin embargo, ordenó el bombardeo a Casa Verde que a la postre no derrotó a las Farc y activó un ciclo más intenso en el conflicto armado. También fue represivo con la protesta social y benevolente con Pablo Escobar. Su legado más claro es la Constitución de 1991, pero vale precisar que ese proceso ya venía caminando cuando asumió en la presidencia y que gran parte del mérito histórico es de Virgilio Barco. ¿Cuál es el legado de Gaviria?
Desde el otro ángulo, tras pensionarse con 47 años y rebosar de vitalidad, se dedicó a proyectarse en el plano internacional asumiendo como secretario de la OEA entre 1994 y 2004, sin dejar de hilvanar en los hilos del Partido Liberal. En 2005 se convirtió en su director nacional y se empeñó en dos cosas; primero, impulsar a toda costa la carrera política de su hijo “simoncito”; y segundo, hacerle una férrea oposición a Uribe. Oposición que acabaría tras la llegada de Santos y el goce de las mieles de ríos de mermelada. Al punto, que fue clave en la reelección y cerebro de la repartija burocrática durante su segundo gobierno.
Y claro, el partido creció en número de curules, pero a costa de perder su identidad ideológica, sucumbiendo a un pragmatismo burocrático que fue fosilizando sus líderes regionales en meras plataformas clientelistas y, lo más grave, derechizándose y terminando sin líderes de opinión. De cara al 2018 y sin un candidato competitivo. De la Calle operó más como un “candidato bisagra” y desde la primera vuelta Gaviria ya tenía a Duque en su corazón. Así lo confirmó previo a la segunda, no sin reventar el liberalismo (emergió una disidencia sin mayor trascendencia) y convertirse en su único orientador. El liberalismo abrazó al uribismo.
Los devaneos con Duque
A pesar de haberse plegado al uribismo, tanto en primera como en segunda vuelta, Gaviria dijo sentirse maltratado, es decir, no le dieron la mermelada que esperaba. El partido se declaró en independencia y se ha convertido en un jugador intermedio en el Congreso, a veces le camina al gobierno y otras le hacen la clásica pataleta burocrática. También quedó en evidencia que en el liberalismo cohabitan dos tendencias, la derechosa uribista y la pequeña facción socialdemócrata. A ese ritmo ha venido caminando el partido y sin duda Gaviria le marca el paso. En medio del paro nacional, manifestó que no respaldaría la tributaria y liquidó a Carrasquilla, coronándolo como “el rey de la desigualdad”. Tras el hundimiento de la reforma y la salida de Carrasquilla, se ha venido acercado a Duque y ahora dice que hay que rodear al presidente y apoyar la tributaria. ¿A qué está jugando?, ¿a qué tipo de acuerdo llegó con Duque?, ¿mermelada dietética o baja en calorías?
Un trapo rojo desteñido
Lo cierto es que el Partido Liberal no emociona y se le ve más como un apéndice del gobierno de turno. En sus toldas militan senadores tan cuestionados como Julián Bedoya (quien anda enredado por el trámite exprés de su tarjeta de abogado) y uno que otro valioso (solo destacó a Luis Fernando Velasco), pero no tiene un líder carismático o relevante en la opinión pública. Sus dirigentes dependen exclusivamente de las componendas y la burocracia para sostenerse en el poder, una consecuencia directa de la visión que Gaviria le ha imprimido al partido. Esos devaneos con Duque solo siguen socavando su precario ideario y sacrificando la poca opinión favorable que aún conserva. ¿Así esperan que Alejandro Gaviria se meta en ese atolladero? Además, las disidencias de Juan Fernando Cristo y Juan Manuel Galán, integrados a la Coalición de la Esperanza, podrían cobrar fuerza y asumir el auténtico ideario liberal. Personalmente, me va quedando claro que el partido de Gaviria no dista mucho del Partido Conservador. Son la misma cosa.
Dar un paso al costado
Volviendo a la lógica de López, César Gaviria debería asumirse como un mueble viejo y dejar de estorbar. Seguirle los pasos a Belisario o al mismo Santos, escribir sus memorias o cuidar de sus nietos (si los tiene). Pues su sed de poder está acabando con lo poco que queda del liberalismo y solo es reconocible por su empeño en reducir el partido a una mera plataforma para sustentar la aspiración presidencial de simoncito. Sacrificando el relacionamiento con las bases, la coherencia o construir un capital de opinión. Por eso, considero que ya debería dar un paso al costado y permitir una oxigenación. Tampoco hay que desestimar que gran parte del caos social que vivimos por estos días es responsabilidad de las decisiones económicas de su gobierno y esa apertura a un neoliberalismo depredador. Continuado y profundizado por los siguientes gobiernos. ¿Hasta cuándo va Gaviria? ¿No creen que ya es suficiente?