El colmo de los colmos es participar en un concurso de imitación y no ser elegido por bueno. No puede haber algo más frustrante para un participante de un concurso que tener talento e irse para su casa con un "No te llamas". Ese fue el caso del concursante que hace unos días imitó en el programa del Canal Caracol al reguetonero Bad Bunny.
El diálogo parecía sacado de una presentación de Les Luthiers o de una película de los tres chiflados, no de un concurso de imitadores:
—Cantas más que Bad Bunny —dijo Yeison Jiménez.
—Ese es el problema —respondió Amparo Grisales.
Luego de ello, y para rematar, César Escola se deshizo en elogios hacia el concursantes al tiempo que destruía al cantante boricua: "No desafinaste ni una vez, y eso muestra que tienes un oído maravilloso. Y lo siento mucho por Bad Bunny el original, él no le pega a ninguna. Y tú le pegaste a todas. Entonces, por bueno, no te llamas".
Es cierto que para ser reguetonero no se necesita cantar bonito. En ese mundo triunfa el que tenga un buen productor y un equipo de marketing consolidado, no quien tenga talento. No se necesita mucho. Ya lo dijo Residente cuando cuestionó la calidad de la música de J Balvin comparándola con un carrito de hot dogs.
Esa es la paradoja de los concursos de imitación. No se vale ser tú, tener talento y descrestar al jurado con una voz propia y armónica. Es la muestra de que vivimos en una sociedad que todo lo produce en masa, que aplaude las imitaciones y desecha los originales. Ya no solo producimos grandes cantidades de tenis, que elaboran millones de muchachitos desnutridos en Vietnam o Bangladesh; también producimos seudoartistas en los sets de grabación de los reality shows.
Si Walter Benjamin estuviera vivo, se infartaría al saber que en Yo me llamo expulsan a una persona que tiene el aura de la obra de arte (la esencia) en su voz y no es una vil copia de un reguetonero que no sabe cantar.
Aplausos para el Bad Bunny de Yo me llamo y abucheos para el programa.