El 2019 arrancó muy mal para mí. El único programa que escuchaba, cuyos podcast guardaba para el final del día como si fueran un postre apetecible, El pulso del fútbol, perdía a su mejor voz, la más autorizada, la más realista: Iván Mejía Álvarez. Al maestro se le dio por tomarse un año sabático que podrá ser definitivo. Eso de leer en la cama hasta tarde y levantarse a pegarle a la pelotica es una delicia que crea adicción.
El reemplazo de Iván fue una recomendación de César Augusto, Óscar Rentería Jiménez. Aunque los dos intentan acomodarse al antiguo formato, se les nota lo forzado. Las discusiones entre Iván Mejía y Hernán Peláez eran reales. Ambos no se conocían, nunca fueron compinches, los unía solo el respeto profesional. Con Londoño y Mejía también había pulso. El eternamente joven César Augusto sabía cómo sacarle la piedra a Iván. La fórmula era sencilla: ser él mismo. Ser acomodado, sin voz propia, ser lo que muchos de sus colegas opinan de él, un lamberica.
Soportamos la partida de Hernán Peláez porque quedaba Iván Mejía, pero ahora sin él quedaron solo dos compinches que intentan hacer polémica pero se les nota por encima la parodia. Óscar, a diferencia de Iván, no está dateado, no tiene gracia y se le nota que ha envejecido. No hay conecte con los jóvenes y el programa no tiene un director capaz de encauzar lo que sin Iván parece perdido. Los oyentes nada que se enganchan al nuevo formato. Estos trinos lo resumen todo: