En medio de la gritería, no escuchaba nada que no fuera la música. Entre el gentío, me sentía sola. A pesar del cansancio, no sentía el cuerpo. Hice parte de una ceremonia exquisita, de un encuentro con el arte, de una cita esperada pero jamás pude intuir el profundo efecto que tendría sobre mí. Estuve en el concierto de Los Rolling Stones en Bogotá.
Ha sido tan profundo el impacto de esta ceremonia, que he ido a buscar entre los libros algo que me lleve a compartir conmigo la espiritualidad de este evento y a darle palabras a lo que sucedió durante esa noche, y en los meses anteriores, y en los días posteriores a la fecha señalada. Es posible quedarse con esas expresiones que en una palabra resumen muchas cosas, o en la sonrisa que viene justo antes de decir que sí, que fui, que estuvo estupendo. La noción que viene una y otra vez es la de Experiencia. De qué naturaleza es esta vivencia, tan profunda, tan colectiva y al mismo tiempo íntima y profunda; de qué materia es el recuerdo de algo vibrante y estruendoso, impetuoso y violento, pero que viene a mí suavemente y con delicadeza.
Tal vez la grandeza de lo que pasó en mí tiene que ver con el hecho de que lo viví sin interrupciones. Hay cosas muy profundas que han venido a mí en la soledad más acogedora. Este concierto es una de ellas. Por varias razones terminé en un extremo del Campín sin conocidos alrededor y sin el celular. Conmigo, solo conmigo, sucedió ese evento tan artístico y sobrecogedor, inclusive por lo estruendoso y potente. Mi relación con los Stones no tiene edad precisa… recuerdo claramente haberlos visto en la televisión de la casa, apareciendo quién sabe por qué, y de ahí me han gustado sin pausa. Trayectos largos por la ciudad y otros lares han tenido como compañeros a estos amigos míos, viejos amigos míos, encapsulados en el casete que repasa una y otra vez el lado A, el lado B, discos compactos que compré y que me regalaron como trofeos, y también vinilos que vienen de lejos, o que vuelven a girar en mi tornamesa. Y ahora, ahí, de frente, en persona, son más ídolos que nunca antes porque justo en el filo de lo humano el arte los posee y nos posee a todos, y no hay energías o fuerzas o paso del tiempo que sea suficiente para expresar la alegría colectiva de tantos, el llanto de muchos, incluyendo el mío.
En un libro que he visitado por momentos, El arte como experiencia de John Dewey, se habla de ese tipo de vivencias que trae el encuentro con lo más sublime, con aquello que amplía la intensidad de la vida, que hace más profundo el sentido de la existencia. En la antigüedad esos momentos y los objetos que hacían parte de aquellos rituales que tenían ese fin estaban insertos en la cotidianidad. Hoy, preservados y aislados, han perdido la intensidad del uso para ser adorados, venerados y encapsulados. La experiencia de traerlos al presente pasa a ser un recorrido por el museo, una institución que busca llevar a otro nivel esa emoción. Un concierto de rock, efímero y automático no puede ser conservado de la misma manera como una pintura, pero tiene tanta fuerza como ella en nuestro tiempo porque hoy es otra forma de ritual, de ceremonia de la vida que se sueña, se aplaza y se acaricia en los videos, en las portadas de revista, a través de las noticias lejanas y las letras de las canciones y los acordes que como abrazos actualizan la banda sonora del presente, del único tiempo eterno e inmutable de la música que nos define.
Antes de que terminara al concierto lloré nuevamente.
Por primera vez, giré mi cabeza
y había otros tantos igual …
Antes de que terminara al concierto lloré nuevamente. Por primera vez, giré mi cabeza y había otros tantos igual … yo creo que todos estábamos felices de cumplir una cita maravillosa, en nuestro suelo, en el propio país. Extasiados de vivir algo que nos habíamos prometido hacía ya tanto tiempo, porque llega un momento en la vida en la que contamos las naves quemadas, a la manera de Hernán Cortés, y entonces nos vamos a cumplir lo que serenamente sabemos que podemos… you can´t always get what you want… y con mi mirada sentí esa comunidad de transeúntes de la vida. Al final, al término de la noche, sin palabras, aún sin comprender bien todo lo que había pasado, volvimos a la realidad y nos reencontramos, nos abrazamos los que nos conocíamos, se prendieron las luces del estadio y lentamente fuimos llevando el cuerpo hacia otro momento. Vendrá el sueño, vendrá el recuerdo… But if you try sometimes you just might find, You just might find , You get what you need…