El mensaje de María del Rosario decía “¿Murió Cerati?” quise creer que era una de esas veces (otra vez) en que alguien mata con rumores falsos por Internet a algún famoso. Hace cuatro años esperaba esa noticia pero ahora, cuando recién me contaban, me vi sorprendido como si no la hubiera previsto. ¿Murió Cerati?
Murió Cerati. Alivio y tristeza en la misma frase.
Soda Stereo me invitó a bailar mientras afuera estallaban bombas, me llevó a la calle con alegría mientras el miedo me invitaba a quedarme en casa, me enseñó el sentido exacto de la palabra concierto, eso es cierto, gran acierto. Por favor rebobinar: un lapicero entre los dedos, el movimiento circular de la muñeca de la mano, el casete girando como una honda a punto de lanzar canciones adentro de mi cabeza. Hay música que se queda en tu corazón.
Cerati siempre tocó su guitarra en inglés mientras cantaba en español.
Podría hablar de su primer concierto en Medellín con el trío o del último que ofreció años después como solista en la misma plaza de toros que ya era distinta, igual que él, a esa misma arena del debut que recordó aquí antes de cantar Trátame suavemente cuatro días antes de su accidente cerebro vascular en Venezuela. Podría hablar de los momentos de mi vida en que llegaron sus discos, uno a uno, como epifanías. Podría hablar de la emoción que siempre me trajeron sus imágenes de verdadera estrella glam: ese hombre sin vaguedades conciliado con su femenino sin conflictos es el rock star que Latinoamérica no había visto jamás.
La historia es esta: Charly García y Luis Alberto Spinetta son los padres de (mi) rock en español. Fito quiso ser la reencarnación en vida de Charly, mientras Cerati no quiso repetir a Spinetta pero siendo agua de ese río algo del espíritu de Luis está en sus canciones. Por eso mismo uno de los momentos más significativos en la vida de ambos es el instante en que comparten Bajan como si fuera escrita por los dos. Y en esa canción a la caída de la tarde cabe mi biografía y todo lo que constituye y configura Amor Amarillo que señala una ruta que conduce a la sonrisa.
Gustavo, no sé decirte adiós. No escribo estas líneas para hacer un recuento de tu discografía que es la banda sonora de esta película inspirada en hechos reales que es la vida. Escribo para recordar que el primer artículo que publiqué como practicante en La Hoja de Medellín fue el día después del último concierto de Soda con aquel inmortal Gracias Totales y que me salió un artículo tan extenso y detallado que Héctor Rincón me dijo que él no publicaba tesis y que lo iba a recortar mientras Ana María Cano me señalaba que siempre debía escribir así, con el corazón. Escribo estas líneas Gustavo para recordar ese muro de lote abandonado cerca del almacén Éxito de la calle Colombia en que varios amigos hacían grafitis con fragmentos de letras tuyas para contarse el amor que se tenían —tener un beeper era muy caro y les gustaba esa dosis de peligro— ahí en spray están Magüi, Lucho, Agustín y mi hermano Mauricio. Escribo estas líneas para recordar que uno veía los conciertos con el cuerpo entero y no a tres metros del escenario a través de la pantalla de un celular, recuerdo cuando cantaste Té para tres en el coliseo Iván de Bedout y nos abrazamos Tato, Caramego y yo como si nos estuvieras mirando esa vez. Escribo estas líneas para recordar que me diste de comer también porque tu música estaba en cada noche, durante años, en que fui disc jockey en variado bar en esta ciudad y porque te visité como periodista y con palabras tuyas me gané un sueldo alguna vez. Escribo estas palabras, Gustavo, porque adentro de una canción tuya es mi cumpleaños, adentro de una canción tuya está mi beso, adentro de una canción tuya hay un paseo un paisaje un paraíso. Escribo porque si cierro los ojos con tu música de fondo vuelvo a vivir la vida que he vivido.
Podría intentar lo obvio y juntar títulos de algunas canciones tuyas para lucir ingenioso y enterado de tu trayectoria a la hora de publicar esta columna unos días después de tu partida pero no creo que eso a esa hora de la vida sea un homenaje justo. Lo justo es más breve, simple y obvio: te digo gracias por tanto, por todo.
Cerati, gracias por venir.
Ya lo decía Felix de Bedout en Twitter al rato de confirmar que tu cuerpo dejó de respirar: “Hace cuatro años ya que Cerati se fue, hoy se transformó en leyenda”. Vuelvo al WhatsApp y miro el mensaje “¿Murió Cerati?” y creo que ante la evidencia tendré que admitir que si. Afortunadamente conozco una fórmula para volverlo a revivir: busco una canción y oprimo justo en el triangulito. Play.
@lluevelove