Un siglo atrás los estudiantes de Córdoba (Argentina) lanzaban el manifiesto: “Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica…La rebeldía estalla en Córdoba”.
En la Atenas Suramericana, en otras palabras, Bogotá, se padecía de una epidemia de gripe. Se daba inició a la explotación del rio de petróleo que corre por el subsuelo. Y 1918 demostró que el hijo de una lavandera, Marco Fidel Suarez, podía ser presidente y, trazar la endemia del Respice polum (Mirar al Norte), es decir la dependencia en busca de consolación y guía por parte de los Estados Unidos. El país vivía en brazos de la Regeneración, que había impuesto a través de la Constitución de 1886: “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la religión” y, claro que de esto no escapaba la educación superior. Es bastante curiosa la atmósfera que se respiraba en el período 1886-1930, cuando Baldomero Sanín Cano, a finales del Siglo XIX, no llegó a ser profesor universitario en Bogotá, pues el trabajo que consiguió fue ser superintendente del tranvía, ocupado de la bosta de las mulas. En la Universidad del Rosario, Monseñor Rafael María Carrasquilla era profesor de teología moral, metafísica, historia de la filosofía y filosofía del derecho. Consideraba que “ser liberal en política y católico en religión es imposible.” Ante la pregunta ¿se puede ser a un tiempo liberal y católico? La respuesta de Carrasquilla fue excluyente: “El que es liberal no es un buen católico”. Condenó el pensamiento liberal: soberanía del pueblo, derrocar por la fuerza al ilegitimo gobernante, la Iglesia sometida al Estado, la separación de la iglesia del Estado y viceversa, la Iglesia libre en el Estado Libre, la libertad de cultos, las libertades de pensamiento, palabra, imprenta y enseñanza, la instrucción pública y obligatoria, el matrimonio civil. Más, la Universidad Libre se aislaba del ambiente dogmático. El Externado tenía como propósito el apartarse del absolutismo y de la supresión de la libertad de enseñanza.
Ver: Centenario de la reforma universitaria de 1918 (II)
Mientras tanto, al sur del continente, José Ingenieros, el médico, sociólogo y filósofo argentino, en La universidad del provenir, (1920) analizaba los centros de educación superior: “Atrasadas por su ideología, inadaptadas para su función. Son esos los términos precisos del problema. En su casi totalidad, las universidades son inactuales por su espíritu y exóticas por su organización. Las de nuestra América, en particular, han sido instituidas imitando modelos viejos y conservan el rastro de la cultura medieval europea. Justo es reconocer que, en muchas de ellas, las facultades que se destinan a la formación de profesionales están excelentemente organizadas y producen abogados, ingenieros, médicos, etc., cuya preparación es muy completa. Pero lo que ha desaparecido, al mismo tiempo que se han desenvuelto esas excelentes facultades, es la universidad: actualmente no existe una organización de las escuelas especiales de acuerdo con una ideología que sea actual (es decir, científica) y social (es decir, americana)”. De esta manera, las universidades hispanoamericanas se caracterizan por los modelos universitarios caducos. Si bien las facultades se constituyen en la especialización disciplinaria, la universidad no existe como tal, porque no hay formación del hombre ni del ciudadano.