El movimiento estudiantil (1918) en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) comenzó cuando los estudiantes se levantaron contra la elección arbitraria del rector. Tuvieron los estudiantes la ilusión de que su movimiento tendría repercusiones continentales: “se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar muy pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente”.
A menos de un siglo de las luchas contra el coloniaje español, pocos años después de que el poeta, Rubén Darío, hiciera posible el modernismo, cuando soplaban los vientos de Ariel, obra de José Enrique Rodó, cuando la presencia del naciente poderío de los Estados Unidos, se hacía más arbitraria, como se pudo ver en la en la guerra contra España —1898, Cuba y Puerto Rico— y la separación de Panamá, los estudiantes presumían: “Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.”
A casi un siglo de vida independiente vale volver la mirada a: M´hijo el dotor, 1903, obra de teatro de Fulgencio Sánchez. El graduado de medicina vuelve a la provincia, y genera los conflictos entre la tradición y la mentalidad de quien ha estudiado. También es significativa la pregunta de Andrés Bello —1848— ¿Estamos condenados todavía a repetir servilmente las lecciones de la ciencia europea sin atrevernos a discutirlas? Discutir las lecciones de la ciencia europea para apropiarse de su espíritu, y consecuentemente para ejercitar el espíritu creativo.
Así que la efervescencia de los estudiantes del movimiento de Córdoba no se quedó en la turbulencia de un vaso de agua y trascendió la “coyuntura”. Más, ¿hasta qué punto este movimiento sentó las bases para la transformación de la vida universitaria o no lo consiguió? Y ante este interrogante, la pregunta es si se ha alcanzado la autonomía o se permanece bajo el pupilaje de instituciones extrañas a la universidad. Viene también la pregunta de si se ha conseguido el cogobierno o los estudiantes son pasivos e indiferentes al gobierno de la academia. En cuanto a la composición interna de la universidad brota la pregunta a los estudiantes. ¿Qué se pretende con ir a la universidad? ¿Y, para ser profesor universitario… vasta el amiguismo, el nepotismo, “porque no hubo quien más”? ¿En las universidades la mayoría de los docentes son de planta o bien catedráticos, o profesores ocasionales de contratos temporales por l6 semanas?
Y, al centenario de la reforma, la formación universitaria se ha convertido en un negocio, pues ha dado el paso de la educación como derecho a la educación como servicio. Y, una última reflexión: ¿hasta qué punto hay formación en la ciudadanía, pues no se puede olvidar que, en Hispanoamérica, en el siglo XIX, se establecieron las repúblicas? Y, en una república lo importante es la ciudadanía, la cual se erige en la res publica, es decir en hacer posible la riqueza común y no en el enriquecimiento personal que se consigue asaltando al Estado, dado que quienes ejercen constituyen la burocracia estatal han pasado por la universidad.