Estoy seguro de que Julio Correal en muchos momentos de su carrera de promotor de la escena rock colombiana se enfrentó a la morronguería característica de nuestra nación. Tuvo asimismo que buscar argumentos entonces complejos para defender la mecánica rebelde del rock ante las conservadoras emisoras de radio de su época, ante promotores acostumbrados a importar rancheras mexicanas y a dejarse deslumbrar por divos como Diomedes y otros similares, y ante una opinión pública que parecía sacada de la cabecita de Monseñor Ordóñez.
También estoy seguro de que en muchas oportunidades se sintió censurado, aún cuando siempre ha estado entre "La crème de la société". Sus ideas, aunque innovadoras, requerían de una mente demasiado abierta para esa oscura época. Y a pesar de eso nunca ha sido literalmente difícil lograr sus objetivos (sin desacreditar sus enormes esfuerzos y sus invaluables logros para la cultura de nuestro país).
Si a Julito no le gusta Paul Gillman, ni su mensaje (que de verdad, me es indiferente), que no lo lleve al Estéreo Picnic, su hijo querido, y máximo logro como gestor cultural. Rock al Parque merece la independencia que no tienen las instituciones públicas, ni los eventos de cualquier otro lugar del país, desde una izada de bandera con formación a pie firme de colegio público, hasta ceremonias de firmas de paz en centros de convenciones cartageneros.
Aquí no estamos para segregar ideas de nadie. Y aunque no estemos de acuerdo con muchas de las cosas que pasan en Venezuela, no podemos simplemente silenciar ideas que no nos parecen.
Si en algún momento Correal llega a ver esto, espero que nos demuestre a todos que su amor por la cultura irreverente del rock va más allá que sus ideas políticas, y que lo que ha logrado no solo ha sido por fines económicos. Quizá sea necesario entender que le hace más apología a la triste situación de nuestros hermanos venezolanos censurando el pensamiento que se le sesga de igual forma al pueblo.
Algo terrible es que Idartes se doblegue ante la opinión de unas cuantas personas y permita situaciones como estas, cuando poco a poco pierden credibilidad como una institución que fomenta el arte y la diversidad.
Aún estamos acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno.