No, presidente. No es de ahora. Ni de su gobierno, políticas y Planes de Desarrollo.
El campo siempre ha estado abandonado. Siempre ha sido así, aun para las estadísticas, Dane, sucesivos gobiernos, modelos económicos, políticas y presupuestos públicos.
Pero algo es algo: un censo agropecuario del campo abandonado, sin dolientes, y con todas las necesidades acumuladas de todos los tiempos, es un auspicio llevadero después del último, 1970, del cual tengamos noticias los colombianos.
Y es, presidente Santos, que han debido transcurrir cuarenta y cinco años para volver por una estadística que es insumo de primera magnitud para diseñar las políticas, planes y programas, que den en recordar el campo.
Sí, presidente, para recordar el olvido, cuando menos, en el cual el Estado, gobiernos, políticas públicas, tienen el campo colombiano; a sus gentes, desprovistas de recursos básicos ya pasados de moda en los conglomerados urbanos: luz eléctrica, escuelas, centros de salud, agua potable, electricidad.
Y no es que estemos creídos, ojala así fuera, que el Tercer Censo Nacional Agropecuario que acaba de concluir el Dane, va a traer, como por ensalmo, todas esas cositas de primera mano para nuestros compatriotas del campo.
Eso, esas cositas tan vitales para nuestras gentes allende los poblamientos urbanos, pero carentes de ellas en su gran mayoría, aún tardarán añales, dicen así los campesinos, en llegarles; en tenerlas a la mano.
En servirles, presidente Santos, para ayudarles a sobrellevar sus vidas precarias, casi invivibles y sometidas a todas las contingencias de ser colombianos rurales.
Sí, a servirles para amortiguar los padecimientos que, uno tras otro, son su existencia; esa mísera ración de vida que, día tras día, pende de la voluntad de la violencia y el desarraigo que les ha propiciado un destino cuyos hilos manejan, cortan, anudan, otros colombianos, urbanos y cosmopolitas.
¡Qué vaina!
Colombianos poderosos que ni siquiera saben que es el campo, adonde queda, quienes y como viven allá, pero que tienen el poder suficiente, las armas, la ley, el capital, para orientar, ordenar, ejecutar, sobre sus vidas.
Y los que sí saben de esos colombianos que es el campo, adonde queda, es porque se lo han apropiado, despojado, cercado, por la fuerza, la violencia, las armas. Y, aunque parezca increíble, por la ley, pues la hacen, manejan y ejecutan.
Cuanto sí va traernos el Censo Nacional Agropecuario, después del último de hace cuarenta y cinco años, y eso resulta muy bueno y útil, son estadísticas reales, o por los menos aproximadas, de cómo está repartida la tierra en Colombia; cuantos grandes propietarios la poseen en mayor proporción y cuantos chiquitos todos tienen menos que uno solo de aquellos.
Cuantos resguardos indígenas hay dispersos en el territorio nacional; cuantas tierras de comunidades negras, raizales y palenqueras, pertenecen al conjunto de sus habitantes; cuantos parques naturales nacionales se mantienen en poder del Estado; cuantas hectáreas de bosques naturales aún quedan; cuantas hectáreas, aptas para agricultura y cuantas para ganadería extensiva, conforman la tierra disponible para producir alimentos y empleo.
En fin, insumos estadísticos imponderables para diseñar las políticas, planes, programas y proyectos, que tengan como fin superior comenzar a saldar la deuda del Estado con el campo colombiano y, a disponer de manera prioritaria, transparente, efectiva y oportuna, de los presupuestos públicos que demanda la inmediata amortización de esa deuda social vergonzante con colombianos a los cuales se les ha privado de todo en todos los tiempos.
El censo Nacional Agropecuario, doctor Mauricio Perfetti, tiene que decirnos cuantos colombianos rurales entre los 5 y 16 años, van o dejan de ir a la escuela; cuántos de esos campesinos y campesinas, alcanzan a completar la escolaridad básica, la primaria llaman ellos; cuantos la secundaria y cuantos se asoman siquiera a la puerta de una universidad pública.
Como tiene que decirnos cuántos tienen electricidad, agua potable, salud pública, recreación, deportes, bibliotecas, guarderías y jardines infantiles.
Pero no para saberlo, guardarlo y esperar otros cuarenta y cinco años, casi medio siglo, para actualizarlo.
No.
Ese insumo valioso debe ser la piedra de toque para diseñar las políticas y ejecutar la tarea de subsanar esas grietas profundas de inequidad y desigualdad con los colombianos rurales marginados, cuya más apabullante desgracia es la de ser colombianos del campo; desamparados de todo y de un Estado y gobierno que hoy los censa para descubrir, ¡wouuu!, que allí, en el campo, “se concentra la desigualdad”.
Eso ya lo sabe usted, presidente Santos, y nosotros los colombianos urbanos, cosmopolitas, metropolitanos, ahora cuanto corresponde es alterar ese estado con Estado.
¿Estamos?
Poeta
@CristoGarciaTap