La masificación en la fabricación de los teléfonos celulares subió los niveles de oferta y a la par hizo que decreciera el valor de los mismos, haciendo más asequibles los smartphones al público y llevando a que se convirtieran en una herramienta de primera necesidad. Según Portafolio, en un artículo del 17 de mayo de 2017, en Colombia de cada 100 personas, 69.55 usan teléfonos celulares.
Si bien esto trae como consecuencia positiva una ciudadanía interconectada, existe un grueso social que considera que el smartphone ha hecho a la sociedad menos humana y más superficial, ya que las redes sociales son un medio de influencia masiva de unos cuantos que imponen estilos de vida sobre una población ciega que las sigue.
Pues bien, a la par están quienes defienden la velocidad en la que se mueve el mundo moderno, la digitalización de las relaciones sociales y todo lo que implica el dominio de los millennials. De hecho, esta es una discusión de nunca acabar entre los defensores del uso ilimitado del smartphone y los que ven la necesidad de restringir su uso y en los casos más extremos prohibirlo.
Hoy se prohíbe de manera imperativa el uso de celulares en los bancos y también se sugiere no utilizarlos en iglesias y reuniones sociales. En el primer lugar como norma de seguridad, y en el segundo y el tercero como un código de respeto.
La discusión no se queda allí sino que se traslada a la academia, a los centros educativos y por supuesto a la universidad. El tema en los centros educativos hoy tiene una salida unilateral, pues el lado que reclama el libre uso del aparato electrónico son en su mayoría menores de edad que quedan sometidos a la voluntad del padre de familia y las directivas educativas.
Pero quizás el mayor enfrentamiento se da en los claustros universitarios, donde existe una población adulta que se encuentra en niveles jerárquicos (profesores y directivos) frente a la población estudiantil, que en su gran mayoría son ciudadanos mayores de edad con autonomía en sus actos y capacidad de autodeterminarse.
Los del nivel jerárquico consideran que el uso del smartphone dentro de las clases o labores académicas es un distractor al momento de impartir el conocimiento, pues el envío constante de mensajes o recibo de llamadas no solo distrae a quien utiliza el teléfono sino que desvía el interés de sus compañeros.
Por su parte, los millennials consideran que el celular es parte de la vida, que no utilizarlo o cargarlo implica desconectarse del mundo que los rodeas, es como salir desnudo a la calle o, peor aún, no existir. Esta es una población que nació en la era cibernética, son residentes digitales, que utilizan más el celular que cualquier otro artefacto doméstico. Ellos han hecho del smartphone su auxiliar contable, su biblioteca, su agenda, su auxiliar de memoria, entre muchas otras funciones.
Es precisamente esta población adulta en su mayoría la que sufre los rigores de la prohibición y es esta la que a su vez protesta, se rebela ante la medida. Respetando la teoría de las normas de urbanidad y comportamiento defendida por los educadores de la universidad, no se pueden obviar los argumentos válidos de la población estudiantil que observa el mundo de manera diferente, que no concibe la calidad educativa sin las herramientas tecnológicas que les permitan poder acceder al conocimiento universal de manera instantánea, que reclama utilizar el celular como una herramienta válida de consulta en tiempo real en el salón de clases que les proporcione bases sólidas para argumentar criterios y bases conceptuales que les permitan asumir posiciones y tomar decisiones.
Por otro lado, está la realidad indiscutible, de que se trata de personas adultas, con derechos y deberes, pero que conciben la educación como un derecho que libremente ejercen y que entienden la universidad como el centro donde se desarrolla el pensamiento, donde se les respeta el libre desarrollo de la personalidad y el libre método de estudio. Esta población reclama ser vista con ojos diferentes a los estudiantes de bachillerato y primaria, que acuden a la escuela bajo la tutela de los padres. La población universitaria es adulta en su gran mayoría, por lo tanto se autodetermina y es directamente responsable de sus actos.
Este es un panorama que sigue en discusión y enfrentamiento continúo, esperemos que el tiempo le dé la razón a quien la tiene.