Celibato
Opinión

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Cartas a Horacio

Por:
septiembre 20, 2013
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Santiago, 12 de septiembre de 2013

Querido Horacio,

Te quiero contar sobre una coincidencia de hace poco. Resulta que dos amigos me enviaron, casi al mismo tiempo, dos enlaces de un mismo tema, el celibato, pero desde enfoques muy diferentes. El primer enlace es del diario The Telegraph y trae una entrevista a Sophie Fontanel, editora de la revista Elle en Francia y quien hace poco lanzó la versión en inglés de su libro: The Art of Sleeping Alone: Why One French Woman Gave Up Sex. Fontanel confesó que pasó doce años sin tener sexo, no por falta de oportunidades, sino por decisión propia. En el libro, ella explica que en lugar de tener una vida sexual insatisfactoria, pasar malos ratos ―y malos polvos―, prefería esperar a que se diera una oportunidad en la que el sexo la hiciera realmente feliz y no fuera un mero asunto que adquiere carácter de imprescindible, solo porque la sociedad así lo dicta. En esta entrevista, Fontanel reflexiona sobre lo escandalosa que resulta para la sociedad la decisión que ella tomó. A su libro, por supuesto, le está yendo muy bien en la versión original francesa y en la versión inglesa. Muchas mujeres, y ―¡vaya!― también hombres, se le han acercado para darle sus comentarios muy positivos.

El segundo enlace es una breve nota publicada por Time, donde se reproduce lo que ya apareció en muchos diarios: durante su visita a Venezuela, el Secretario de Estado del Vaticano, el arzobispo Pietro Parolin, insinuó en una entrevista a El Universal de Caracas que el celibato de los sacerdotes es un tema abierto al debate. Aclaró que  el celibato no es un dogma de la Iglesia sino una tradición y que como tal es posible discutirla para cambiarla. Si bien la noticia no escandalizó ―como últimamente lo hace el papa con sus actuaciones fuera de todo protocolo―, sí causó cierto revuelo. Será, digo yo, el morbo tan humano de pensar quién será el primer cura en inscribirse al club de los ennoviados y casados sin perder, por supuesto, su investidura sagrada. Sin embargo, cuando leí esa nota, me dio ataque de risa: ese argumento del dogma y la tradición que esgrimió Monseñor Parolin me sonó a recurso leguleyo, recoveco, vuelta de tuerca, a «busquémosle el ladito». Por supuesto, algunos analistas como Elizabeth Dias, de la misma revista Time, se apresuraron a aclarar que el celibato puede ser un asunto abierto a debate, pero que no va a ser tan sencillo que el papa cambie la tradición y los curas puedan casarse de un día para otro, por muy revolucionarias que sean sus ideas.

Es verdad bien sabida que el mundo es un hervidero de contradicciones, por lo que sé que no acabo de descubrir la pólvora con esto, pero quién lo creyera, Horacio: por un lado, Sophie Fontanel reclama en The Telegraph, según el compendio de sus experiencias personales, que la sociedad encuentre tan escandaloso el celibato. Y por el otro, la sociedad ―y, sobre todo, los seguidores más modernos de la Iglesia Católica― seguramente se sentirían como pisando la Luna, o comprando casa en Marte, si el papa un día se plantara en su balcón del Vaticano, desde donde da bendiciones y reza por el mundo y sorprendiera con un breve discurso: «Sacerdotes del mundo, tener una mujer, hijos, o simplemente una novia, no está reñido con la fe. Después de mucho conversar con Dios y por las facultades que poseo como su Representante Legal en la tierra, les digo que ya cesaron siglos de voto de castidad: vayan y vivan su sexualidad». Entonces me imagino a tantos y tantos desempolvando a las familias que ya tienen a escondidas, o a tantos y tantos buscando una familia qué hacer, o una futura relación sentimental. Me imagino todo eso  y me da risa. No es por falta de respeto, en todo caso. Con el tiempo he aprendido que, por mucho que uno esté en desacuerdo con las reglas de la Iglesia Católica, debe respetarlas, pero es que esa del celibato es tan absurda que nunca he podido entenderla del todo bien.

Supongo que Fontanel y un cura tienen mucho común: ambos optan voluntariamente por dejar de tener sexo, como consecuencia lógica de un profundo cambio en sus respectivas filosofías de vida. Gente excepcional, sin duda, porque todo eso es demasiado complejo para una pobre cabeza mundana como la mía, Horacio. Es más, te voy a contar una estupidez: en mis tiempos de católica y aún hoy cuando alguna situación de fuerza mayor me arrastra a una iglesia o a cualquier convite que implique rezos, más de una vez he espiado a los curas mientras rezan el Padrenuestro, porque, te lo juro,  a mí siempre me parece verlos transpirar y temblar ―puede ser una fugaz gota de sudor y un temblor casi imperceptible― cuando llegan a la parte en que le piden a dios que no los deje caer en la tentación. Y pienso en la razón que asiste a la tuitera @Marcepinta al asegurar que madurar es dejar de reírse en la iglesia cuando el cura dice: "Lo tenemos levantado hacia el Señor".

Abrazos,

Laura.

www.lauragarcia.cl

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