Humberto Corredor, a quien está dedicado la novela Celia Cruz: Reina Rumba, el mayor coleccionista de la Sonora Matancera del mundo y empresario musical, amigo de infancia del barrio obrero, me llamó el 16 de julio de 2003, a las diez de la mañana, y me dijo que Celia Cruz había entrado en coma, que me volvería a llamar para anunciarme su fallecimiento. Blanca Lasalle, vocera de la familia, confirmó su fallecimiento sobre las cuatro y cuarto de la tarde. Murió en su casa, de Nueva Jersey, al lado de su familia.
Humberto solo tuvo fuerzas para decirme: “Ya se murió” y colgó. Caminé por el largo pasillo del tercer piso de la vieja Estación del Ferrocarril, y cuando llegué a mi puesto de trabajo, recordé su voz cuando me llamaba en sus visitas a Colombia, por diversas circunstancias casi nunca me encontraba y me dejaba un recado en el contestador:
-“Umberto, ya estoy en Bogotá, llámame al Tequendama”.
No tuve tiempo de llorar cuando empezaron a sonar los teléfonos de diferentes emisoras del mundo y de un gran número de periódicos y revistas de Colombia:
-Usted es el único biógrafo en vida de ella, queremos un artículo especial, o queremos sus declaraciones ya, o su participación en un especial mañana, en fin.
En 1980, propuse hacer una novela sobre Celia Cruz en un concurso de proyectos a realizar de Colcultura y la Universidad de Antioquia. Resulté favorecido y felizmente coincidió que la Fania All Stars venía a Colombia, contratada por Larry Landa, quien había sido el fundador del Carnaval de Juanchito. Lo fui a ver y le comenté el proyecto. Larry me dijo:
-No hay problema, vamos a Barranquilla, donde se inicia la gira, y ahí te pongo a hablar con Celia. Eso sí, háblale a ella, pero no le quites la mirada a Pedro Knight porque es él quien decide.
Celia y Pedro me escucharon, se miraron, él dijo que si, y Celia complemento:
-Umberto, no perdamos tiempo, prende tu grabadora.
¿Por qué Celia Cruz?, es la pregunta que me hacen hoy en día. Para un hijo del barrio obrero de Cali toda la Sonora Matancera estaba dentro de mí, pero inicialmente los amantes furibundos de esta agrupación cubana se dividieron entre Daniel Santos y Bienvenido Granda. ¿Por qué, entonces, inclinarme por la Guarachera cubana? Ahí estuvo la claridad y el diáfano entendimiento de los alcances de leyenda que iba a lograr Celia Cruz. La novela se publicó en diciembre de 1981 y en los primeros meses de 1982, Guillermo Cabrera Infante escribió: “Es un reportaje, una entrevista, una biografía, una autobiografía, una confesión y a la vez un poema. No había visto nunca antes una apropiación tan total de la música cubana –excepto, claro, en ciertos músicos de salsa-. Pero no como música vivida, como literatura”. Celia Cruz, igualmente, siempre lo consideró como su libro.
En una carta que me envió desde Nueva York, fechada el 13 de enero de 1982, escribe:
“Le felicito, por el libro. Me lo lo leí en un avión que me llevaba a México. Yo creo que está bueno, y mil gracias por inmortalizarme, ja, ja. Pedro también está contento con el libro, y también lo leyó”.
Años después, cuando la primera edición del Diccionario de la Música Cubana, de Helio Orovio, los dejara por fuera, no sólo a Celia Cruz, sino a la Sonora Matancera y a muchos músicos del exilio, comenté duramente esta actitud y le remití mi artículo a la reina de la salsa. En julio de 1994, cuando estuve en La Habana, Orovio me explicó que esa había sido una decisión oficial de la cual no tenía responsabilidad y necesitaba que Celia Cruz lo entendiera. Posteriormente salió en una comisión cultural a Estados Unidos, se encontró con su coterránea y le pidió disculpas.
Celia le contestó con las mismas palabras que días después utilizará en un reportaje que fue republicado por varias agencias internacionales.
-No te excuses, Helio, que al fin yo ya tengo mi libro, es una lástima que no lo haya escrito un cubano, sino un caleño”.
Sin duda es el honor que me cabe, haber intuido su trascendencia para dejar un testimonio 22 años antes de su muerte. Siete ediciones, una muy grande en México de 50 mil ejemplares, y la última en diciembre del 2002, gracias a la editorial Atenas, en donde por primera vez incluí un nuevo capítulo titulado “La Reina corona el siglo”, donde hago un resumen de lo que sucedió con el libro durante todos estos años, y las diferentes conversaciones con Celia Cruz, hablándome de sus amigos de la Sonora Matancera que se iban muriendo, cómo entendía y sentía la muerte, y la relación tan hermosa que el libro había originado con Guillermo Cabrera Infante.
El 18 de julio de 1986, enviada desde Alemania, recibía una tarjeta postal que me decía:
“Amigo Umberto, saludes desde acá, de gira con Tito Puente. En Londres me fue a ver Cabrera Infante”.
Cabrera Infante siguió elogiando la decisión de escribir sobre Celia Cruz y el libro. Al respecto escribió: “Umberto Valverde, joven Jonás que en Cali, al otro extremo de un Caribe metonímico, ha vivido el monstruo marino y le conoce las entrañas musicales. Ha hecho nacer una Venus negra, una Venus afro, a la que él llama Reina Rumba. Con una intuición más de poeta que de periodista o de escritor, Valverde ha compuesto un libro que es un homenaje y al mismo tiempo un poema épico a la lírica Celia”.
La negrita que sólo quería ser soprano
Celia Cruz, la niña pobre que nació en el barrio Santos Suárez de La Habana, que escuchaba a su padre cantar “Capullito de Alhelí” y veía todas las películas de Shirley Temple y Lily Pons, quien llegó a la Sonora Matancera porque el azar es como un golpe de dados, esa negrita delgadita que al decir de Rogelio Martínez chillaba mucho en sus inicios pero que la apoyó incondicionalmente a pesar de la oposición del presidente de la Seeco.
Como bien lo resume Guillermo Cabrera Infante: “Aquí y antes, en Cuba y en Nueva Cork, Celia muestra, demuestra que es una de las grandes creadoras del canto y del encanto negro. Ella está a la altura de Bessie Smith y de Billie Holiday, más allá de Sarah Vaughan y de Ella Fitzgerald y de Nina Simone. Celia es la canción: Fue son y sonora, antes como ahora es la salsa. Celia es como su voz: generosa pero precisa, nada menos que música. Esto si no la hace una diosa, la hace al menos una musa. No está nada mal para una negrita que sólo quería ser soprano y cantar en la ópera”.
Celia Cruz aprovechó la única oportunidad que le ofreció la vida, en esa ciudad donde abundaban las cantantes, alcanzó la consagración a pura tenacidad y se convirtió en leyenda. La voz que fascinó a un continente, que conmovió el mundo, que puso a bailar a Europa y el Japón, nos hizo creer que era inmortal. El 5 de de diciembre de 2002 la noticia de su operación en el Hospital Presbiteriano de Manhattan nos hizo volver a la realidad. Después de cinco horas de intervención, de cancelar una gira por Centroamérica y posteriormente de confirmarse el cáncer que la acecha, entendimos el interés que siempre mostró por el fallecimiento fulminante de Miguelito Valdés. Celia Cruz terminó diciendo repetidamente: “yo quiero morir en la tarima” y ahora no puede estar frente al público.
El 13 de marzo de 2003, Celia Cruz asistió al homenaje que le ofreció Telemundo, con la participación de grandes figuras latinas como Marc Anthony, Gloria Stefan, Gilberto Santa Rosa, Luis Enrique, la India, Víctor Manuelle, Albita Rodríguez y Olga Tañón, entre otros. Fue un gran espectáculo de exaltación y respeto por la más grande cantante del siglo. Celia Cruz aplaudió a todos los que le cantaron, los besó y subió al escenario para dar los agradecimientos y entonar unas cuantas estrofas. “Recen por mí, dijo Celia, le agradezco a Dios porque cuando me dio la malanga esa no me llevo”.
Nueva York lloró por Celia Cruz
Cuando se iniciaba el desfile desde la Funeraria Frank E. Campbell en Madison Square Garden con 81 Street, empezó a llover en Nueva York en pleno verano. El imponente carruaje blanco, adornado con flores y con una bandera cubana, se encaminaba hacia la Catedral de San Patricio, en donde se encontraban miles de personas. Mil quinientas recibieron el privilegio de entrar a la Misa de la Eucaristía. Las demás se quedaron afuera soportando la lluvia y la tormenta eléctrica.
El día anterior habían desfilado 75.000 personas para dar el último adiós a la Reina Rumba. Su cuerpo venía de una larga ceremonia preparada por la comunidad cubana en el exilio que manipuló el fallecimiento de la cantante habanera contra el gobierno de Fidel Castro, que a su vez, había reseñado con mezquindad la noticia de su muerte.
En la filmación de un especial de televisión había declarado: “Quiero que me entierren con una peluca”. La maquilladora y peluquera Ruth Laviera Sánchez confesó: “Fue grande porque tuve que llenarme de valor para hacerlo. Cuando terminé parecía que iba para un concierto”. Personas de toda Latinoamérica desfilaban con sus banderas y la miraban asombrados y tristes.
Cuando entré a la oficina de la funeraria para ver a Pedro Knight estaba demacrado y trababa de comerse un sándwich. Intentó pararse, lo detuve con las manos y en voz alta, pero sin mucha fuerza, dijo: “El es Umberto, quien escribió el libro de Celia”. Le di un beso en la mejilla y volví a salir al salón donde estaba Celia. Por ahí estaban Marc Anthony y la India, llegó haciendo un poco de drama. Por supuesto, se encontraba Johnny Pacheco, Raffi Mercado, El Canario, y más tarde pasó Calixto Leicea, con más de 96 años.
Nueva York cumplió dándole toda la importancia para una artista fuera de serie: El centro de la ciudad fue cerrado por más de cuarenta cuadras. Se realizó la misa de la Eucarístia en San Patricio, que duro dos horas, con la participación de Patti LaBelle en el “Ave María” y en el Cántico de Salida, una versión de “La negra tiene tumbao” por Victor Manuelle. Posteriormente se le llevó al cementerio Woodlawn, en el llamado condado de la salsa, el Bronx. El cuerpo de Celia recibió un homenaje con flores y luego se trasladó a un congelador. La decisión de la familia era construir un mausoleo que durará tres meses. Al día siguiente, decenas de seguidores acudieron al cementerio con la esperanza de visitar la tumba, encontrándose la sorpresa de que nadie pudo informarles sobre el sitio exacto donde estaban los restos. La versión me la confirmó Alfredo de la Fe, quien permaneció hasta el final y fue la que yo entregué en mi crónica del funeral para la revista Cromos.
Johnny Pacheco lo dijo: Las dos iniciales más conocidas son Celia Cruz y Coca Cola, ambas son empiezan por doble C.
Fragmento de un texto que escribí para mi libro CON LA MÚSICA ADENTRO, que fue mi visión de su muerte y del entierro de nueva york, al cual asistí en el 2003.