¿Caudillos de pacotilla reinan en Latinoamérica?

¿Caudillos de pacotilla reinan en Latinoamérica?

Un giro político hacia la izquierda es lo que vive el cono sur de América, donde la pandemia dejó miseria y la esperanza de recuperar algo de lo que han perdido

Por: Juan Carlos Camacho Castellanos
octubre 24, 2022
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¿Caudillos de pacotilla reinan en Latinoamérica?

“La ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y acierto de su ejercicio. Algunos dirán que es antidemocrático pero la democracia, tal como ha sido ejercida hasta ahora nos ha llevado a este triste destino”.

Juan Bautista Alberdi

La idea básica de cualquier democracia es que, cada cierto tiempo, y de acuerdo a reglas mutuamente aceptadas por los ciudadanos se pueda escoger entre diferentes opciones a un administrador que de manera adecuada dirija los destinos del país haciendo un efectivo uso de los recursos disponibles para lograr una adecuada calidad de vida para los ciudadanos que, por supuesto, son sus empleadores.

Esto, por supuesto se refiere a los tres poderes que, de manera independiente, se auto regulan y que, es claro, también están al servicio de los electores.

El presidente, por tanto, no es un líder monárquico o un “tirano” temporal electo que debe disfrutar de groseros privilegios o que pueda gobernar de acuerdo a su buen saber y entender desde una ideología específica o modificando el sistema constitucional para que se adapte a sus deseos o caprichos.

Lo anterior no es más que el fundamento teórico de un verdadero gobierno que se enfoque en el servicio y la posibilidad de cambiar a aquellos funcionarios que no cumplan con normas que realmente protejan a la ciudadanía frente a los excesos en que puedan caer los poderes ejecutivo, legislativo o judicial.

Pero la realidad es otra. Nuestras naciones (una gran mayoría) son el pasto de los peores demagogos y populistas que se hayan podido ver en una época en la que el conocimiento debería protegernos de esa feroz fauna.

En lugar de ser países administrados son naciones sojuzgadas por caudillos, mesías de pacotilla y reyezuelos electos por votación popular.

Ya no se coronan, se posesionan y piden que les traigan espadas o que les muestren los huesos o cenizas de aquellos próceres ya extintos como hicieran Petro con la espada del Libertador o Chávez con los restos mortales de ese mismo manoseado líder (Simón Bolívar) que tanto regurgita la nauseabunda causa revolucionaria suramericana.

Desde Argentina hasta las fronteras de México con EE. UU., la clase noble política se erige como una nueva nobleza que requiere, de manera voraz, cada vez más recursos para alimentar su sed de poder; para sentarse en sus tronos a regir con displicencia los destinos de sus vasallos (ahora votantes) de acuerdo a su ideología y no en busca del beneficio común y el cumplimiento de las ordenes de los ciudadanos.

Estos nuevos reyes se "coronan" con una banda presidencial, traen a otros monarcas (electos o que aún preservan su nobleza como algo hereditario, tal como sucede con el simbólico reino de la corona española) para sentirse halagados cuando los llaman "su excelencia" y se pasean muy ufanos frente a las masas exultantes de alegría y de memez que los aplauden pensando que ese momento es el non plus ultra de la democracia de una nación.

Luego, estos caudillos de pacotilla, empiezan con sus cuatro años de privilegios (en otras naciones con períodos aún mayores) y rigen los destinos de sus feudos buscando el mejor provecho para ellos y para sus serviles funcionarios.

Aviones de lujo, casas presidenciales onerosamente decoradas, buena comida, vehículos con escolta que se desplazan a altas velocidades mientras se cierran calles y avenidas para que pase “el rey” o sus conmilitones.

En fin, privilegios que implican un gasto y un despilfarro de recursos que le son exprimidos a los ciudadanos con impuestos cada vez más altos y bajo la amenaza velada de acciones punitivas si no contribuyen con el magnánimo Estado que, desde sus privilegiadas mesas y sus pantagruélicos gastos, dejan caer unas cuantas migajas a ese pueblo indolente.

Esos que en otro proceso electoral volverá a elegir a su reyezuelo o a otro que también vendrá a engrosar esas dinastías democráticas que vinieron a sustituir aquellas descabezadas en la revolución francesa o acribilladas en la sangrienta revolución bolchevique.

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