Sí, pero no. No se trata del lanzamiento del libreto de una novela para las cadenas privadas de televisión colombianas, pero, desafortunadamente, sí se trata de la constatación de una larga y triste historia de ambiciones extremas, atropellos y odios.
Hace mucho, pero mucho tiempo atrás, en un territorio conocido hoy como el Cauca, mucho antes de la bárbara llegada de la contrarreforma española, en cabeza, manos y nalgas de no tan nobles hidalgos, vivían más o menos de forma pacífica unos nativos, quienes salvo uno que otro zaperoco causado por la ingesta excesiva de bebidas espirituosas, o por intentos de desarmonizar las comunidades, se dedicaban a sacar de la tierra únicamente lo que necesitaban para vivir, además de pasarse el tiempo mirando las estrellas y pensando en el porqué de todas las cosas. Vivían dignamente y en paz.
Fue entonces con la llegada de unos no tan ilustres españoles de quienes se jactan descender, una que otra senadora uribista y uno que otro que le cree, cuando la ambición, la componenda, el maltrato y la violencia entraron en escena. Sin embargo, cuentan que en uno de esos arrebatos de caridad cristiana a los sucesivos reyes de la época les dio por respetar la propiedad ancestral de los territorios de los indios y hasta títulos les dieron. Fue desde esa época que comenzaron los tira y afloje por tan prósperos territorios allá en el Cauca. Resumiendo, no bastó con la lucha guerrillera de la independencia comandada por el sedicioso Simón Bolívar, alias “culoefierro”, ni las promesas de los incipientes liberales, los rezos o las jaculatorias de los godos, para que se respetara la pertenencia ancestral de la tierra caucana por parte de los indios y su forma de ver y hacer el mundo, desde entonces, los ancestros, repito, no tan ilustres de quienes hoy reclaman blancura en el senado, se han dedicado a saquear, expoliar, desplazar y amedrentar a todo aquel, indio, negro o campesino que ose a poner en duda el carácter divino de la expropiación de los nuevos prósperos hidalgos vallecaucanos.
Los nuevos nobles criollos, una vez llegados a su madurez de edad republicana, solo se dedicaron a acumular y acumular las tierras que originariamente eran de los indios. Se dedicaron a dividir a indios, negros y campesinos para que se mantuvieran dando en la jeta por godos o liberales y a fe, que hasta hoy, lo siguen haciendo con otros partidos que lideran los mismos y las mismas desde hace más de doscientos años, es más, aunque con presidentes y ministros a bordo, el Cauca sigue sumergiéndose triste y casi que inevitablemente en el olvido, en la miseria, en la discriminación, en la muerte, a pesar de poseer una de las tierras más ricas del país.
Ahora en pleno siglo XXI, una que otra senadora, descendiente de los, según ella, nobles hidalgos, que a punta de acero y cruces domesticaron a los feroces indios enemigos de las buenas y sanas costumbres judeocristianas, junto con el nuevo notablato regional, insisten en susurrar al oído a don Iván Duque, ilustre mandadero presidencial del prócer Uribe Vélez, que no olvide las épicas batallas de sus nobles antepasados, para que lleno de real enjundia colombiana, mande a desenvainar los modernos arcabuces de las heroicas tropas colombianas, para que a sangre y fuego imponga el majestuoso orden perdido por causa de la moda anarquista de la democracia participativa, el derecho a la movilización social y la protesta, novelerías endilgables a la mano blanda con la que don Juan Manuel, excelebérrimo miembro de la aristocracia colombiana, gobernó, osando a dialogar y ¡oh locura infinita!, hasta negociar con la gleba maloliente y zarrapastrosa, con el resultado que hoy ven aterradas, las gentes de bien de esta maltratada Colombia.
Sin contar las otras historias, las de los constantes saqueos al erario, las del sempiterno amiguismo clientelar, las de las mafias de la contratación y otras delicias de la moderna modernidad caucana y colombiana, esta es en resumen la novela del departamento del Cauca: una herencia de sangre.