Cómo así, Caterine, a qué hora decidiste meterte en esta trampa, cómo se te ocurre dejar el vuelo inmenso con el que conseguiste hacer tronar el viento, para dedicarte de aquí en adelante a andar cautelosa entre papadas del Congreso, luchando con parágrafos resbaladizos en la jungla de un concilio de políticos hace rato sintomático de una república en caída.
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Eso no es para ti, lo tuyo no parecen ser los saltos bajos; hay un letrero brillante tentándote a cruzar el umbral, pero no vale la pena, no merece un instante de tu aleteo
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Eso no es para ti, lo tuyo no parecen ser los saltos bajos; hay un letrero brillante tentándote a cruzar el umbral, pero no vale la pena, no merece un instante de tu aleteo. Te habrán prometido por seguro, como saben hacer los políticos de cuero duro, que en tus manos está cambiar la historia del país, la travesía del deporte con nuevas y poderosas leyes, que darás otra esperanza de vida a miles de corredores y pesistas pobres molidos por esta máquina de robar sueños; te venderán desde un manual de autoayuda la idea de que solo con gente honesta y sudorosa de trabajo como tú será posible transformar de una vez por todas la politiquería, el Congreso, las trampas, el gesto, la credibilidad de la gente agobiada a causa de ese mal olor que se propaga.
Te aseverarán de igual modo que nada es más esperanzador que personas de alta competencia como tú en un órgano cundido de guerrilleros y aparecidos. Y quizá que una Caterine, incluso media, es profundamente más beneficiosa que cien Benedetis o mil Rodrigos Laras, y aunque esto último si que resulte cierto, no es suficiente para dar semejante paso en falso.
Solo observa unos minutos más a tu lado, no se requiere mucho esfuerzo ni malicia: quién es quien te pone en la lista de la elección, quién te promete nuevos oros y trata de llevarte de la mano con la intención de beneficiarse de cualquier número que le sume clientelas, quiénes son tus sinuosos compañeros de aspiración, con quién o para quién trabajan, el partido que te avala; mira mejor con ese cálculo que moldeaste para no pisar la raya en el salto, a quiénes te enfrentas, cómo es la componenda, de qué modo se transa a ras de piso la política, cuándo hay que compartir mal aliento de gente oscura.
El pescado está envenenado, Caterine. Este no es el salto más importante de tu vida como has expresado con ilusión, eso es solo una frase amasada fácil por publicistas de momento. Este en realidad, fíjate bien, es un brinco demacrado, una tentación, una golosina de poder con guardaespaldas que pasa pronto y por lo general colmada de desilusiones.
Ya vienen elecciones, abre el periódico, la ventana; te invadirá la imagen de un universo de aprovechadores haciendo publicidad para apoltronarse en el próximo Congreso, las repugnantes vallas promeseras concebidas por alguna empresa de fumigación. Pagaremos su propaganda, vivirán un tiempo de nuestro dinero y nos proveerán a cambio una buena dosis de glifosato a la cabeza, toda la miseria existencial adornada en selfies.
No necesitas que te llamen por un tiempo doctora Caterine, no necesitas reverencia de la gente que seguramente te quiere, no requieres su cortesía excesiva, doblegada, el aplauso conveniente que se brinda por necesidad al honorable tal. Estás a tiempo de dar un salto atrás, puedes conservar tus oros, ese vuelo que aún nos permite verte flotando.