Por más que el poder mediático se empeñe en minimalizar como un simple disturbio común en cualquier país, los hechos del 1 de octubre dejaron mal parado al gobierno de España ante el mundo. Lo cierto es que uno de los gobiernos que más ha condenado la represión y las medidas antidemocráticas en Venezuela ha quedado mal parado, por lo menos moralmente.
El referendo que se hizo en Cataluña ha recrudecido un viejo y antiguo debate de la ciencia jurídica, qué hacer cuando el derecho en lugar de solucionar se convierte un obstáculo para resolver un conflicto. Desde el punto de vista legal el referéndum no era válido, pero hay que hablar de un elemento muy importante, la legitimidad, esa que terminó de perder el gobierno español cuando obligó a sus fuerzas represivas a confiscar papeles y cajas como si se tratara de drogas o material explosivo, de manera muy violenta y agresiva, ante una ciudadanía que valientemente se supo enfrentar pacíficamente ante estos. “Así de valientes son con los terroristas” era la frase que se le escuchaba gritar a los ciudadanos, haciéndole referencia a la agresividad con la que los atacaba la Guardia Civil, pero la ineficacia con la que han tratado los atentados en esa misma región. Acto que no hace más que reflejar el desprecio y el poco respeto que sienten los catalanes por las instituciones españolas, que se ha reflejado siempre en chiflas al himno de España e irrespetos a la figura del rey.
Así Mariano Rajoy no lo reconozca de palabras, de hechos si reconoció la legitimidad del referéndum. Fácil era dejar que se realizara e ignorar como si no hubiese pasado nada, luego judicializar a quienes destinaron dinero público para una actividad ilícita. Sin embargo, Rajoy sabe que la independencia de Cataluña es inminente y precisamente lo que quiso evitar fue el baño de legitimidad al proceso que ya se viene, la constatación publica, la prueba fehaciente de que el 90% de los catalanes no quieren ser de España. Eso fue lo que Rajoy quiso evitar a toda costa, para que la Cataluña independiente no gozara de legitimidad ante la comunidad internacional, y por ende no tuviera reconocimiento alguno.
No obstante, la jugarreta le salió mal. Cataluña salió más fortalecida, puesto que al final del día la ciudadanía se pudo expresar y con un aire más victorioso aún, con la imagen de un gobierno desesperado por callar la democracia que apeló a la violencia, golpe fatal para España. Ahora solo falta que la élite catalana sepa canalizar esta indignación mundial y liberarse después de 200 años de la corona española. Por su parte a Rajoy la última carta que le queda es apelar a que Estados Unidos y la Unión Europea le correspondan al servilismo prestado todo este último tiempo. Amanecerá y veremos.