La palabra castrochavismo sugiere sectarismo, rigidez, control ciudadano y enrarecimiento de la vida política. Esto último, enrarecimiento de la vida política, es el producto de combinar factores que permiten manipular, determinar y perpetuar un determinado modelo de gobierno. Me refiero a la alianza de un partido político dominante y unas fuerzas armadas que adhieren, de modo irrestricto, a los principios ideológicos de dicho partido. La alianza puede forjarse desde el lado civil cooptando a las fuerzas armadas, caso de Hitler en Alemania; o desde el militar, cooptando a uno o varios partidos políticos, caso de Francisco Franco en España.
En Cuba, un movimiento insurgente accedió al poder en su lucha contra un dictador y en pocos años reorganizó el ejército según sus criterios, al tiempo de estructurar un partido político del que el nuevo ejército ha hecho parte activa. En Venezuela, un ex militar golpista accedió al poder a través de las urnas, reestructuró unas fuerzas armadas que conocía desde adentro y las cooptó con éxito, poniéndolas al servicio del programa político que elaboró con sus aliados civiles.
Hitler, Franco, Castro y Chávez forjaron alianzas políticas de carácter cívico-militar para galvanizar sus proyectos de gobierno y arrinconar a la oposición. Cabe preguntarse entonces si la firma de la paz con las Farc implica de verdad, o no, la posibilidad de que las Fuerzas Armadas de Colombia se plieguen al programa político de izquierda que la guerrilla más antigua del planeta ha preconizado durante más de medio siglo. La respuesta es no, rotundamente no. Semejante albur no tiene perspectiva por carecer de base operativa real.
En las filas castrenses no hay oficiales de inclinaciones o simpatías izquierdistas porque las academias militares y el sistema de ascensos resultan ser los filtros que impiden semejante eventualidad. Existe en cambio (lo sabemos gracias a ACORE), una facción bastante activa que tiene a Uribe por faro y mentor. El ex presidente tiene su residencia bogotana en un cuartel, recibe información privilegiada de fuentes castrenses, revela coordenadas secretas, se adelanta a tuitear noticias oficiales no reveladas aún, etc. Se deduce, dado que los hechos son tozudos, que el único riesgo de sumir al país en el sectarismo, la rigidez, el control ciudadano y el enrarecimiento de la vida política reposaría en una futura alianza del Centro Democrático, si su cúpula retornase al poder, con la facción castrense que aplaude y apoya a su jefe. Esta eventualidad sin embargo es igualmente irreal.
Aunque imperfecta, la democracia colombiana no está para cucharas. Las Fuerzas Armadas tampoco, porque en sus filas hay sectores democráticos cuyo talante institucional es bastante firme. En conclusión, la paz no implica ningún riesgo de corte castrochavista por ser una alternativa ajena a la realidad colombiana, dicho lo cual cabe hacerse una pregunta: Si sus tesis triunfaran, ¿qué harían en la práctica los partidarios del NO a los acuerdos de La Habana? Porque todo comenzó, bueno es recordarlo, cuando el Frente Nacional prohibió la elección a concejos, asambleas, cámara y senado de ciudadanos que no fueran conservadores ni liberales. Sintiéndose vulnerada, la izquierda se fue al monte. Y allá seguirá si la interdicción continuase, ignorando así, quienes se proponen prolongarla, que la guerra fría es un muerto que los colombianos debemos enterrar para siempre.
