La reconciliación es una de las mayores aspiraciones de toda sociedad posconflicto y esta, para hacerse real y trascender el cliché implica acciones concretas estrechamente vinculadas a verdad, reparación, perdón y justicia. Si estos elementos están ausentes la palabra reconciliación no hace sino parte de los términos desposeídos de sentido que agita periódicamente cualquier actor político.
Tal es el caso del fujimorismo peruano, una fuerza nutrida por la amalgama de militares, empresarios, mafiosos y sectores pauperizados convertidos en masa de maniobra. En virtud de su peso numérico en el congreso peruano y un vil intercambio de impunidades el fujimorismo acaba de conseguir el indulto a su fundador Alberto Fujimori trayendo otra vez los muy próximos recuerdos del conflicto armado interno. La guerra interna fue el escenario en el que el expresidente edificó su (des)prestigio con una ofensiva antisubversiva que pisoteó derechos humanos, que basó su estrategia en elementos de inteligencia policial, así como en escuadrones de la muerte y desapariciones forzadas. Como todo proyecto antipopular de orientación neoliberal, el Fujimorismo avanzó de la mano con represión; los modales del neoliberalismo son más o menos conocidos por los pueblos latinoamericanos que han visto la implementación de esas políticas de manera más o menos homogénea. En países que han conocido falsos positivos, desplazamiento forzado y “mano firme” seguramente huelga narrar los horrores de la guerra interna. Sin embargo, hasta ahí no más llegan los símiles.
Colombia atraviesa un proceso de paz que naturalmente agita intereses y pasiones, el tema de la reconciliación es pertinente y puede generar comparaciones en extremo simples como aquella que un ciudadano plantea en Las2Orillas respecto a la supuesta incoherencia de quienes no perdonamos a Fujimori, pero creemos en la reconciliación y la necesidad de la paz en Colombia.
En el Perú no existió proceso de paz de ningún tipo, la guerrilla fue sencillamente abatida hasta sus cimientos, no se hizo necesaria transacción alguna, una vez derrotado Sendero Luminoso propuso desde la prisión una salida dialogada que fue usada electoralmente por Fujimori, y el MRTA también abordó la posibilidad del dialogo, pero desde la Embajada Japonesa capturada. La Comisión de la Verdad y Reconciliación peruana sólo fue posible con la caída de la dictadura de Fujimori. Fenecido el régimen con la fuga de Fujimori al Japón los peruanos fueron conociendo que el dictador no sólo había sido criminal sino además ladrón. Aquel frente ciudadano que aprobó la mano dura contra la subversión fue disolviéndose ante el hallazgo de millones en cuentas en el exterior. Una sociedad desesperada lamentablemente puede tolerar los “excesos” y los males necesarios para derrotar a la insurgencia malignizada, así los peruanos que miraban a otro lado ante el secuestro de estudiantes para incinerarlos, la esterilización forzada de miles de campesinas, los tribunales militares sin rostro ya no fueron tan consensuales cuando el país supo que los grandes nortes de la dictadura en realidad escondían un festín de corrupción ya legendario en la historia peruana. Como con Pinochet, Fujimori dejó de ser para muchos un cruzado en guerra contra el comunismo al saber del latrocinio que aprovechó.
El indulto al dictador peruano es el resultado de una vil toma y daca entre corruptos, una transacción ruin en la que el presidente Kuczynski salvó su pellejo comprometido con Odebrecht liberando al sentenciado por crímenes de lesa humanidad. No obstante, este se presentó alegando una situación de salud, lo real es que las mayores autoridades médicas señalan que el dictador no padece ningún malestar que no sea propio de su edad.
No vamos a reiterar las comparaciones groseras, pero mal que bien, el proceso de paz en Colombia es el resultado de un largo proceso de diálogo con diversos actores más allá de la primera fila de la confrontación, existen de hecho observaciones válidas pero no puede negarse que la reconciliación en Colombia, siendo igual de esquiva, se plantea sobre un terreno cimentado por herramientas como la JEP, la Reforma Rural Integral, la representación política de las víctimas mediante las Circunscripciones de Paz, en todos estos casos el establecimiento colombiano ha desfigurado la naturaleza de estas demandas, aun así son encarnadas por importantes sectores sociales en la medida que atienden deudas históricas con el país. La reconciliación no es una frase hueca donde hay combatientes que se esmeran por obtener su bachillerato, donde hay actos concretos de perdón, donde ellos mismos exigen la implementación de proyectos productivos para su reincorporación económico-social y además existe una voluntad sostenida de participación electoral de parte de la insurgencia. No hace falta ser izquierdista sino sencillamente humano para demandar un compromiso con la paz y reconciliación y en ese sentido es que debe ir cualquier iniciativa coherente desde las fuerzas alternativas en Colombia.
Sin embargo, el mismo colombiano que apuesta por la paz y el perdón para su tierra lamentablemente no puede extender esta actitud para el caso Fujimori; no existió proceso de paz, el dictador ha rechazado de manera sistemática y sostenida cualquier expresión de perdón y reconocimiento a sus víctimas y prefiere cualquier malabarismo verbal antes que esbozar un sincero reconocimiento. El dictador literalmente se paseó sobre los cadáveres de sus adversarios, persiguió hasta la ruina a sus opositores, el fujimorismo tiene una voluntad de soberbia y autoritarismo que se sostiene hoy con su mayoría parlamentaria. Es coherente, al margen de cualquier filiación política, rechazar la impunidad transada con el crimen.
Nuestro compromiso con la paz en Colombia y la reconciliación como proceso debe hacerse extensivo para cualquier escenario o personaje donde se vislumbre voluntad de enmienda, acciones concretas de perdón, verdad y no repetición. Por supuesto que más importante que la prisión son la verdad y justicia, en el mundo para las víctimas el efecto de saber lo ocurrido repara, el pedido de perdón dignifica, la prisión de Fujimori corresponde íntegra en tanto este no se arrepiente, se reivindica como el mejor presidente de la historia. La mayor coherencia radica más bien en rechazar con la misma fuerza la impunidad de quienes usan palabras como reconciliación para amañar pactos de cúpula, borrón y cuenta nueva.
Y esa voluntad existe en los peruanos. El Gral. Nicolás de Bari Hermosa Ríos, excomandante general del Ejército, sentenciado por el secuestro y asesinato de estudiantes, que devolvió 30 millones que había robado a sus fuerzas armadas, hoy se encuentra en condición vegetativa, diversos informes médicos sustentan inclusive la demencia senil de quien en su momento fue socio principal de Fujimori, en este caso la cárcel no tiene ninguna función y los mismos defensores de derechos humanos que lo denunciaron hoy abogan por su indulto. No, los odios no pueden ser inmortales, si antes hay verdad y reparación.