La Constitución argentina de 1994 que estableció el sistema de las dos vueltas electorales, determina que si un candidato presidencial saca el 45 % o más de los votos en la primera es elegido, y si saca el 40 % o más y el segundo está 10 puntos o más por debajo, también es elegido. La razón es que cuando hay una manifestación tan clara de la opinión pública es muy difícil remontar esa diferencia y se desperdician muchas energías y dinero para obtener el mismo resultado. No es necesariamente cierto porque depende de la composición de resto del escenario político, pero es una solución realista.
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, Iván Duque sacó el 39 % de los votos, seguido por Gustavo Petro con un 25 %. 14 puntos de diferencia que equivalieron a 2 700 000 votos. La posibilidad de remontar esa diferencia es prácticamente ninguna, porque Petro no tiene un mayor espacio político para crecer. Durante la campaña se dijo que tanto los votos del Polo Democrático como los de la Alianza Verde que no apoyaban a Sergio Fajardo ya estaban en la campaña de Petro, así que una adhesión formal del Polo que sacó menos de 800 000 votos en la elección parlamentaria no va a hacer la diferencia, ni tampoco una adhesión formal de la Alianza Verde que no incluya el apoyo de Antanas Mockus.
La Coalición Colombia, dirigida por Sergio Fajardo, cuyo no paso a la segunda vuelta por 1.3 % es toda una tragedia nacional, porque representaba la posibilidad real de un saneamiento de la política basada en la lucha contra la corrupción, la transparencia en las decisiones públicas y el poder de la ciudadanía, sacó 4.6 millones de votos, 2.6 más de la sumatoria de los votos parlamentarios del Polo y la Alianza Verde. Son votos sin compromisos partidarios, del centro político, que en el mejor de los casos, descontada la abstención de los más desilusionados, se repartirán entre Duque y Petro más o menos en la misma proporción de sus actuales porcentajes, 39 y 25. De otro lado, aun suponiendo que buena parte de los votos de De la Calle vayan a Petro, son en sí una suma insignificante.
Y esos son todos los votos, o menos, porque en las segundas vueltas tienden a votar menos personas porque pierden el interés al ver que sus candidatos preferidos ya no están en el juego o porque consideran que dados los porcentajes la decisión ya está tomada. Lo cual les da bastante razón a los argentinos. El punto central es que en un debate electoral que se convierte en una lucha del establecimiento político, económico y social, contra alguien que lo descalifica, con tan desiguales fuerzas, gana el más fuerte. Para bien, porque no estamos para mesías, ni para audaces teorías económicas que desestabilicen a la Nación, ni para experimentos de ingeniería social cuyo fracaso ha sido demostrado en todas partes.
Otras serían las cuentas si hubiera pasado Sergio Fajardo,
él si con la capacidad para aglutinar
todas las fuerzas del centro y el centro izquierda
Otras serían las cuentas si hubiera pasado Sergio Fajardo, él si con la capacidad para aglutinar todas las fuerzas del centro y el centro izquierda. Allí quizás los constitucionalistas argentinos no hubieran tenido la razón.
El otro asunto muy distinto es que Iván Duque necesita conformar una coalición mayoritaria en el Congreso para poder gobernar. Y allá están yendo a parar los parlamentarios no con una oferta adicional de votos, que ya no controlan, sino con su poder de negociación. Entre el Partido Liberal, Cambio Radical y el Partido de la U, suman 6.9 millones de votos parlamentarios con 44 senadores, mientras sus candidatos no llegaron a dos millones de votos, lo cual marca el tamaño de su importancia para negociar los términos de su participación en el gobierno, y la moderación de su agenda de derechas, que seguramente se dará porque el Centro Democrático es una minoría.
Así que gústenos o no el presidente será Iván Duque y el jefe de la oposición, con derecho a una curul en el Senado, Gustavo Petro. Como lo anunció en la campaña, Duque buscará que haya un gobierno con la mayor inclusión posible de las fuerzas políticas, lo cual es casi una necesidad para reconciliar al país después de tantos conflictos armados y verbales. Dijo Iván Duque en su campaña que iba a ejercer la Presidencia sin la tutela de Álvaro Uribe, su gran elector. El compás de espera que se le dará será sobre todo para saber si eso es cierto. Cabe esperar, que el resultado anunciado de esa segunda vuelta, casi innecesaria, le dará a Álvaro Uribe la serenidad que nace de la satisfacción de la venganza. Nos haría un gran favor a todos.