Los gritos angustiosos de dolor cada vez que el cuchillo cercenaba brazos, piernas y gargantas no se escuchaban dentro de aquella vieja casona de Chapinero marcada con el numero 65-15 de la Avenida Caracas. Las ventanas fueron cerradas con paredes de ladrillos. Nada entraba ni salí de allí sin la orden del jefe de la pandilla, que sigue en la penumbra. Era una de las casas de pique que hay en la ciudad.
De esa casa habrían salido muchos cuerpos convertidos en pedazos y tirados en esquinas de Bogotá en bolsas de basura. La policía solo pudo establecer cuatro identidades. Arrley Hurado, Yair Serna, Duván Amaya y Michel Cervantes entraron allí y no volvieron a salir. Eran de la Costa y del Caquetá.
En Bogotá han encontrado decenas de cadáveres embolsados. Todos con la misma marca de muerte: Amarrados en los pies, amarrados en las manos, cortados en pedazos y otros a medio cortar. No todos han salido de la casa de pique de Chapinero, que está protegida por una puerta de acero de color gris grafiteada desde hace muchos años, que sigue escondiendo los más sangrientos crímenes, de los que aún poco se sabe.
Lo que está pasando en Bogotá es mas que suficiente material para la más escalofriante película de terror. En el centro de la ciudad han encontrado una casa de pique en el barrio San Bernardo. A no de los cuerpos que encontraron en una de las esquinas, aunque estaba completo, no le cabía una puñalada más. Tenía 162 heridas hechas con una especie de cuchillo que junto al sanguinario criminal sería el único testigo de esa brutal muerte.
Lo que han encontrado los judiciales dan cuenta de cuatro casas de la muerte. Las dos restantes fueron encontradas en Kennedy y se conoció por mucho tiempo como el hotel negro del que dicen manejaba la temida banda venezolana llamada el Tren de Aragua.
Esta casona, puesta en el barrio María Paz, era la guarida de asesinos y ladrones. Allí no solo planeaban los macabros crímenes, sino que también los ejecutaban. Allí se repartían los réditos de la venta de marihuana, perico y bazuco.
Aún sabiendo que las casa de pique son una realidad en Bogotá, tal como alguna vez existieron en Buenaventura, las autoridades no han podido dar con los asesinos ni con los jefes de la bandas que deciden quién vive y quién muere.
