Casanare o la tragedia del desarrollo

Casanare o la tragedia del desarrollo

Por: Carlos Victoria
marzo 30, 2014
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Casanare o la tragedia del desarrollo
Imagen Nota Ciudadana

Las imágenes de miles de animales muertos y otros moribundos atrapados en una especie de paisaje lunar han conmovido a millones de colombianos, pero principalmente a niños y niñas cuyas lágrimas se deslizan impotentes en busca de una explicación al desastre. Por su parte los agentes del mercado y la burocracia del sistema ambiental responden, dejando intacto la relación entre crecimiento económico y los riesgos ecológicos implícitos por el uso del suelo como un simple recurso.

Este caso seguramente se convertirá en emblemático para las ciencias ambientales porque como ya lo han dicho varios expertos, pone de presente los estragos que conlleva La gran transformación (Polanyi, 1940) a través de la dicotomía entre mercado y naturaleza, y lo que ha significado en esa perspectiva la incorporación del suelo y el subsuelo a los ciclos de acumulación capitalista desde los tiempos de la colonia, mediante la destrucción de humedales para la ganadería extensiva, la minería y las economías de plantación, hasta hoy.

¿No es esta “la globalización descoordinada, descontrolada e impulsada por los dividendos” (Bauman, 2011)?, o más aún: la tragedia del desarrollo advertida bellamente por Goethe en su Fausto, cuando el escritor alemán, como subraya Berman (1998) anticipó que los grandes desarrollos implicarían grandes costos humanos. Es justamente el desarrollismo, apartándose por supuesto de la vida, el que socava las bases de cualquier posibilidad de sustentabilidad, “acelerando la muerte entrópica del planeta” (Leff, 2010).

Las comunidades del Casanare, como Unguía en el Chocó, Santa Marta, el Valle del Cauca, Putumayo, Eje Cafetero, y tantas otras regiones del país, experimentan hoy los impactos de un estilo de desarrollo divorciado de los factores que le otorgan equilibrio a sus ecosistemas estratégicos. A cambio proliferan los discursos asociados a la crisis ambiental, la gestión del riesgo, la resiliencia, etc., como si no fuera suficiente el desplazamiento de 6 millones de colombianos por cuenta de una maquina asesina que construye las territorialidades proclives a la liberalización violenta de la relación aciaga sociedad-naturaleza en un país cada vez menos nuestro.

La diatriba Estado-Nación en Colombia surgió, entre otras cosas, desde los factores de degradación socio ambiental que agenció el extractivismo colonial y posteriormente el desarrollo neocolonial de renglones de la economía vinculadas a élites poderosas, como la ganadería extensiva, pero también al banano, la caña de azúcar y ahora la palma africana, lo que implicó la deforestación, el desplazamiento y destrucción de la memoria biocultural. “La conquista de las tierras bajas por parte de los terratenientes” (Van Ausdal, 2008) han configurado en este contexto una historia ambiental articulada a la historia empresarial y política cuya historicidad se plasma en las imágenes que vienen desde el Casanare.

Que las multinacionales del sector minero-energético, Fedegan y el propio gobierno nieguen su responsabilidad en este y otros tantos casos borrados por el olvido no es nuevo y gratuito. Hace parte del repertorio hegemónico vinculado a la civilización del capitalismo, como lo definió Schumpeter (1942) para quien este es un método de transformación económica basado en la innovación o lo que es lo mismo: la destrucción creativa. La misma que puede desmoronar sus propios muros como lo estamos presenciando en su faceta neoliberal, bajo el deseo del desarrollo sostenible.

Las ciencias ambientales, cooptadas por el desarrollismo neoliberal, deben abandonar el sótano de una supuesta neutralidad que solo oculta un debate sobre su papel tanto en la legitimación epistemológica de la crisis, como en su deber ser ético frente a la ciudadanía. Las ciencias ambientales, como sugiere Leff, no pueden seguir actuando a imagen y semejanza de los responsables de los “crímenes humanos y los desastres naturales”. El debate está abierto.

“Vivo en Paz de Ariporo y hace unos días recorrí la zona afectada, sin duda las empresas petroleras son culpables, en ese sector hay compañías extrayendo petróleo, fui a otra zona de Paz de Ariporo, donde no hay incidencia de compañías petroleras y la naturaleza registra la normalidad del verano de todos los años”, me dice Hernando Humo, seguidor de este Blog. http://agendapu.blogspot.com/

30 de marzo de 2014

* Mag. en Historia

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