En entrevista, Rafael Darío corroboró su preocupación, al mismo tiempo que hizo un llamado para no permitir que se vuelva a repetir semejante daño al patrimonio cultural con otras edificaciones del entorno de la Casa Museo donde nació Gabriel García Márquez, esta última declarada monumento nacional.
Según el escritor, la destrucción de la Casa Botica fue realizada por un reconocido comerciante que no acató el decreto que constituyó a la Casa Museo como monumento nacional y el cual prohíbe la transformación del entorno de esa Casa Museo (la Casa Botica está en ese entorno).
"Ya el mal está hecho. Miren cómo tumbaron su techo para construir un moderno edificio de dos plantas", dijo finalmente Rafael Darío Jiménez, lamentando lo sucedido. También nos contó que él en balde lo había venido denunciando antes las autoridades gubernamentales mencionadas, pero ellas no hicieron nada al respecto, pues el comerciante cumplió con su cometido, a pesar de que él también le advirtió que no podía derribar esa casa, porque estaba prohibido mediante el decreto que declaró a la Casa Museo donde nació Gabo en monumento nacional.
La Casa Botica
La Casa Botica del doctor Alfredo Barboza, una casa de esquina a menos de cien pasos de la casa donde nació Gabo, es recordada por el Nobel en los primeros párrafos de su libro Vivir para contarla, cuando narra su regreso por primera vez a Aracataca a los 23 años, después de que salió de allí a los 8 años.
En varios pasajes de su relato se refiere a la Casa Botica y a la manera como él y su madre, Luisa Santiaga, volvieron a visitarla y a reencontrarse con su pasado:
"Llevándome casi a rastras, entró sin ninguna advertencia en la botica del doctor Alfredo Barboza, una casa de esquina a menos de cien pasos de la nuestra... La botica había sido la mejor en los tiempos de la compañía bananera, pero del antiguo botamen ya no quedaban en los armarios escuetos sino unos cuantos pomos de loza marcados con letras doradas. La máquina de coser, el granatario, el caduceo, el reloj de péndulo todavía vivo, el linóleo del juramento hipocrático, los mecedores desvencijados, todas las cosas que había visto de niño seguían siendo las mismas y estaban en su mismo lugar, pero transfiguradas por la herrumbre del tiempo..."
En ese reencuentro, Gabo sostiene un diálogo con el doctor Barboza, el cual sería quien le aseguró su vocación de escritor, como él lo contaría muchas veces después:
—Así que tú eres el gran Gabito —me dijo—. ¿Qué estudias?
Disimulé la ofuscación con un recuento espectral de mis estudios: bachillerato completo y bien calificado en un internado oficial, dos años y unos meses de derecho caótico, periodismo empírico. Mi madre me escuchó y enseguida buscó el apoyo del doctor.
—Imagínese, compadre —dijo—, quiere ser escritor.
Al doctor le resplandecieron los ojos en el rostro. —¡Qué maravilla, comadre! —dijo—. Es un regalo del cielo. —Y se volvió hacia mí—: ¿Poesía?
—Novela y cuento —le dije, con el alma en un hilo.
Él se entusiasmó...