Si usted va a Cartago, mi querido amigo, descubrirá que la ciudad después de las cinco de la tarde se cubre de una capa de ceniza. Lo primero que pensará fue que el Volcán de Cartago, como la bautizó Humboldt, estalló. Pero resulta que los Manizaleños rebautizaron a ese volcán como El Nevado del Ruiz y se quedaron con él para siempre.
Indagando descubrirá que la lluvia de ceniza empieza a la hora en que Inderena y la CVC cierran sus oficinas a las 5.00 P.M. y desaparecen de la faz de la tierra. Entonces a las 5.01.P.M. estalla la combustión espontanea y los desperdicios de los cañaduzales del Ingenio Risaralda, empiezan a arder.
Entonces las mismas gentes, le seguirán contando que a esa misma hora empiezan a llegar las brisas tibias de la selva de Chocó, que van esparciendo las dulces cenizas sobre las calle, los ojos de los ancianos, inundando los pulmones de los niños, ennegreciendo los tejados y el maquillaje de la bellas cartagueñas.
¿Que hacer? ¿Con quién quejarse? La CVC le tira la pelota a los Alcaldes y estos a su vez, se le devuelven de taquito. La ciudadanía está ya cansada de toser y afónica de protestar. Las autoridades vallecaucanas no hacen nada porque Cartago es el norte olvidado del departamento.
A los gobernantes del departamento de Risaralda, les importa menos, pues no es su territorio. El acueducto de Cartago se surte del Rio Consota, que trae a su vez, las aguas negras de Pereira. Desde tiempos inmemoriales las alcantarillas de Risaralda y el Quindío, arrojan sin ningún pudor al “pueblo de allá abajo”, es decir a Cartago que se nutre de las agua del Rio La Vieja. Una anciana respetable y llena de nostalgias, cuyas arterias están taponadas por millones de bolsas plásticas y residuos de todo tipo.
Gracias, a Dios, por causa de tanta basura consumida por generaciones, los cartagueños hemos desarrollado tantos anticuerpos, que nuestro sistema inmune ha sido capaz, hasta ahora, de mantener bien a la raya al temible COVID-19. "No hay mal que por bien no venga"