Ni los piratas más feroces pudieron arruinar su belleza. Sin embargo, el hambre voraz de los extranjeros, de los cachacos y la alcahuetería de las fugaces, endebles y corruptas administraciones locales, está acabando con la Heroica. No puede ser que hayamos caídos en este abismo de infamia. Nueve alcaldes en siete años. Record latinoamericano. Nueve alcaldes que no nos han representado, que se han burlado de nosotros. ¿Se acuerdan el año pasado? Se descubrió el adefesio arquitectónico del Edificio Aquarella. Allí no sólo se metía gato por liebre a la nación sino al Patrimonio Histórico de la Humanidad. El adefesio de Aquarella ponía en riesgo el título que le otorgó la ONU en 1984. No era el único atropello contra la historia que se cometía en los últimos meses. Lo de La Serrezuela no tiene nombre. La emblemática plaza de toros-teatro se está convirtiendo en un Centro Comercial. Infame.
Cartagena ya da asco. No sólo porque esté en riesgo el título de Patrimonio Histórico sino por el racismo y la brecha entre ricos y pobres que ahonda cada día más. En Cartagena todo se escurre desde la Ciudad Amurallada para abajo. Los extranjeros son vistos por ricos y pobres como lo único que puede dejar dinero. Desde la playa empieza la explotación a todo, a los calamares que llegan a valer cien mil pesos un puñado de ellos, a las shakiras en el pelo, a un masaje, a una niña. La explotación sexual de menores ha puesto a Cartagena en el radar de los turistas más depravados del mundo. Una de las cabecillas, Carmen Campos Puello, era una figura pública en su barrio, Blas de Lezo y en toda Cartagenera. Muchos sabían quien era ella y si no fuera por la ostentación de la que hizo gala en redes sociales y por la insistencia de los agentes antimafia norteamericanas que la siguieron durante ocho meses. La buscaban allá por tráfico de heroína, un delito que es más grave en Estados Unidos que traficar sexualmente con menores de edad.
En Cartagena todos saben de los judíos del hotel Benjamin en plena Bocagrande. En Cartagena todos saben donde quedan los prostíbulos, las ollas para comprar perico, donde está el hambre y la desesperación de tener que vender a una hija virgen a un europeo hediondo para poder comer. Cartagena desde hace años ya da asco. Cartagena ya no es de los cartageneros porque nos comimos el cuento de que esto era un paraíso y éramos demasiado negros, demasiado feos, demasiado pobres para que nos perteneciera. Por eso nos la dejamos robar.
No tenemos ni alcalde ni esperanza. Cada vez nuestros hijos tienen que ganarse la vida estafando turistas en la calle. Nadie hace nada, ni siquiera nosotros mismos.