Cartagena es la ciudad de la furia. Hace muchos años dejó de ser la fantástica (si acaso algún día lo fue), la ciudad hechizo, el embrujo del Caribe colombiano.
La postal que se limita a El Laguito, a Bocagrande, al casco histórico y a Castillogrande se está desmoronando como papel roído por los roedores, especialmente por las ratas infames y rabiosas de la política nacional, departamental y local.
No quiero ser ave de mal agüero, pero la administración de William Dau Chamatt terminó como una más, una de las tantas administraciones que deja la ciudad igual o peor al estado en la que la encontró. Cartagena no avanza, se sabe, no encuentra el faro que la guíe por el océano oscuro de la inequidad, de la desigualdad, de la exclusión y de la pobreza extrema, vergonzosa.
Según un informe del Dane, de 100 cartageneros 34 están bajo línea de pobreza. Me atrevería a decir que la cifra es mucho más alta. La pobreza le saca la lengua a la gran mayoría de hombres y mujeres que habitan este territorio. Lo peor de todo es que no hay empleo; tampoco oportunidades. Entre el primer semestre de 2020 y el primero de 2021 la tasa de desempleo de Cartagena subió 7,5 puntos porcentuales.
En los últimos meses han aumentado los robos callejeros, los asesinatos por celulares y el sicariato: 16 muertos y un herido en dos meses. Esta es una estadística que espanta e invita a la desesperanza. Se encuentra sumida en ella una gran parte de niños, niñas y adolescentes. La ciudad carece de responsabilidad ambiental. El manejo de las basuras y de los residuos sólidos es lamentable. No hay compromiso ni sentido de responsabilidad y pertinencia con la urbe ni con su naturaleza. Si Bucaramanga es la ciudad de los parques y de las zonas verdes, Cartagena es la ciudad que adolece de ellos. Es más: haga el ejercicio de tomar un Transcribe desde el barrio San Fernando hasta el Centro Histórico de la ciudad y cuente cuántos árboles encuentra en el camino. El resultado es triste, casi desértico.
Cartagena es una ciudad caótica, desordenada, carente de culturas ciudadanas. Aquí nadie respeta las señales de tránsito ni los semáforos. Las más de 100.000 motocicletas que circulan por la ciudad lo hacen por una malla vial que es la misma desde hace más de 50 años. Llevo 15 años en la ciudad y solo he visto mejoras serias en la avenida Pedro de Heredia. De resto, las calles son las mismas: avenidas estrechas, maltenidas y saturadas de huecos y desniveles. He hecho el ejercicio de contar los más de 15 concesionarios de motocicletas que hay en la ciudad.
¿Cuántas motos venden por día? ¿Cuántas al mes? ¿Cuántas por año? Hágase la misma pregunta con los concesionarios de automóviles. Y mientras tanto, las mismas carreteras, las mismas callejuelas, la ausencia de parqueaderos y un DATT (Departamento Administrativo de Tránsito) cada vez más cuestionado por la propia ciudadanía.
La prostitución, la explotación infantil, la informalidad (la misma que le da sustento al 70 % de la población) son bombas de tiempo que pronto estallarán en las manos de los propios habitantes. Una informalidad que resuelve el día a día, pero que lesiona el futuro de una población que pronto conocerá la vejez sin pensión, sin salud, sin un techo donde guarecerse de los años y del olvido.
Haciendo un recorrido por los barrios La María, San Francisco, Boston, Olaya, El Pozón y La Perimetral uno puede comprobar que todos los estudios del Dane se quedan cortos. Desmesuradamente cortos.
Es más, Cartagena es la ciudad más pobre de Colombia después de Quibdó. Si Cartagena no tuviera el Centro Histórico ni aCentro Histórico seguramente sería la más pobre, por encima incluso de la capital del Chocó. A Cartagena la salvan y la hunden su pasado colonial, su imaginario esclavista y su mala fortuna de haber sido sitiada por piratas.
Hoy los piratas no se transportan en barcos, sino en camionetas 4x4. No caminan con patas de palo, sino con escoltas facinerosos. No entierran tesoros, sino que los extraen del erario público, de los propios barrios pobres de la ciudad que pisotean y humillan.
Cartagena tiene 488 años de edad, pero esos años no se corresponden ni guardan coherencia alguna con su miseria, pobreza y mierdero político.
Ojalá regresen los piratas, pero los de verdad.