Cartagena es Miami, La Habana y Puerto Príncipe

Cartagena es Miami, La Habana y Puerto Príncipe

Se parece más a Haití que a lo que venden las agencias

Por: Iván Gallo
septiembre 20, 2013
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Cartagena es Miami, La Habana y Puerto Príncipe

Ahora la muralla no está acá para defenderse de los cañonazos de Francis Drake sino para apartar a los molestos nativos. Desde El café del mar puedes ver en un atardecer a docenas de pescadores que arriesgan su vida en busca de un pargo para fritar en sus improvisadas cocinas. Ellos vienen desde el otro lado de la ciudad, del barrio negro, ese que se le ha ocultado al turista para que no vaya a creer que Cartagena es igual a esos rotos que abundan en el Caribe, no señor, acá no existe la pobreza y el que vive en un tugurio es porque es negro y recuerden que los negros son perezosos.

Los turistas se toman fotos en la terraza del Café del mar. Con lo que cuesta una cerveza acá una familia de cuatro personas podría cenar perfectamente en el resto del país. En Cartagena eso no es posible. Los precios, diseñados para estafar al turista, se han disparado sin ningún tipo de control. Por eso si vives en Mandela y quieres sobrevivir lo más seguro es que tengas que ir a la playa de Bocagrande, a venderle Jaiba a un europeo, enredarlo y robarlo. Para eso tienen plata, quien los manda a venir hasta acá.

O si no irse en el atardecer a arrancarle al mar los peces suficientes para la comida de hoy y el almuerzo de mañana. Los cañones apuntan contra ellos y les recuerdan que aunque nacieron acá la ciudad ya no les pertenece. Cartagena ha vuelto a ser tomada por los europeos. Son ellos los que mandan, los que se quedan, los que compran, los que excluyen.

Hace un par de años vieron las posibilidades que podía tener el pintoresco barrio de Getsemaní y teniendo en cuenta eso lo convirtieron en lo que es hoy, un rumbiadero bohemio en donde el mochilero europeo puede sentirse a sus anchas, teniendo a su disposición no sólo la arquitectura del Caribe sino los pubs, los cafes y los bistrós que ellos tanto añoran cuando viajan. El viejo barrio ha cambiado de nombre, ahora se llama Jetsetmaní.

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Una casa aledaña a la plaza de la Santísima Trinidad que hace una década podía costar unos 80 millones de pesos ahora su precio oscila entre los 700 y los 1.000 millones. Allí los ricos de Colombia y también los muchileros rubios, altos y ojiazules como elfos han puestos sus sucios hostels. En un espacio de 30 metros cuadrados ponen cuatro camarotes y siete literas. Por cincuenta barras puedes pasar la noche allí, apeñuscado entre gente de otros países, sudando en varios idiomas. Todo para decir que estuviste en Cartagena, para sacarte las fotos de rigor en la playa y subirlas al Facebook y así despertar la envidia de tus contactos.

Cartagena está cada vez está más linda, sus balcones están cubiertas por frondosas y florecientes enredaderas. Ya nada se parece a lo que era hace una década. Las tiendas de esmeralderos pululan entre los resquicios de las ruinas de la ciudad antigua como hongos después de la lluvia, se venden artesanías que rozan todas las ocho cifras. Lo mejor es que por ninguna parte ves negros, ellos están afuera de la muralla, mirando alguna cosa que se mueva en el mar. Por ahí un turista se acerca y les toma una foto. Ellos ya no sonríen, al contrario, le dan la espalda y siguen concentrados, esperando en el próximo pez que incauto llegue a la orilla.

Que su belleza no te enceguezca. Cartagena es el fiel retrato de la inmoralidad y el cinismo. Se parece a lo que era La Habana antes de 1959; un poco de rubios sentándose en las mejores mesas, bebiendo los mejores tragos, comprando donde se le da la gana y poniendo el precio que su capricho les marque. Han desplazado al nativo, lo aniquilan, lo matan de hambre y después lo acusan. Si quieres sentir toda su pobreza no te vayas a Bazurto o a Mandela, siéntate en las playas de Bocagrande y mira cómo se te acercan los cartageneros a venderte lo que sea, te acosan, te asfixian, sientes la necesidad, su hambre, las ganas que tienen de ser como esos turistas que durante años los han corrompido.

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Cuatrocientos años después los piratas han podido penetrar la muralla. Incluso la han destruido y han puesto casas, cafés, restaurantes y discotecas. Yo no sé si esos lugares ahora también forman parte del patrimonio histórico de la humanidad. Acá en Colombia todo tiene un precio, todo se vende al mejor postor. Y los mejores postores siempre han sido ellos, los que vienen del otro lado del mar, los cultos, altos, refinados y bonitos. Los que vienen acá sólo para conversar entre ellos, para encontrarse en el calor del trópico y para hablar un poco entre sus estúpidas borracheras de lo lindo que es Berlín, Londres o Dublín.

La cosa solo es entre ellos, no se mezclan. Es un mito eso de que los europeos buscan en el Caribe sexo interracial. Ni eso lo hacen. En la plaza de la trinidad yo los vi y eso dizque allí están los mochileros, los desprejuiciados, los poetas rebeldes que vienen a componer versos debajo de una palmera, esperando que un coco les rompa la cabeza y así encontrar la ansiada iluminación. Los vi con sus litrones de cerveza nacional en la mano, saludándose entre ellos, segregando, imponiendo.

Los antiguos habitantes de Getsemaní, esa escoria social que tanto despreció la sociedad cartagenera se están yendo de allí. “El barrio afortunadamente se están blanquiando” me dice con todo el desparpajo del mundo una mujer morena que ha sacado la mecedora a la plaza. “Esto acá era terrible, hasta droga vendían, menos mal que los europeos están comprando. Esto mejoró muchísimo, ya no hay tanto negro”.

Cartagena son tres ciudades: Miami, La Habana y Puerto Principe. Bocagrande y sus edificios monstruosos, con sus aceras repletas de carros últimos modelo es Miami, la ciudad amurallada y sus balcones es la capital de Cuba y el resto, el ochenta y cinco por ciento de la ciudad se parece más a Haití que al paraíso que nos venden las agencias de viajes. Pocas veces puedes sentir tanta desigualdad, tanto cinismo y crueldad. Pocas veces te sientes tan culpable como cuando visitas La Heroíca.

Es de noche y no hay luna. En las murallas un grupo de turistas han contratado a un grupo vallenato. Beben y bailan hasta el amanecer. Frente al mar, de espaldas a la muralla un niño con una flecha se queda mirando el mar. Ya va a salir el sol, dentro de pocos minutos podrá ver a los peces. Si tiene suerte y puntería podrá cazar uno, aunque siempre es difícil. Muy difícil.

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