Anoche le escuché a alguien un ejemplo bastante trágico que se aproxima a lo que sucedió en las históricas elecciones a la Alcaldía de Cartagena que dio como triunfador al independiente William Dau Chamatt: “Lo de Cartagena es como cuando estás en un avión y en pleno vuelo se incendia una turbina y tú, en vez de esperar la caída, prefieres lanzarte al vacío a ver qué pasa“.
Y en Twitter leí una reacción perfecta sobre lo acontecido, publicado por uno sus seguidores: “William Dau no tiene ni puta idea de administración pública, ni tampoco plan de gobierno, pero está derrotando a la clase política tradicional corrupta de Cartagena y eso es lo importante“.
Y es cierto, a esos 113 mil cartageneros que le votaron no lo hicieron por él sino en contra William García Tirado y todo lo que representa; no les importó el número de páginas de su difuso y precario programa de gobierno, ni de qué manera sacará a la ciudad de la paquidermia administrativa, o si conoce las entrañas de la función pública, todo con tal de tener el placer de patearle el culo a Juan José, a Daira, a Alfonso, a Montes, a José Julián y al viejo Vicente. El resto se arregla rodeándolo y asesorándolo bien, repiten con candidez por ahí, como si gobernar una ciudad de un millón habitantes, con un presupuesto de casi dos billones de pesos, fuera como atender una miscelánea de barrio que solo necesita un contador, un abogado, dos empleados y un libro contable.
Pero ganó la democracia y la voluntad popular se respeta. Las mayorías indignadas eligieron, pero ahora viene lo bueno: gobernar una ciudad con las complejidades de Cartagena, que no es lo mismo que indignar en las redes sociales desde la comodidad de un oficina. El de ayer fue un voto rebelde, furioso, revanchista, pero sobre todo feliz. La mofa masiva a una clase política anacrónica, desgastada, burda y abusiva que finalmente debe entender que no es invencible, ni mucho menos eterna.
La gente se hastió de tanto saboteo e irrespeto y echó mano de lo que había en la oferta: un caudillo fogoso, deslenguado y populista que supo conectar rápidamente con las nuevas ciudadanías y le puso nombre y apellido a quienes detentan el poder de esta ciudad ajena. Los encaró sin ambages exponiéndose a demandas y amenazas, y eso la gente se lo valoró en urnas, como diciéndole: “buena esa, viejo Dau, así es que es habla. ¡Toma tu recompensa!“
Tenemos una tendencia macabra de irnos a los extremos y es precisamente por culpa de esas mafias políticas que asfixian tanto a la ciudadanía que esta termina tomando decisiones desesperadas como válvula de escape. Desconectadas totalmente de las demandas sociales que exige la gente. Finalmente Cartagena respiró, pero aire tóxico.
El resultado es ruidoso, mediático. La gente está contenta y no es para menos. Lo de ayer es una bofetada de la que muchos no se repondrán sino hasta el 1 de enero, cuando Dau deje de ser el ‘tractor anticorrupción’ para ser el alcalde de Cartagena de Indias, el ordenador del gasto público, el representante legal del distrito y su primera autoridad de policía; el mandatario de toda una ciudad y no de esos cientos de miles que lo respaldaron. Es ahí en ese escenario donde no tendremos piso para caer, y se genera, más que una incógnita, una gran incertidumbre sobre lo que pueda pasar en sus primeros 100 días de gobierno, sobre todo porque el nuevo alcalde, que se las tira de outsider, ha demostrado soberbia, agresividad, desafío constante por la institucionalidad y apatía por el respeto a la ley. Llega además sin un plan de gobierno serio y estructurado, carente de rigor jurídico y financiero. Lo acompaña un decálogo de intenciones y generalidades, un arrumo de vaguedades que no soportan una revisión técnica. En los debates nunca se le escuchó una sola propuesta concreta y seria de gobierno, porque se dedicó hábilmente a enfatizar sobre su discurso anticorrupción sobre la siguiente premisa: recuperar el 70% del presupuesto que se roban vía corrupción. En uno de los debates al que asistió reconoció no saber qué era un Plan de Ordenamiento Territorial (POT); “lo voy a estudiar y les cuento en redes“, dijo aquella vez. Lleva los últimos 15 años “exiliado” en Nueva York, no conoce las nuevas realidades territoriales y sociales de la ciudad. Nunca tuvo claro quiénes serían sus asesores, ni quiénes harían parte de su gabinete.
En síntesis, es incierto el futuro de la ciudad, que hoy amanece extasiada y embriagada del placer por esta victoria electoral, pero sin rumbo a futuro. Y es ahí es donde se acabará la euforia popular. No bastará entonces con librarse del yugo de la politiquería local, porque aún cuando se le quite el negocio de X concesión a perencejo, por ejemplo, es absolutamente necesario saber cómo proceder en ese caso sin someter a la ciudad a una crisis. Y no se trata de que se “rodee bien“, porque es fundamental que el líder tenga una visión estratégica de lo que será su gobierno, un liderazgo fuerte y consistente, que inspire e irradie autoridad, pero sobre todo lucidez y conocimiento.
La gobernabilidad es importante para poder ejecutar el plan de desarrollo, ¿cómo se las arreglará el alcalde electo con un Concejo de espaldas y opositor?, ¿de qué manera concretará los proyectos estratégicos que le urgen a la ciudad y que necesitan del concurso del gobierno nacional?, ¿cómo gobernar sin antes modernizar la estructura administrativa de un Distrito obsoleto?, ¿cómo esquivar una sanción de la Contraloría para saltarse el marco jurídico de contratación pública cuando ejecute su propuesta de irrigar con grandes fajos de dinero los barrios para que sus moradores hagan las calles?, ¿qué parte del ordenamiento jurídico colombiano establece que los ‘fondos buitre’ pueden cobrar por lo que “los corruptos se han robado“?
En ese orden de ideas debo advertir, sin temor a equivocarme, que el alcalde Dau no durará más de seis meses en el cargo. En los primeros meses, porque así lo dicta la ley, deberá contratar una cantidad de bienes y servicios, y cualquier error, en cualquier momento, le puede generar una suspensión. Entraremos una vez más a un periodo de interinidad e incertidumbre administrativa y habrá elecciones atípicas. La historia demostrará que fue peor la cura que la enfermedad.
William García y las encuestadoras, los perdedores
Sería bueno que García nos pasara el dato de sus estrategas de campaña para no contratarlos nunca. Tengo entendido que son ‘rolos’, de esos consultores perfumaditos que vienen a Cartagena con infulas de gurúes y terminan siendo un fraude. Como no tienen el contexto ni la perspectiva, nunca supieron leer con claridad la ciudad, no la supieron interpretar ni se conectaron con ella, y se confiaron en las encuestas y en el voto amarrado. El exceso de triunfalismo mató al exrepresentante a la Cámara. Fatal esa artimaña de no haber ido a un solo debate, dizque porque “como va liderando, no podemos exponer al candidato“. Ahí perdió la oportunidad de sumar los 12 mil votos que le hicieron falta. La prepotencia le salió cara, muy cara. Las encuestas se pifiaron de cabo a rabo, pero tengo una razón para sumar al debate: el voto oculto hizo lo suyo, ese que no se le canta ni a la pareja. Y el voto traición: recibo mis 50 y voto por Dau.
El voto en blanco
En Cartagena obtuvo un histórico de 61.250 votos, el 15.57%. Quedó de tercero por encima de Yolanda Wong. Se le suma al voto protesta.
En la Gobernación sí es todo un hito: 199. 282, el 24,33%, quedó de segundo por encima de Hernando Padauí, quien por ambicioso y falto de palabra se quedó sin el pan y sin el queso.
Adendas
Antioquia no es Uribe y Bogotá tiene a la primera mujer alcaldesa, ¡Bravo! Carlos Caicedo Omar es un buen ejemplo de cómo un tipo estructurado e inteligente, con gestión probada en lo público, puede desterrar a la clase política tradicional. Con todo y sus errores, se convierte en la primera fuerza política del Magdalena.
Carlos Cabrales, alcalde de Magangué. Gran funcionario, mejor ser humano. ¡Exitos!
Guillermo Torres, valió la pena votar sí en el plebiscito por la paz. Ganó Turbaco.