Año tras año, los cartageneros ven pasar 365 días de deterioro progresivo de su calidad de vida. A pesar de esto, en cada época electoral, en una mezcla de masoquismo, ignorancia y egoísmo sin límites de parte de los ciudadanos y muchos calanchines llamados líderes barriales, se consolidan los viejos caciques y/o les dan vida a nuevos personajes en el ámbito político, algunos en cuerpo ajeno. A nivel nacional, vemos cómo repiten los mismos congresistas que no han hecho nada por el departamento. Incluso, tenemos a un payaso y charlatán, el mismo que le regaló un burro a Obama, ganándose más de 30 millones de pesos mensuales por proponer proyectos de ley tan exóticos como declarar al trabajador bananero patrimonio cultural, inmaterial y alimenticio, mientras miles se mueren de hambre en Bolívar. En lo local, siguen siendo reelegidos los Piones, los Cassianis, los Tonceles, los Barrios, los Reyes, los Monteros, los Marín, los Niños, sin que la ciudadanía advierta que son una muestra fehaciente de todo lo que hay que cambiar. Es más, no contentos con su continuo desacierto al elegir, se dieron el lujo de traer a bordo a Javier Julio Bejarano: un populista con lanzallamas incendiando lo que se atraviese en aras de abrirse paso en esa clase política cartagenera que, aunque extremadamente mediocre e ignorante (con contadas excepciones), pueden ser, para varios, la diferencia entre estar desempleado o no. El factor común es que la mayoría de los políticos locales tienen aires de reyezuelos o señores feudales, con todo lo que eso implica. "Estamos jodidos con Jota de Glottmann", diría un tío mío.
Decían que la culpa era de la interinidad. Sin embargo, William Dau tiene casi año y medio en la alcaldía y su incompetencia, junto con la de casi todo su gabinete, está más que demostrada. Pese a varios desaciertos, Yolanda Wong, Sergio Londoño y Pedrito Pereira, de lejos, mostraron mejor manejo y conocimiento de lo público. Sigue la ciudad sin que se lleven a cabo los grandes proyectos de infraestructura para el mejoramiento de la calidad de vida; sin que se reestructure la administración distrital para hacerla más eficiente, robusta y transparente; sin que se invierta en educación, deporte, cultura, salud y medioambiente. No. Para eso no tienen tiempo los políticos del departamento. Lo de ellos son los intereses personales, los egos y la demagogia. ¿Cuántos de ellos sabiendo de las advertencias que se hicieron desde hace más de un año acerca de las falencias del proyecto de Protección Costera salieron a decir algo antes de que se adjudicara? ¿Cuántos de ellos han dicho algo de los diseños deficientes del mal llamado Plan Maestro de Drenajes Pluviales que quieren implementar a como dé lugar y la ciudad inundándose todos los años cada vez que llueve? ¿Cuántos de ellos están enterados de que la mayoría de los proyectos de infraestructura de la ciudad están mal estructurados? ¿Cuántos entienden que gran parte de los problemas que tiene la ciudad radican en su inexistente planeación urbana? ¿Cuántos de ellos entienden que hay que poner la casa en orden antes de prometer cualquier cosa? Preguntar todo esto parece irónico y redundante, dado que muchos de ellos han sido artífices de que las distintas entidades públicas estén plagadas de mediocres que contribuyen al desorden de ciudad que existe.
Al respecto, traigo a colación lo dicho por dos cibernautas:
– “En Colombia, pero hago énfasis en Cartagena, los funcionarios públicos se la pasan 99% del tiempo ‘ocupados’ en las tareas equivocadas, en cosas que son intrascendentales, descuidando aquellas que realmente tendrían un impacto real en el progreso de la ciudad. Ante todo, la falta de sentido común. Detenerse por un momento a pensar para dónde vamos. Esas tareas en las que voy a trabajar hoy cómo ayudan a llegar a ese objetivo. En su lugar, son esclavos de los intereses personales y del ego que son barreras que les impiden racionalizar”.
Cuando la meta es mostrar avances o progreso en algo, ese algo, usualmente, no se define con base en un plan de mediano y largo alcance. Por ejemplo, mostrar que se pavimentan kilómetros de calle, sin tener un plan de manejo de la infraestructura. Y así hay muchos otros ejemplos”.
Parece misión imposible hacer caer en cuenta de sus errores a los cartageneros, especialmente, porque, como dice un amigo mío, son esclavos de la satisfacción inmediata y la adulación. Nada más cierto. En mi continua interacción con varios cartageneros que viven en la ciudad y en el exterior, siempre llegamos a la misma conclusión de que Cartagena está condenada a ser la ciudad inmóvil de la que habla Efraim Medina. Nos queda ese sabor amargo de la desesperanza y la impotencia. O, quizás, será mejor desconectarnos de una vez por todas de esa caterva de vencejos. No insistir en que abran los ojos y que es posible soñar con una mejor ciudad. Dejarlos a su suerte y aplicar el refrán “si el zapato no calza, no lo uses (if the shoe doesn’t fit, do not wear it)”. A veces nos preguntamos ¿para qué discutir para que se den cuenta de cosas de simple lógica si parece que el proverbio no corrijas al necio porque te verá como enemigo encaja a la perfección en la cotidianeidad de Cartagena? La respuesta al unísono es que hay que seguir insistiendo hasta donde se pueda, ya que muchos de ellos, como dice la expresión gringa, don’t know better (no conocen un mejor escenario).