En su edición del 12 de septiembre de 2017, dos días después de la partida del papa Francisco, el titular de primera plana del diario El Universal de Cartagena, fue “60 horas sin homicidios”. Luego en un corto sumario se explicaba que durante los preparativos y la visita del pontífice “no se reportaron muertes violentas”.
El titular a cinco columnas y con un tamaño de letra que supera los 60 puntos, hace pensar en cuán sorprendidos quedaron los reporteros de sucesos, crónica roja y judicial con tal hallazgo. “60 horas sin…” son 2.5 días.
La reducción de los homicidios en Cartagena durante grandes eventos como la visita de un jefe de Estado, una reunión ministerial, cumbre presidencial o la visita del pontífice es una constante histórica. Obvio: a mayor presencia de cuerpos de seguridad del Estado, menor el número de hechos de violencia. Incluyendo, por supuesto, el homicidio.
Para la visita del papa Francisco llegaron a la ciudad 4800 policías que estuvieron vigilantes en lugares, barrios y calles por donde el pontífice pasó y bendijo al pueblo cartagenero. Esto es una paradoja, porque hace un año y para el mismo mes, la realidad de Cartagena era muy diferente a la serenidad y regocijo espiritual que se respiró en aquellos días de visita papal.
La semana del 11 al 18 de septiembre de 2016, ocurrieron tres hechos que permanecen aún frescos en la memoria de la ciudad:
Uno
La mañana del miércoles 14 septiembre de 2016, tres hombres y una mujer vestidos con camuflados azules del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, Inpec, intentaron engañar al portero del edificio Galeón Azul, ubicado en el barrio Bocagrande. Su objetivo, cruzar la recepción y llegar al piso 15.
El portero, al advertir inconsistencias en un procedimiento que había seguido en varias ocasiones, llamó a la Policía. Se armó una balacera que interrumpió la tranquilidad de un barrio en el que no se presentan balaceras; de lujosos apartamentos, palmeras decorativas y tiendas de marcas lujosas. Dos delincuentes cayeron heridos en la puerta del edifico, otro intentó escapar en un taxi y fue capturado. La mujer, se cambió de ropa, y se escurrió entre las calles por donde corría la gente atemorizada por la balacera.
Minutos después, se supo que en el Galeón Azul, vivía John Jairo Jiménez Atencio, alias Pichi, condenado por narcotráfico y quien recibió el beneficio de casa por cárcel. Alias Pichi había sido condenado por sus vínculos con el Clan del Golfo, dedicado al tráfico de drogas ilegales y la extorción. Se comprobó también que Pichi seguía delinquiendo desde su apartamento. Ordenaba extorsiones a comerciantes y familias del sector de Bocagrande, distribuía drogas en barrios de Cartagena y en balnearios de las islas del Rosario y Barú. Además, coordinaba la salida de cargamentos de droga hacía el Caribe y Estados Unidos.
Dos
Cuatro días después de la balacera en Bocagrande, el 18 de septiembre de 2016 fue asesinado en el barrio Pie de la Popa, el exbeisbolista y comentarista deportivo Napoleón Perea Fernández, hijo de Napoleón Perea Castro, Don Napo, decano del periodismo deportivo del Caribe. El hecho ocurrió al filo de las siete de la noche. Napoleón Perea Fernández se negó a entregar su celular a dos sujetos que se movilizaban en una motocicleta, uno de ellos, ante la negativa, le disparó en la cabeza.
Tres
Dos horas después del homicidio de Napoleón Perea Fernández, la violencia volvió al barrio Bocagrande. La escena ocurrió en el restaurante Di Silvio Trattoria. Allí compartía con sus hijos, el negociante y contratista estatal Alfonso Ilsaca Eljadue. Los clientes angustiados, vieron entrar a dos hombres, quienes, según relatos de los hijos de Ilsaca, se dirigieron directamente a la mesa donde ellos estaban. Tomaron sus pertenencias y las de algunos clientes de mesas cercanas y huyeron en una moto.
Las medidas del alcalde Manuel Vicente Duque (investigado hoy por actos de corrupción y detenido en la cárcel de Sabanalarga, Atlántico) fue prohibir, mediante decreto, el parrillero en moto en los barrios Pie de la Popa, Bocagrande, El Laguito, Manga, El Cabrero y Crespo. Una medida que referenciaba solo a barrios estrato cinco y seis, y que complementaban la prohibición de circulación en moto por el centro histórico de la ciudad.
Para agravar las tensiones, esos tres hechos referenciados y las medidas posteriores para controlar el ingreso de ladrones y homicidas en moto a los barrios ricos de la ciudad, ocurrieron una semana antes de la anunciada firma de los acuerdos entre el Gobierno del presidente Santos y la guerrilla de las Farc, el lunes 26 de septiembre de 2016.
En su discurso, el presidente Santos aseguró que de ese momento en adelante Cartagena sería conocida como “La ciudad de la paz”. Una frase que ni caía bien en aquellos momentos, ni ha sido una verdad. En conclusión: el disparate del momento.
En “La ciudad de la paz” la tasa de homicidios se pelea con el promedio nacional. En “La ciudad de la paz” la ingobernabilidad es tal, que H.D. Thoreau se sentiría aquí cumpliendo su sueño: “El mejor Gobierno, es el que menos gobierna o no gobierna en absoluto”. Eso es lo único bueno que hecho bien la Alcaldía, desde los tiempos del Alcalde Pop, hasta los recientes del Nenuquito Surek. Con intervenciones que van desde J.J, The Airplane hasta clanes familiares que datan de los tiempos de los García.
La frase del presidente Santos fue una revelación. Luego de aquella firma histórica, la única posibilidad que nos queda, para que Cartagena sea “La ciudad de la paz” es esperar un nuevo arribo del pontífice para contar esas “60 horas sin homicidios”.
Publicada originalmente el 4 de octubre de 2017