Desde los tiempos de Juan C. Arango y José Enrique Rizzo Pombo, lustros ha, en Cartagena no ha vuelto a verse obra pública alguna de dimensión colectiva. Y menos, gestión efectiva, transparente, eficiente y competente de lo público, de parte de quienes “emergen” como regentes de los destinos de la amurallada, atenazada y sitiada por ellos, ciudad de heráldicas y blasones.
Claro, otros eran los fines de la política y el sentido de compromiso cívico de quienes se jugaban el honor por sus principios doctrinarios, el prestigio de un nombre o el reconocimiento y unción del soberano, tanto en los cargos de elección como en los de nombramiento por un superior en su jurisdicción, que era el caso de los alcaldes en municipios y capitales de departamento.
Y otros tiempos, desde luego, en los que el clientelismo y los clanes familiares y raciales no vislumbraban entre sus avanzadas el negocio de la política y la administración pública que hoy detentan como presa mayor de su altanería.
De ese nuevo modo de hacer, uso y costumbre, es víctima sometida y subyugada Cartagena de Indias, Distrito Cultural y Turístico, capital del Departamento de Bolívar, Patrimonio Cultural de la Humanidad, de cuyas mercedes se jactan quienes la usufructúan con perversidad apropiándose de sus rentas, territorio e institucionalidad, en detrimento criminoso de sus habitantes.
Y es que no le puede ir peor a Cartagena en manos y mentes proclives a torcer en su provecho personal cuanto de público tiene lo que administran sin tener el más mínimo decoro y competencia para tal; sin respetar ni conocer elementales principios de gobernanza y gestión pública para el bienestar colectivo y la equidad social; sin contrapesos éticos y morales en su personalidad que los limite en su voracidad con lo público.
De todo eso, y un poco más, hay en el destino presente de Cartagena y en los resultados de quienes para alcanzar su regencia se subastan al mejor postor para dirigir, orientar y ejecutar planes y programas con rimbombantes títulos, a cambio de endosarles las rentas del Distrito y los cargos de la administración pública, subcontratándolos o canjeándolos en otras jurisdicciones que hacen parte de la transregional clientelista que financia elecciones en distintas subastas electorales.
Imposible que en ese “marco de referencia”, los “ejes temáticos” de uno cualesquiera de estos mercenarios de la corrupción, el clientelismo y la incompetencia, puedan dar con soluciones siquiera a medias de problemáticas como salud, educación, seguridad, infraestructura vial, vivienda, servicios públicos, que en el caso del actual regente, fue de lo básico que se comprometió a remendar en su mandato.
Y de la “inclusión social”, otro eje temático de moda, cuanto ha logrado el regente de Cartagena, es convertirla en exclusión aberrante, levantando murallas para que otras agencias del Estado se inhiban de coadyuvar a ella y aportar soluciones efectivas, como acontece con la Gobernación de Bolívar.
Como va, Cartagena va mal.
Si su presente es azaroso, la vulnerabilidad en la totalidad de su tejido social está en el orden del día; cada vez son más precarias las condiciones y calidad de vida de los cartageneros y menos, nulas, las soluciones con las cuales la administración distrital responde a sus calamidades.
Y si del porvenir, hay que pronosticarlo catastrófico: vigencias futuras comprometidas, por 250.000 millones de pesos, que los cartageneros, del estrato 1 al 7, no saben en qué se invirtieron o, si de verdad con tanta plata se ejecutan proyectos en los “ejes temáticos” de “Educación, Salud, Seguridad, Deporte y Recreación”, como reza el programa del regente en ejercicio.
En tanto, el Concejo de Cartagena, que en vísperas electorales autorizó al alcalde la hipoteca de sus rentas, tributos, participación, alcabalas y demás adehalas, debe, cuando menos a sus conciudadanos electores, informarles del destino de tan abultado ingreso a las arcas de la Alcaldía de Cartagena, Distrito Turístico y Cultural, capital del Departamento de Bolívar, Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad, cuyos hijos del presente apenas si son trasunto de las decimonónicas “águilas caudales” nunca bien lamentadas por el poeta.
@CristoGarciaTap
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