Detrás de las paradisíacas playas y calles empedradas del centro histórico de Cartagena, la "joya turística de Colombia," se oculta una realidad de hambre que contrasta fuertemente con la imagen idílica que proyecta la ciudad. Tradicionalmente, a la mayoría de los políticos y administrativos locales solo les ha interesado mostrar la fachada colonial, ocultar los gamines e indigentes y limpiar las calles del centro histórico solo cuando llegan las fechas de las vibrantes celebraciones culturales, como: “Hay Festival”, “Festival Internacional de Música”, o el “Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias- FICCI” donde se reúnen escritores, periodistas, cantantes, actores, productores de cine-televisión, académicos y otros personajes nacionales que miran a este “corralito de piedras” como un simple patio de fiestas. Cartagena es cuna de eventos pomposos como el Reinado Nacional de Belleza, que en realidad es excluyente del 95% de los habitantes y está de espaldas a las problemáticas reales de la ciudad y no aporta valor real a la cultura local. Al margen de estas lujosas fiestas el hambre se convierte en el pan de cada día para más del 45% de cartageneros considerados en alto riesgo de inseguridad alimentaria, compiten con esta problemática la falta de vías, un transporte público ineficiente, inundaciones en épocas de lluvia, falta de saneamiento básico, zonas sin acceso a agua potable, sistemas de alcantarillado deficientes, manejo inadecuado de aguas residuales, y disposición de desechos sólidos en lugares públicos, sumado a la progresiva ola de delitos como robos domésticos, homicidios, sicariatos, comercio de drogas, embarazos adolescentes y la creciente sensación de inseguridad por parte de la ciudadanía, todos estos son problemas que no pueden ser ignorados
A pesar de que Cartagena atrae miles de visitantes cada año, la escasez de alimentos es una preocupación constante para gran parte de su población. Las alarmantes desigualdades sociales y económicas se manifiestan en el acceso limitado a la comida, dejando a una parte significativa de los habitantes en una lucha continua contra la inseguridad alimentaria. La falta de oportunidades laborales y la persistente brecha entre ricos y pobres agravan la problemática. Mientras en algunas zonas de la ciudad, se disfruta de lujos y opulencias en apartamentos de 600 m2 frente al mar que superan los 5 mil millones de pesos e ingresos diarios superiores a los 40 millones de pesos; otros barrios aledaños a la Ciénaga de la Virgen muestran una realidad de pobreza extrema: familias numerosas que viven con menos de 4 mil pesos al día en casas de cartón, paredes de plástico, techos de zinc oxidado y terrenos de 6 m2 con pisos de barro, ubicados en zonas invadidas llenas de pandillas, donde el olor nauseabundo de los caños taponados impide el desarrollo normal de la infancia de los niños y personas de la tercera edad que los habitan. A esos niños y adultos mayores solo un milagro los puede salvar, como lo sucedido con aquella señora autora del tema viral "Viva Colombia, viva Falcao." A quién le construyeron una "casita" más con fines publicitarios y de promoción de alguna campaña política que con la real intención de ayudar, pero que al final lo hicieron. La desigual distribución de la riqueza crea un ciclo de pobreza que parece infinito y muy difícil de romper.
Según cifras del DANE 2019, Cartagena fue la tercera ciudad capital del país con los mayores niveles de indigencia afectando al 5% de la población. Mientras que de acuerdo con los informes de gestión del Plan de Emergencia Social Pedro Romero (PES-PR) del distrito 2021, el 60% de la población cartagenera se encontraba entre pobreza y pobreza extrema. La pandemia mundial de COVID-19 agravó aún más esta situación. Las restricciones impuestas para contener la propagación del virus afectaron especialmente a quienes dependían de empleos informales y precarios, dejándolos sin ingresos y sin la posibilidad de acceder a alimentos básicos. En 2023, Cartagena tuvo 124 mil personas en pobreza extrema (13.1% de la población), siendo una de las pocas ciudades del país donde esta tasa no disminuyó, sino que creció en 0.4 puntos. Además, la pobreza monetaria afectó al 41.1% de los habitantes (388 mil personas), con una disminución menor al promedio nacional. Esto posiciona a Cartagena como la séptima ciudad más pobre de Colombia. La crisis económica actual ha exacerbado las brechas sociales ya existentes, haciendo que el hambre sea aún más omnipresente. Es alarmante que, en un lugar tan rico en cultura e historia y ubicado en un departamento y un país con potencial agroindustrial, el hambre persista como una sombra constante.
En la ciudad existe el "Mercado de Bazurto," un lugar que, aunque tiene zonas muy buenas donde venden frutas, verduras, carnes y pescados frescos, así como productos de pancoger (maíz, fríjol, yuca, ñame, plátano) aún baratos, con gente trabajadora y honesta que se levanta desde la madrugada. También posee lugares muy sucios, desordenados, y peligrosos, llenos de vehículos y mototaxis, con gente de la calle que orina y defeca ahí mismo, cerca de los lugares donde otros compran comida y se sientan en los restaurantes improvisados a comer "Pescao frito con yuca y agua e' panela." En opinión de muchos ciudadanos a través de la plataforma online TripAdvisor en la que se recogen millones de opiniones en torno a determinados negocios del sector turístico (hoteles, bares, discotecas, cruceros, restaurantes, y zonas de comidas, etc.), el mercado central de la ciudad en general no lo recomiendan porque es decepcionante, horrible, con basura en todas partes y malos olores. Al ver los videos y fotos del famoso YouTuber mexicano "Luisito Comunica en Bazurto," miles de usuarios de redes sociales reclamaron a la administración local que invirtiera en mejorar estos lugares, pues se evidencia mal estado, descuido y hasta inseguridad.
El primer paso hacia la erradicación del hambre es el reconocimiento de la magnitud del problema, dejando de lado la tentación de esconder la realidad tras los muros históricos de la ciudad. Las autoridades locales, departamentales y nacionales deben enfrentar esta crisis mediante políticas y programas que ataquen directamente las causas de la inseguridad alimentaria en Cartagena. Sin embargo, crear programas de empleo y capacitar a las comunidades más vulnerables no es una tarea fácil, ya que requiere de un fuerte compromiso político y una inversión social considerable y sobre todo combatir hábitos sociales que están arraigados en ciertos sectores locales. En algunas áreas la inmediatez del dinero diario utilizado para resolver las necesidades básicas ha habituado a muchas personas a ver con naturalidad el “empleo informal” (trabajos sin contratos, sin seguridad social o derechos laborales) convirtiéndolo en un “desempleo formal”, perpetuando el ciclo de pobreza, porque no pueden acceder a oportunidades que les permitan mejorar sus condiciones de vida y ahorrar para una pensión. Romper este ciclo implica no solo asistencia temporal, sino también esfuerzos profundos para transformar prácticas y actitudes sociales.
En sectores donde la delincuencia está al acecho, también se deben establecer medidas de seguridad ciudadana y garantizar un acceso equitativo a educación, atención médica y alimentación sostenible, atacando las raíces del problema. Además, es fundamental fortalecer los sistemas de ayuda social a las personas que más lo necesitan sin caer en el “asistencialismo desbordado” que, en ocasiones, perpetúa la dependencia y la pobreza. La colaboración entre el gobierno, ONGs, entidades privadas y la sociedad civil es crucial para crear soluciones sostenibles a largo plazo. El sector privado debe jugar un rol activo, en ese sentido las empresas locales que generan grandes ingresos deberían involucrarse en el desarrollo social, invirtiendo en programas que beneficien a las comunidades vulnerables. Proyectos de agricultura local y producción de alimentos a pequeña escala pueden ser impulsados en zonas menos favorecidas, y la tecnología e innovación pueden ser aliados para enfrentar de manera más efectiva la crisis alimentaria. Se deben destacar iniciativas que aportan una luz de esperanza como esa de la fundación transformando lazos de cambio social con su programa “Calmando el hambre de niños de la perimetral para que puedan ir al colegio,” el programa HAMBRE CERO desde Cartagena del reciente ministerio de la igualdad, y el programa “Lucha frontal contra el hambre,” que hace parte de la línea estratégica seguridad humana del plan de desarrollo 2024 - 2027, “Cartagena Ciudad de Derechos”, la cual busca mitigar la pobreza y el hambre en los sectores vulnerables de la ciudad.
La responsabilidad social empresarial debe pasar de ser un formalismo para convertirse en un recurso real y efectivo para combatir el hambre en la ciudad. El hambre en Cartagena no puede seguir siendo el pan de cada día para una parte significativa de la población. La ciudad tiene el potencial de ser un faro de esperanza y prosperidad económica para todos sus habitantes, pero esto solo será posible si se aborda de manera decidida la raíz de las desigualdades estructurales que perpetúan la inseguridad alimentaria. Las escuelas, universidades y demás comunidades académicas deben convertirse en espacios de reflexión y acción, promoviendo un cambio cultural que rechace la indiferencia ante la desigualdad social. La voz colectiva organizada y respetuosa de la democracia y la institucionalidad también puede ser la fuerza impulsora detrás de las nuevas políticas públicas inclusivas y de los programas sociales que permitan abordar de manera integral la problemática de inseguridad alimentaria de la ciudad. Este 2025 que llega, donde se cumplirán 492 años de fundada la ciudad, debe marcar el inicio de una transformación sociocultural, económica y educativa en Cartagena, para que esta ciudad deje de ser solo un destino turístico y se convierta en una comunidad próspera para todos sus habitantes, donde el hambre ya no sea una preocupación del presente sino más bien del pasado. El pan de cada día en Cartagena debe ser un derecho, no un lujo.