Carta a un violador de una niña de cinco años

Carta a un violador de una niña de cinco años

Tú decides cruzar mi puerta y decir "discúlpame"

Por: Joselyn Osorio Fonseca
marzo 30, 2015
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Carta a un violador de una niña de cinco años
Foto: ilustración

Querido primo ‘Pepe Navajas’:

Nunca he recibido una disculpa por parte tuya, y aun cuando no me muestre interesada, la sigo esperando. Sé que también recuerdas ese año 2004. Para mí fue sinónimo de valentía; para ti, tal vez la prueba de que la Eva de tan sólo cinco años sí sabía lo que le hacías.

Tenía catorce años. Primero se lo hice saber a la psicóloga del colegio, quien fue mi amiga y confidente en ese entonces; luego se lo contamos a mi madre. Todavía recuerdo la expresión de su rostro cuando entró a la oficina, seguramente imaginándose la noticia de un embarazo (risas). A pesar de que no sabía cómo decirle y tartamudeaba al pronunciar cada palabra, en el momento que vomité mi secreto, sentí un alivio enorme; y a ella le costaba cerrar la boca, no lo podía creer.

Debo decirte que aunque mi intención no era perjudicarte, sino encontrar paz, esperaba más apoyo por parte suyo, quería que me aclarara dudas. No pretendía que te denunciara, ni mucho menos que se atreviera a divulgarlo en la familia; de paso te pido disculpas por lo incómodo que debiste sentirte cuando lo dijo a grito entero delante de los demás integrantes de la casa. Sentí pena ajena.

Ya tengo veinticinco años, ya soy una profesional y me dedico a lo que amo. Ayer volví a tocar el tema con ella. Tenía la esperanza de por fin armar el rompecabezas.

Todo empezó a finales del 95. “Ese 24 de diciembre se rebozó la copa, toda la familia supo que tu papá me era infiel. A partir de esa noche, tú y yo nos fuimos a vivir a la casa de mi mamá, mientras él buscaba para donde irse”, me dijo, con una chispa de resentimiento en la voz. Ahora entiendo por qué cuando la psicóloga me pedía que describiera el lugar en donde abusabas de mí, siempre venían a mi mente sitios específicos de la casa de mi abuela, tales como el patio, detrás del tanque con agua o las únicas dos habitaciones. Sigo pensando que tal vez esa fue tu reacción de defensa por llegar a invadir tu espacio; mi madre me dijo que te criaste solo y no compartiste con los primos de tu edad.

Otra de las tantas cosas que no me quedaban claras era el hecho de que en mis recuerdos sobre esos momentos tan embarazosos, no la hallaba por ninguna parte. “Yo te alistaba y dejaba al cuidado de mi mamá, mientras salía a ofrecer productos por catálogo. Me dedicaba bastante a eso, no tenía un trabajo fijo”, me aclaró, un tanto apenada. Por ahí dicen que cuando el gato se va, los ratones hacen fiesta. Con razón esperabas que ella se fuera.
Menos mal no invadí tu espacio por mucho tiempo. “Sólo vivimos ahí hasta abril del 96, cuando tu papá por fin se salió de la casa”, añadió, con un tono seguro, como queriendo resaltar ese detalle. Como bien sabes, fueron varias las ocasiones, pero afortunadamente no muchas. No hace falta recordarte los detalles de cada una de tus “escenitas”… quedaría yo como una vulgar. Sé que recuerdas muy bien lo que hacía el adolescente de quince años.
“Me sorprendió mucho, no me esperaba eso, y menos que hayas esperado tanto tiempo para decírmelo”, aseveró con un toque de reclamo. En ese entonces no sabía la gravedad del asunto, por eso no dije nada en el momento; cada encuentro estuvo repleto de silencio, me dominabas con tu miraba y yo sólo me dedicaba a disfrutar de esa nueva sensación. “Nunca noté de ti algún comportamiento extraño”, volvió a reclamarme, y a la vez pensando que pasó por alto mis señales de auxilio. No pude dejarla en esa mentira, mi madre tenía que saber que no se dio cuenta por la sencilla razón de que nuestra relación delante de los demás siguió siendo la misma, no cambió en nada. Por otra parte, eres su sobrino… ¿por qué habría ella de dudar de un adolescente, sangre de su sangre?

Pero día tras día el recuerdo estuvo presente en mi mente, hasta que en el 2004 comprendí por qué me resultaba tan tormentoso e incómodo. Se había tratado de una violación, de un abuso sexual. ¡Y no vayas a pensar que estoy exagerando! Aunque no hubo penetración, fui tu objeto; me utilizaste para disminuir tu inexperiencia sexual.
Por cosas de la vida, desde el año 2002, vivimos nuevamente en la misma casa, compartimos el mismo techo. Por eso te escribo estas líneas desde la habitación de al lado, a dos metros de donde te encuentras en estos momentos, con la intención de escuchar de tu voz una simple disculpa. Yo he podido salir adelante, tengo una buena relación con mi madre y una pareja a la que amo y con la cuál no he tenido inconvenientes en el sexo… ¡Por fin armé el rompecabezas! Pero ¿tú? Tú estás condenado a ver mi cara de cinco años cada vez que vayas a estar con una mujer. Ahora entiendo que el karma es tuyo, no mío. La decisión es tuya. Sólo tú decides si cruzas mi puerta, y pronuncias la palabra “discúlpame”. Esto es todo lo que tengo por decirte.

Eva

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