Carta a un viejo amigo
Opinión

Carta a un viejo amigo

Montevideo, 20 de diciembre de 2013

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diciembre 23, 2013
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Montevideo, 20 de diciembre de 2013

Le he dado mil vueltas en la cabeza al texto con el que debería cerrar este año, pero mi corazón insiste en que se lo dirija a usted, puesto que de lo más triste que me sucedió en estos doce meses fue ver cómo se abría un absurdo abismo entre nosotros.

Y hago pública esta carta por dos razones. Primero, porque pienso que el epicentro del sismo que produjo la triste brecha que hoy nos separa se encuentra en lo más profundo de un tema que me he propuesto tratar en este espacio: la conexión entre la ciencia y la democracia. Segundo, porque siento que el origen de nuestro distanciamiento manifiesta claramente la naturaleza de los retos que vamos a tener que enfrentar, como país, este año que se avecina.

Todo comenzó con un comentario que hice sobre un “meme” que usted puso en su muro de Facebook. En él se defendía la idea de que, para disminuir la delincuencia juvenil, es importante, de vez en cuando y como medida preventiva, castigar físicamente a los niños cuando se portan mal (… siempre y únicamente a los hijos de los demás, por supuesto, que son los que necesitan “disciplina”).

Mi reacción fue protestar ante la irresponsabilidad de contribuir a circular un mensaje que invita al maltrato infantil, y que lo justifica mediante una curiosa traslación hacia el ámbito familiar del populismo punitivo —tan usual en los discursos mediante los cuales los políticos más mediocres y aulladores buscan cautivarnos, apelando a nuestros miedos e instintos más básicos y primitivos—.

Desde mis concepciones de la ética, así como con base en la evidencia científica disponible, castigar físicamente a un niño no solo atenta contra los derechos humanos, sino que además no contribuye a prevenir la delincuencia entre los jóvenes y puede incrementar su agresividad y su comportamiento antisocial.

Desafortunadamente su respuesta, y la de varios comentaristas más, fue, por un lado, decirme que hablar desde la teoría era muy fácil —dado que yo era el único en la conversación que no tenía hijos— y, segundo, que parecía como si yo, hablando desde la academia, me sintiera dueño de la verdad. Tras otros tantos lances desafortunada y agresivamente ad hominem, decidí abandonar la conversación.

¿No cree usted que hay algo valioso que le pueden aportar a las decisiones de política pública, e incluso a veces de la vida privada, quienes se dedican de lleno a la investigación científica desde la academia?

Nuestro segundo encuentro tuvo lugar ante el comentario —de nuevo en Facebook— con el cual usted le dio la bienvenida a la destitución del alcalde de Bogotá por parte del procurador general de la Nación. Decía usted que había “borrado”, e invitaba a los demás a que también “borraran”, a varios mamertos que estaban llamando a una protesta civil en la Plaza de Bolívar; y cerró su post pidiéndole a quienes no estuvieran de acuerdo con usted que… lo “borraran”.

No fue sino hasta que le di enter al comentario en el cual — tras expresarle que no entendía por qué había que insultar y “borrar” a quienes piensan diferente, y lo invitaba a asumir una actitud más afín con la democracia, sobre todo en un país en el que se ha derramado tanta sangre y se ha causado tanto dolor por cuenta de los conflictos y la intolerancia— le pedía que no me fuera a “borrar”, que me enteré que, desde aquella otra vez, usted… ya me había “borrado”.

Yo no tengo mucho para decir sobre la destitución del alcalde. Sé que el fallo del procurador está amparado en su facultad constitucional para destituir funcionarios elegidos por la ciudadanía; aunque esta facultad viola parámetros fundamentales del derecho internacional claramente consignados en tratados suscritos por Colombia. Supe de la crisis que, por unos cuantos días, generó el apresurado cambio en el sistema de recolección de basuras; pero no he logrado entender en qué sentido ello tipificó una de las faltas que, consignadas en el artículo 278 de la Constitución, habilitan a la Procuraduría para desvincular de su cargo a un funcionario público, o que supuestamente justifican que se le retiren, por quince años, sus derechos políticos.Tampoco he visto los datos, las cifras y los estudios con base en los cuales tanta gente anda diciendo que el alcalde es un incompetente, y que no está cumpliendo con su programa de gobierno.

Pero cuánto quisiera que, si vamos a opinar constructivamente sobre los temas que determinarán el futuro que tendremos que compartir usted y yo como ciudadanos de un mismo país, cambiemos los insultos y las percepciones, por el respeto y los argumentos. Ese será el gran reto del 2014 para Colombia; año en que ojalá, ¡ojalá!, en vez de borrarnos, podamos reencontrarnos.

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