Carta urgente de un ciudadano indignado al presidente Duque

Carta urgente de un ciudadano indignado al presidente Duque

"Ojalá pueda hacer algo para detener otro exterminio, de los tantos que lleva a cuestas nuestra patria en la que el rojo sangre parece ser la franja más ancha de la bandera"

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
agosto 06, 2018
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Carta urgente de un ciudadano indignado al presidente Duque
Foto: Las2orillas

Señor presidente:

El Antiguo Testamento contiene en el libro del Génesis un relato difícil de digerir y de asimilar. Aunque soy teólogo, no quiero presumir de hermeneuta como para decir que mi interpretación es la más acertada. Ni siquiera sé si tengo las suficientes luces para entender a cabalidad el mensaje de Dios a través de dicho relato. Antes de escribir esta carta me llegó a la memoria aquel pasaje bíblico, y de nuevo quedé perplejo: los planes de Dios son perfectos e inescrutables, y sus caminos no son nuestros caminos, afirma el profeta Isaías. En cambio, nosotros somos seres humanos frágiles, mutables, y nuestra inteligencia es limitada y nuestros juicios siempre son apresurados: nos guía más la emoción que la razón, y la razón más que el corazón, y muchas veces la fe y la espiritualidad se ausentan a la hora de tomar decisiones o de interpretar una realidad.

Es la historia de Esaú y Jacob. Este último alcanzó los beneficios y la bendición de Dios y de su padre Isaac por medio del engaño. Después, a pesar de su falta, ni Dios ni Isaac le arrebataron lo que le pertenecía. Los reclamos de Esaú, su llanto y amargura de nada sirvieron, si bien él tenía una dosis de responsabilidad, pues días antes había vendido los derechos de su primogenitura por un plato de lentejas. Esaú prometió asesinar a Jacob, tan pronto su padre muriera. El deseo de venganza habitaba en su corazón. La historia, no obstante, tiene un desenlace afortunado. Cuando todo parecía indicar que la desavenencia familiar terminaría en una guerra fratricida o en una sangrienta masacre, es el hermano víctima del engaño y de la pérdida del favor de Dios el que sale al encuentro de Jacob: lo abraza con ternura, lo besa en el cuello y ambos lloran conmovidos por el amor fraternal.

Señor presidente, de aquel pasaje de significado un poco hermético me atrevo a deducir algunos mensajes que vienen muy al caso de la situación que vive el país, país que usted recibe para alegría de muchos y disgusto de otros. Primero, “Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”. Segundo, Él es el único que puede enderezar lo que nació o va torcido. Tercero, Dios no quitará la bendición del hombre elegido para dirigir su pueblo, si es que el elegido cuenta con la humildad suficiente para acudir a las luces del Espíritu Santo en coyunturas azarosas y difíciles. Cuarto, Dios premiará con el don de la paz al pueblo gobernado por un hombre que tiene por consejera a la sabiduría. Por otra parte, un gesto como el de Esaú, el rival de Jacob, puede traer el perdón y la paz para toda una nación. No estoy diciendo ni siquiera sugiero, señor presidente, que al igual que Jacob usted acudió al engaño para acceder a la Presidencia de la República: no soy amigo de juicios temerarios, es más, pienso que esa clase de suspicacias o aseveraciones nada le aportan a la paz y a la estabilidad del país.

Con todo lo anterior quiero decir que más allá de las circunstancias, de las suspicacias y malestar por parte de una buena porción del pueblo colombiano, usted es desde hoy el presidente legalmente constituido, y al igual que Jacob, quien en su momento obtuvo el privilegio de la primogenitura, usted alcanza ahora la primera magistratura de la República de Colombia, y con toda seguridad contará con la bendición de Dios para regir los destinos de un país que a gritos pide la reconciliación entre los hermanos. La vacuna que usted prometió, la unidad, es la mejor medicina para atacar el virus del odio, y los gérmenes malditos del miedo, la incertidumbre, el ánimo sombrío de las retaliaciones, los deseos oscuros de la venganza, y los bichos de las injurias verbales rastreras que siempre preceden a los hechos violentos: las guerras comienzan en el lenguaje y la comunicación agresiva y culminan en las calles y en los campos empapados de sangre.

Detesto la hipocresía, por eso le confieso que en las pasadas elecciones no voté por usted. Mis convicciones políticas son muy distintas a las suyas, y la visión que tengo del país y los anhelos que habitan en mis entrañas para soñar con un país mejor, distan mucho de sus visiones y convicciones. Es más, el reciente 17 de junio publiqué en un medio importante un artículo que fue muy leído en el país y que de paso generó mucha controversia. En ese texto dije que con su triunfo habíamos quedado campeones mundiales de la estupidez. Lo escribí en el calor de la derrota y en la efervescencia del pesimismo, dispense usted y sus seguidores… pero lo escrito, escrito está. Aunque le pido al cielo, que en poco tiempo sea yo el que quede en ridículo y como un estúpido, si es que por medio de usted, señor presidente, obtenemos algo más grande que el campeonato mundial de fútbol: una paz estable y duradera. Así que no me estoy montando con esta carta en el bus de la victoria, porque ese bus no me corresponde, el mío va en contravía; y sin embargo, hago votos para que el suyo llegue a la estación correcta y que en su camino tenga, en lo posible, pocos contratiempos.

A pesar de mis diferencias con su propuesta le deseo todo el bien: si a usted, doctor, le va bien en su gestión pública a todos los colombianos nos irá bien. El egoísmo en estos momentos en nada aprovecha, por eso quiero manifestarle que mis buenos deseos son sinceros, y de paso lo bendigo y le pido al cielo que usted consolide el sueño de la paz, esa blanca y esquiva paloma que tanto anhelamos. Esa paz solo puede consolidarse a partir del respeto por la diferencia; es decir, tolerancia entre los que piensan distinto. En este sentido, si Colombia se ufana de ser un país cristiano y de seguir las enseñanzas del Divino Maestro, debe aplicar lo que Él mismo nos enseñó con sus palabras y ejemplo de vida: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen”. Si alguien se vanagloria de creer en Cristo, pero no usa el perdón y el amor como herramientas, entonces sigue a cualquiera menos al Señor. Porque hay que amar incluso al que nos persigue, incluso al que desea asesinarnos. Jesús en la cruz del calvario amó a sus asesinos e intercedió ante el Padre por ellos. Yo no soy quien, y no soy un personaje relevante en la vida pública, ni en la vida religiosa, si bien presumo a ratos de ser cuasi-sacerdote, en cuanto exseminarista católico, apostólico y romano; pero humildemente hago extensa esta invitación a oficialistas y opositores, a petristas y uribistas. Ciertamente esto parece imposible, pero para Dios no hay imposibles, y solo requiere la cooperación de nuestra buena voluntad, porque Él respeta nuestra libertad y poder de decisión: elijamos pues, no la guerra, sino la paz.

Le hablo, doctor Iván Duque, a título personal, como ciudadano que se indigna ante la violencia por parte de algunos y la indiferencia por parte de muchos. Como ciudadano que se indigna ante el asesinato de líderes sociales, lo cual corresponde a un plan de exterminio en contra de quienes defienden el derecho a la vida, a la paz, a un medio ambiente sano… me indigno en un país donde es un riesgo respirar, estudiar, pensar diferente, ser diferente, donde incluso es un riesgo ser. Aquí la diferencia se premia con la amenaza de muerte, el exilio, la segregación y el asesinato. Qué hermoso es ser colombiano, pero qué peligroso es. Ojalá pueda hacer algo para detener otro exterminio, de los tantos que lleva a cuestas nuestra patria en la que el rojo sangre parece ser la franja más ancha de la bandera.

Me dirijo a usted, señor presidente, como escritor y periodista sensible ante el sufrimiento de mis hermanos, le escribo también como teólogo y como exvíctima de este conflicto absurdo y aberrado. Como hombre de paz que soy, permítame tocar el espacio más luminoso y bueno de su corazón: su corazón de niño, de joven, de hermano, esposo y padre, para que piense en sus semejantes, y en aquellos compatriotas que ejercen alguno o varios de esos roles: en cierta medida el destino de ellos está en las manos de usted. En ningún momento mi mensaje quiere ser pretencioso, o mezquino; por eso, si mis palabras bienintencionadas a usted o a alguien le parecen una genuflexión indigna ante los poderosos, ha de saber que solo uno es Todopoderoso y mis genuflexiones están reservadas solo para Él. En cambio, sí pretendo ser coherente con mi mentalidad que ama las concertaciones y el diálogo. Elijo creer, confiar y aguardar con certeza la manifestación suprema de la esencia bondadosa que contiene en sí todo ser humano, y creo también en la capacidad que todos tenemos de perdonar y amar a los demás, pues estas son virtudes de Dios, y nosotros fuimos hechos a su imagen y semejanza. Y ante todo soy fiel a mi principio de vida: “El perdón es la venganza de los buenos”. Si los colombianos, que en su mayoría son buenos, aplicaran ese principio la paz, la justicia, y la verdad vendrían indefectiblemente. Porque el máximo nivel de consciencia en este plano es el amor, y solo aquel que lo ha experimentado a través del perdón ha entrado en contacto con la divinidad, pues la misericordia no es una cualidad humana, sino que es un atributo de Dios. Ojalá todos comprendieran y conocieran la inmensa paz que se experimenta en el alma cuando uno es perdonado o cuando uno perdona a alguien… y como añadidura las emociones, la mente y el cuerpo se benefician de esa noble decisión.

Por último, asume usted la primera magistratura en un momento en el que el país está hecho trizas, escindido, dividido, enervado, neurótico, con los síntomas unas veces de la paranoia, y otras, de la esquizofrenia… tenga la certeza de que Dios le ayudará a enderezar lo que nació o viene torcido, para que por fin cese la horrible noche y sobre el pueblo colombiano se derramen las auroras de la invencible luz de la verdad. El día que eso ocurra, le prometo que desde lo más profundo de mi corazón le dedicaré aquellos inmortales versos que el gran Walt Whitman le escribió al mejor presidente de la historia de los Estados Unidos: Abraham Lincoln.

¡Oh capitán! ¡Mi capitán!

Terminó nuestro espantoso viaje,

El navío ha salvado todos los escollos,

Hemos ganado el precio codiciado,

Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas,

Ya el pueblo acude gozoso,

 Los ojos siguen la firme quilla,

Del navío resuelto y audaz […]

En esencia, el pueblo colombiano tiene también sus Jacob y Esaú que deberían salir hacia un reencuentro para fundirse en un fraternal abrazo. Ojalá uno de los dos bandos tome la iniciativa o que la moción interior y limpia venga de ambos, porque nuestro destino final es la unidad… De la unidad venimos y hacia ella vamos, pues procedemos de la misma fuente y estamos condenados, señor presidente, a vivir y a amarnos como hermanos, conforme a lo que el Maestro nos enseñó.

Un abrazo por Cristo, con Cristo y en Cristo. Namasté, Shalom… Gloria in excelsis, Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis. Paz a los hombres de buena voluntad, así sea.

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