No compartimos los mismos ídolos, ni el mismo color de camisa; pero las últimas horas les aseguro que teníamos un sentimiento en común: queríamos que todo esto no fuera algo más que un mal sueño.
La vida nos demostró una vez más lo frágil que es, la zozobra dominó nuestros sentimientos y terminó por unir a todo tipo de hinchadas. Pero no se sientan mal, dicen que nacimos para cumplir una misión y quizá la de aquellas personas que partieron, era demostrarle al mundo la necesidad de un rival, porque sin el otro, no hay fútbol.
No sabía mucho de Chapecoense hasta que las noticias del mundo entero nos contaron sobre su historia, no conocía a ninguno de sus jugadores, pero mi alma se embargó de tristeza cuando escuché sobre la tragedia. Pero no fui la única, el 30 de noviembre a eso de las 3:00 p.m. a las afueras de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, en la ciudad de Medellín, miles de personas estaban reunidas para decirle a ustedes que aquí estamos.
No perdimos nuestros jugadores favoritos, ni un familiar o un amigo. Perdimos un gran rival que le demostró al mundo que un equipo “chico” con una esperanza grande puede llegar a donde desea, en pocos años lograron subir. Y hoy dejan un gran vacío, pero un ejemplo enorme en el fútbol internacional.
De usted que lo apasiona el fútbol tanto como a mí, de usted que hoy llora la partida de sus ídolos, no me despido sin antes decirle que aquellos seres que partieron, no se fueron sin antes convertirse campeones.
HOY LA COPA LLEGÓ AL CIELO.