Carta a un país en ruinas

Carta a un país en ruinas

"Un candidato no nos define, no define quienes somos, pero sí deja en evidencia nuestras ridículas y vulgares ambiciones"

Por: Sofía Garcia-Herreros Vergara
mayo 11, 2018
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Carta a un país en ruinas

Les escribo esta carta a los honorable senadores y políticos de Colombia, a las generaciones adultas que deben empezar a poner el país en manos de las nuevas y a todos aquellos que con vehemencia y carácter buscan un futuro nuevo, libre de divisiones y más democrático que nunca.

Pocos caminos quedan para expresar lo que los jóvenes realmente queremos y necesitamos. Me siento con rabia, decepción y por qué no, con impotencia al escribir estas líneas que con miedo e incluso terror quiero expresar, pues me acuesto en las noches con susto infinito pensando en lo que será y me levanto en las mañanas con una incertidumbre que día tras día me acelera cada vez más el corazón. Salgo de mi casa y me estrello de frente con la ignorancia, el desentendimiento, la terquedad y sobre todo la estupidez de muchos, que poco leen, pero mucho hablan. Vivimos en un país donde mantener las divisiones, las barreras y las diferencias se nos ha vuelto una prioridad; algunos defienden con caprichosa pasión a un candidato que solo ha demostrado estar sediento de poder y enceguecido de ambición, cuya prioridad nunca han los colombianos, y otros, defienden con descarada ignorancia a un candidato lleno de contradicciones e ideas utópicas que jamás serán posibles en un país como Colombia.

Y es que me aterra la idea de que en pocos días mi familia, mis amigos y todos los colombianos nos enfrentaremos nuevamente, cara a cara, a la pesadilla de escoger “lo menos malo”. Sin embargo, esta vez, en 20 años, y después de cinco elecciones presidenciales, hay un factor que lo hace todo diferente: tenemos la opción de elegir algo nuevo, alejado de las extremas, las mentiras, las falsedades y los engaños. Por lo tanto, nos hacemos más cómplices y más culpables si volvemos a cometer el mismo error de siempre. Alejémonos de una buena vez de la absurda lucha de clases, la ortodoxa guerra entre liberales y conservadores y la mezquina batalla entre la derecha y la izquierda, porque es eso, exactamente eso lo que no nos ha permitido romper este círculo de viciosas monotonías y faltas a la democracia que poco a poco nos han dejado en los más profundo de ese hueco negro llamado retroceso. Por primera vez, en al menos dos décadas, tenemos opción, opción de alzar nuestras cabezas con dignidad merecida. Pensemos como un pueblo unido, alejado de burocracias y mentiras y votemos por fin por un cambio, un cambio que nos traiga paz, un cambio que nos traiga educación y sobretodo un cambio que nos traiga unión.

A través de esta carta, le pido que deje el odio y la tentadora conformidad.

Si usted hace parte de mi generación, la generación de los pensantes, de los innovadores y del cambio, hoy vengo a pedirle que se replantee qué quiere usted para su país, no para su familia ni para usted como individuo, sino para Colombia, el país que posiblemente albergará su futuro como ser humano y como profesional.

Si usted hace parte de la generación adulta hoy le quiero dar las gracias, porque usted ayudó a construir, con sus decisiones como ciudadano, el país en donde hoy vivo, que tantas alegrías me ha traído pero que, desafortunadamente, también me ha dejado muchas tristezas. Por eso quiero pedirle que nos deje vivir a los jóvenes la experiencia del cambio y no nos condene más a los mismos errores dictatoriales de siempre.

Y finalmente, senador y político, me atrevo a dirigirme a usted para pedirle que no nos llene más de odio ni de división. Usted no va a entregar nada por nosotros, entonces no le pida a los colombianos, tanto adultos como jóvenes, que lo hagamos por usted; que entreguemos amistades, relaciones familiares e ignoremos las realidades de nuestro país que no nos tocan vivir de frente solo para apoyar promesas absurdas que seguramente no se van a cumplir.

Un candidato no nos define, no define quienes somos, pero sí deja en evidencia nuestras ridículas y vulgares ambiciones.

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