Continúo con mi carta de agradecimiento que reprodujimos la semana pasada y conclusiones.
Sobre su relación con el mundo y sus símbolos, recuerdo una de las más bellas experiencias que tuve recién llegada a Colombia después de 10 años de ausencia. En un atardecer usted me invitó a la laguna de Guatavita porque quería mostrarme la magia de la fuerza de la naturaleza, la fuerza oculta de los ritos ancestrales y con ello poder intuir el poder de lo sagrado en la medida en que la luna se asomaba a la laguna.
Durante el viaje a lo sagrado me sorprendió su decisión férrea en llegar a tiempo. Nada nos iba a detener en el camino. La lluvia acabó con el camino sin pavimentar y seguimos a pie entre el barro resbaladizo y nos agarramos con sus asistentes en cadena para que en la aventura resbalosa nadie se perdiera del insólito momento. Caía un fuerte aguacero; nosotros empapados continuábamos felices porque nos arrastraba su impulso, la emoción que usted llevaba en la piel en su espíritu. Mientras caminábamos con dificultad, Negret contaba la manera como los chibchas llegaban en su peregrinaje, desde tierras remotas, al pico de un volcán dormido de una laguna sin fin, cargados de ofrendas para los dioses. Al llegar al borde del cráter, vimos con enorme emoción como la luna se asomaba en el círculo de su agua profunda. El silencio de la naturaleza hacia parte de una enorme calma sagrada.
Atónitos seguimos camino arriba de la montaña, podíamos respirar el aire místico de ese lugar de la naturaleza y podíamos observar cómo ese volcán que llega a las entrañas de la tierra dejaba ver como un espejo la luna llena. Olía a pino, eucalipto y a tierra negra.
Subíamos poco a poco entre los matorrales. Negret como un ágil gato trepaba mientras susurraba para no perturbar. Llegamos a un lugar donde el horizonte se perdía en esa laguna sagrada, resguardada por ella misma, encerrada en su espacio vital. Esperamos en silencio a que la luna llegara al centro y nos imaginábamos a los hombres que encontraron en ese lugar una presencia sobrenatural para lanzar sus ofrendas al cielo que, con sus constelaciones quedaban agarradas por un momento a ese círculo poderoso.
Esta experiencia de vida me mostró su búsqueda por interpretar esos iconos naturales que atraviesan el abismo de los estadios históricos, dónde el hombre vive la incógnita de su presente y su pasado. Experiencia que se genera cuando en las leyes de su trabajo, cada lado y cada curva tiene su correspondiente lugar en la forma que crece en módulos y donde se encuentra una perfecta armonía entre el exterior y en interior de la escultura con su milimétrica correspondencia. Gracias otra vez por su trabajo.
El Maíz, en Washington, muestra su deterioro
Edgar Negret será recordado pero cometió dos importantes errores. En sus esculturas al aire libre, los metales con los que trabajó se oxidan y por eso necesitan una cuidadosa vigilancia y restauración y su gran y segundo error, que le opacará parte de su historia fue dejar que sus ayudantes crearan réplicas de sus obras, mientras estuvo enfermo y al final de sus días.
Edgar Negret dejó de producir hace más de veinte años, pero esas réplicas con su firma siguen en el mercado y al mismo precio.
Ese permiso absurdo y autodestructivo jamás lo ha hecho ningún artista en el mundo porque la magia creativa no se vende