Una vez fui la directora del Museo de Arte de las Américas que pertenece a la Organización de los Estados Americanos y empecé a empujar la realización de una obra prometida por el maestro Negret porque la ocasión y porque el sitio donde estaba ubicado permitía soñar en una presencia latinoamericana en el corazón de la ciudad. El esfuerzo duró tres años en hacerse realidad porque los costos sobrepasaban las esperanzas. Una vez la escultura llegó a Washington estuvo un año guardada en un depósito que visitaba semanalmente para supervisarla y para lograr entender qué significaban esas distintas láminas con curvas sinuosas.
***
Washington en primavera- 1997
Muy querido maestro:
Desde hace ya dos semanas he querido enviar esta carta que se ha quedado inconclusa por el miedo de no poder expresarle mis ideas y sentimientos. Ante todo quiero darle las gracias por la donación de su obra El Maíz al Museo. Esa misma generosidad que desde hace muchos años he experimentado en mi vida.
Gracias porque cada día de este tiempo washingtoniano veo y disfruto con el público en general la bella escultura. El Maíz es una imagen poderosa e imponente, llena de fuerzas y misterios en su exigente amarillo radiante. Su geometría es simple pero compleja y guarda celosamente, y dentro de sí misma, analogías y correspondencias.
Siento un profundo orgullo de tenerla al frente del museo con una idea que representa el arte de Latinoamérica y me da una enorme felicidad que hayamos podido, una vez más, trasformar el espacio público para siempre.
Esta como muchas de sus obras irradia una vigorosa fuerza interna. Ella en su representación, es ahora símbolo y fuente de luz, es una forma esquemática que nos marra a las raíces de los arquetipos. Es una idea moderna que se desplaza en el tiempo por las tradiciones más profundas de la naturaleza.
Sus obras nos muestran la dualidad de un pensamiento profundo que tiene como a cargo un objetivo radical: entender la geometría, como una forma infinita. Y en su repetición propone entender y organizar el caos que existe en nuestro universo. Busca la dualidad que como siempre existe en todo. Y que también hace posible todo.
El Maíz sobresale al museo. Se mantiene erguido. Lo veo desde el carro cada mañana desde lejos cuando tomo la avenida Virginia y más allá cuando remata en la avenida Constitution con el obelisco blanco que es el Monumento a Washington.
Por primera vez soy testigo del ensamblaje de una de sus obras y para mí, verla crecer fue una experiencia de vida porque entendí su manera de pensar. La vi desarrollarse ecuánime con la ayuda de su asistente Leonardo. Esas láminas sueltas eran para muchos de nosotros partes de un rompecabezas. Cada lámina de acero tiene correspondencia. Todo hace parte de una lógica mecánica mental.
La observamos como un todo pero es una forma construida sobre capas de metal. Se debe armar desde los fragmentos que como las ideas, la naturaleza y hasta el alma, todo se construye de pedazos. Entonces esa unidad que se nos presenta es el final verdadero de un camino largo, donde la imaginación y el impulso creativo miden la razón de las consecuencias. Además, en el proceso entendí su rebelión por la masa y su amor por la geometría.
Como Joaquín Torres García o Rufino Tamayo, usted es un americano de abandonó las vanguardias extranjeras para beber de su propia fuente y buscar en las dimensiones de su lenguaje único una geometría es un núcleo central o un nudo que amarra y encierra los espacios interiores. El centro de la gravedad va más allá de la forma. Cada tuerca une espacios une los espacios interiores con los exteriores y paradójicamente muestra aquella huella del hombre industrial que tanto lo obsesionó en sus años neoyorquinos.
¡El maíz significa tanto! La reflexión sobre la importancia de nuestra historia desde lo precolombino. La reconstrucción imaginaria de un paisaje americano y de su planta nutritiva. La necesidad de ser y pertenecer.
Hasta acá las dos primeras páginas de la carta. Nos falta lo mejor y lo peor.